Un perfil de la vida del gran escritor argentino, secuestrado y desaparecido en 1976 y autor de novelas como "Sudeste", "Alrededor de la jaula" y "Mascaró, el cazador americano".
por Eduardo Balestena
Escritor, maestro de escuela, navegante, piloto de aviones, profesor de Filosofía, Haroldo Conti es, quizás como síntesis de todos esos términos, uno de nuestros escritores más grandes y originales; nacido en Chacabuco el 25 de mayo de 1925, trabajó como empleado bancario, más tarde se compró un camión e inició una empresa de transportes.
Fue piloto civil y, tras terminar la carrera de Filosofía y Letras en 1954, profesor de latín: “Tengo seis o siete premios internacionales y sin embargo mi ingreso fijo siguen siendo los doscientos mil pesos que gano como profesor de latín”, diría como crítica a las editoriales.
Enseñó el latín en el Liceo Nacional Nº 7, de Buenos Aires, donde fue dejado cesante, en 1979 por “abandono de tareas”, ya que habían seguido computándosele las inasistencias luego de su secuestro. En su escritorio dejó una inscripción en latín, que traducida decía: “Este es mi lugar y de aquí no me moverán”.
Su padre había sido un tendero ambulante y él lo acompañaba en sus recorridos, en los cuales se encontraba con la gente y, antes de venderles nada, se ponía a charlar. De allí heredaría una estética: el lenguaje coloquial, el valor de esos relatos, impregnados de una sabiduría particular, intransferible, capaz de otorgarles un valor que la literatura debe recoger.
“Sudeste”, su primera novela, fue ganadora del premio Fabril; la segunda, “Alrededor de la jaula”, lo fue del de la Universidad de Veracruz. En vida, la tercera, obtuvo el premio Barral. “Mascaró, el cazador americano”, por su parte, obtuvo el premio Casa de las Américas. En el género cuento también obtuvo importantes reconocimientos, como el premio Life.
Representa esa tradición de escritores que tiene acceso a una “gran” cultura, pero que encuentran su estímulo, como Faulkner o Steimbeck, en lo que viven, deambulan, y en los personajes que conocen. De este modo, la literatura está hecha de “pedazos de vida”, vividos con la misma intensidad. La novela se nutre de la vida y a la vez, es una vida paralela. El novelista deja el testimonio de algo que va más allá de él, pero que no sería igual sin él. La novela, así, fluye como la vida y tiene sus mismos accidentes, porque es ese deambular. La escritura reivindica una libertad y una soledad, pero es preferible la vida, donde el escritor se pierde entre la gente, pero no sólo se es escritor cuando se escribe sino que se vive como se vive por ser escritor.
Esto, que parece simple, es una postulación: la literatura está llamada a dar cuenta de algo, y es literatura sólo cuando puede hacerlo, de otro modo, es un ejercicio que no termina de encontrar su sentido.
Instaló su casa en el delta, que fue su pasión. Lo recorría por agua y por aire. Allí construyó un velero, el “Alejandra”, con el cual llegó a aventurarse –y naufragar- en la costa de Brasil.
Entre lo real y lo simbólico
El conocimiento de la gente de la costa y de los barcos, los isleños, fue constituyendo, mientras armaba el velero, su novela “Sudeste” (1961). Ya había escrito antes “Ligados”, en 1957, pero “Sudeste”, ganadora del premio Fabril Editora, fue la primera en ser publicada.
El Boga, personaje de “Sudeste”, navega los riachos del delta en un barco destartalado, asumiendo una libertad solitaria. Herman Melville, Horacio Quiroga y Wernicke son sus referentes. Su anhelada libertad termina siendo una cautividad: la que el hombre tiene ante los elementos y el destino. El río es un símbolo: el de la fuerza invencible y lo que depara es un destino, también invencible. No se trata de la peripecia cotidiana sino de algo más.
Su libro de cuentos “Todos los veranos” está signado por la mirada desde las villas miseria. Son las miradas las que hacen la narración, no los hechos. Miradas como la de un niño, sin padre y sin hermano, que se posan en la madre, o en la tristeza de un automovilista que pasa.
Hizo su primer viaje a Cuba cuando fue nombrado jurado del concurso “Casa de las Américas”. Más tarde rechazaría la beca Guggenheim, y escribiría “Mascaró”, que cuenta la historia de un circo ambulante: “Todo sucede. La vida es un barco bonito. ¿De qué sirve sujetarlo? Va y Va”.
Una de sus novelas “Alrededor de la jaula”, fue llevada al cine por Sergio Renán, con el título de “Crecer de golpe”.
En un escenario narrativo que es puro presente, con personajes de los que no sabemos nada, los escenarios (la costanera, el barrio y, más que nada el zoológico) se despliegan en detalladas descripciones de esos escenarios y de un mundo que fluye más allá pero que resulta ajeno a los personajes.
Su génesis se remonta a los paseos al zoológico con su hija Alejandra y la fantasía de liberar a los animales, prisioneros, del mismo modo que los seres, de una realidad que no habilita la rebelión, ni aún a nivel individual y cuando esta se produce la represión se moviliza con toda su fuerza.
Sus otras novelas responde a otras estéticas absolutamente diferentes: el existencalismo y el relato de un viaje, casi fantástico y su descubrimiento.
Un destino que llama a la puerta
Su barco fue y fue, remontó el rumbo de la militancia política y finalmente recorrió su camino, el elegido.
El 5 de mayo de 1976, un grupo del Batallón 601 irrumpió en su casa, la desvalijó, durmió a su hijo mayor con cloroformo, se llevó al escritor y a un joven que se alojaba en su casa. Dejaron, intactas pocas cosas, entre ellas, la máquina de escribir y el manuscrito de un cuento “A la deriva”. Marta Scavac, su pareja, recuerda cuando salió, sin dinero y con sus hijos pequeños, a las seis de una mañana helada y lluviosa.
Haroldo Conti no navegó a la deriva. Eligió renunciar y a la vez enfrentar el compromiso de arriesgarlo todo por una utopía. Este destino pone en segundo plano la originalidad de su mundo literario, siempre en transformación y siempre dado en un trabajo estilístico profundamente singular. La edición de sus obras completas ilustra sobre este mundo, su valor y su vigencia y mantienen viva su memoria.