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Ana Gallay, guerrera del vóley y de la vida

La historia de sacrificio y pasión que le permitió ser la referente del beach vóley en el país. Ahora, con nueva compañera, quiere volver a los resultados históricos. Este mes disputará la final sudamericana y una etapa del circuito mundial en Brasil.

“Cuando me recibí de profe agarré dos trabajos fuera de mi ciudad y uno de ellos era en el medio del campo, en Crucecita Octava, a 70 km de Nogoyá. Recuerdo que viajaba en mi moto por caminos de tierra y como entraba a las 8, tenía que salir muy temprano, casi de noche, a las 6.30. Iba muy abrigada por el frío, pero era tan fuerte que igual me agarraban estados de hipotermia. Recuerdo que me bajaba de la moto y empezaba a correr hasta que transpiraba… Cuando se me pasaba un poco, le daba arranque a la moto y seguía. Llegaba congelada a la escuela”. Ana Gallay sabe bien lo que es el sacrificio. Por eso no es casualidad que cuando buscó un apodo para la pareja de beach vóley que armó con Georgina Klug haya elegido Las Guerreras. Ella lo es. Una guerrera del vóley y de la vida que hoy, con otra compañera, busca seguir haciendo historia en el deporte que ella misma popularizó con resultados impensados en los últimos seis años.

Que haya elegido trabajar en el campo tiene su lógica. Ana vivió allí en los primeros ocho años de su vida. Allí, sin amigos con quien jugar, tuvo a la pelota de vóley como su principal entretenimiento. Una relación que trasladó cuando su familia se mudó a la ciudad, puntualmente a Nogoyá. Una citación al seleccionado entrerriano, a los 13, terminó de obsesionarla y por eso durante cuatro años se entrenaba sola en la semana en su pueblo y cada fin de semana viajaba hasta Aldea Brasilera –a 120 km- para poder competir. A su familia siempre le costó económicamente, pero nunca dejó de empujarla hacia su pasión y Ana hizo lo suyo. Para bancar los gastos ella, por caso, vendía publicidad en sus remeras. “Los comercios del pueblo me ayudaban”, recuerda. A los 18 se mudó a Gualeguay para estudiar Educación Física y, como todo costaba el doble, decidió abandonar el vóley para dedicarse de lleno a la carrera. Hasta que un día 2006 se anotó en un curso de árbitro de beach vóley y allí empezó otra historia. “El beach vóley me atrapó como disciplina y me sirvió porque lo podía practicar en verano sin descuidar los estudios”, cuenta Gallay, de 32 años.

La entrerriana de 32 años ya fue a dos Juegos Olímpicos y logró un oro panamericano. Quiere más en este 2018.

Lo que vino después es más conocido. Ana se convirtió en la mejor del país en beach y escribió la historia con parejas distintas. Con Virginia Zonta llegó a los Juegos Olímpicos de Londres y con Klug logró el oro panamericano en 2015, estuvo en Río 2016 y se destacó en el circuito mundial. Ahora, hace meses, eligió a Florencia Pereyra como nueve compañera y está volviendo a dar pelea a las mejores parejas del mundo. En los próximos días (11 al 13) disputará la final sudamericana en Lima (intervendrán ocho países) y luego viajará a Itapema (Brasil) para una fecha del circuito mundial. El objetivo final es llegar de la mejor forma posible a los Juegos Odesur de Cochabamba. “Todo el sacrificio de aquellos años me sirvió para desarrollar mi carrera y mi persona. Cuando las cosas cuestan se disfrutan y valoran más. Vengo remando hace años con el beach vóley, logré cosas, voy por otras y, de paso, me gusta ayudar a quienes lo necesitan”, dice quien hace meses se sumó el programa solidario Huella Weber.

Gallay admite que en Argentina no hay un circuito fuerte ni existe la infraestructura que poseen las potencias, pero ella tiene un intangible. “Yo busco siempre superarme y tener una compañera que vaya para la misma dirección”, explica quien apenas mide 1m73, varios centímetros menos que muchas rivales. “Lo suplimos con gran entrenamiento, muchos sistemas defensivos y mucho huevo”, acepta quien asegura que la voluntad es su principal virtud. “Soy una obsesiva del entrenamiento y nunca te ‘robo’ una repetición”, detalla. Con el retiro de Klug, para Gallay empezó el proceso de búsqueda de una nueva compañera. “Costó muchísimo, cerca de ocho meses… Hasta que vi a Fernanda en los Juegos de Playa. Hace poco arrancamos y tenemos mucho por mejorar, pero en cada entrenamiento veo progresos y eso me pone feliz y me deja seguir soñando”, cuenta Ana. Ahora se vienen semanas importantes. “La final sudamericana es importantísima porque otorga puntos para el tour mundial, luego viene justamente una fecha de ese circuito en Brasil y más tarde los Odesur en Bolivia, donde buscaremos una medalla”, asegura la entrerriana.

Pero, claro, su historia es tan fuerte que, cuando se enteró que había un programa social vinculado a deportistas, quiso formar parte. Quería ayudar. Y así fue que se sumó al programa de Weber Saint Gobain que hace años forman muchos de los mejores deportistas del país (Pareto, Molinari, Dahlgren, Chiaraviglio, Toledo, Grabich, Delfina Merino, entre otros). “Me encantó poder empezar a formar parte. Ayudar al que más lo necesita me emociona”, reconoce. En Huella Weber cada deportista elige un lugar para mejorar o refaccionar con materiales. Y, en su caso, pidió que fuera el comedor “Dulces Sonrisas” en Mar del Plata, la ciudad que eligió para vivir y, claro, entrenar con más facilidades. “Visité el merendero y me fui emocionada. Ver a chicos con tan pocos recursos poder estar en un lugar agradable y que se sientan bien te da mucha satisfacción”, cuenta. De aquella nena de campo a esta deportista reconocida. Sin olvidar sus raíces.

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