por Diana Cohen Agrest
“No hay nada nuevo bajo el sol”, leemos en el Eclesiastés. Y la sentencia se confirma, una vez más, cuando nos enteramos que el pediatra Ricardo Russo tuvo predecesores igualmente ignotos en otras latitudes. Dos años atrás, la versión on line del diario inglés Daily Mail contaba el caso del Dr. Jonathan Walsh, un pediatra que utilizó un complejo programa de limpieza de discos duros para ocultar la descarga de 27 películas de abuso infantil mientras atendía a niños muy enfermos.
Al igual que en el caso que hoy nos estremece, el pediatra pedófilo se vale de la confianza que el paciente, y sus padres, depositan en él, en su lugar de poder y en la jerarquía social que se le suele atribuir al “Doctor”.
Pero el profesional no sólo traiciona el Juramento Hipocrático y sus obligaciones de velar por el bien del paciente y respetar su intimidad.
Los valores en juego son tan o más imperiosos: porque en el caso del Hospital Garrahan, su misión es curar y cuidar a niños que sufren una triple vulnerabilidad: por ser niños, por sufrir una enfermedad y por pertenecer, a menudo, a los segmentos socioculturales más carenciados de la sociedad.
Cuando la pedofilia no sólo se ejerce por un perverso placer -ya condenable de por sí- sino que por añadidura, se lucra con ella, formando parte de una red internacional delictiva, este delito condensa lo más execrable de la condición humana.
Dentro de la profesión médica, la pediatría ofrece dicho acceso.
El pediatra, generalmente un miembro querido y de confianza de la comunidad, tiene contacto íntimo y, a menudo, privado con los cuerpos de los niños.
Cuando el pediatra es un pedófilo, los intereses y las necesidades de muchas partes se ven comprometidos: las necesidades de los niños para estar libres de abuso y explotación y confiar en los cuidadores adultos, las necesidades de la profesión médica para mantener sus estándares de atención y su estado dentro de la comunidad, y las necesidades de la comunidad para mantener el orden social y confiar en aquellos de quienes depende para el cuidado de los niños.
Curiosamente, los pedófilos son gente respetable, y nadie sospecha de ellos, pero buscan contextos que les facilitan el ejercicio de su perversión.
Quien fue descubierto no es un médico pedófilo. Es, en todo caso, un pedófilo que se valió de una de las profesiones más excelsas, aquella que se ocupa de cuidar y curar del otro, para traicionar su profesión, a sus colegas, a la institución que lo cobijó. Y, fundamentalmente, a todos los que creyeron en su guardapolvo blanco.
(*): Doctora en Filosofía (UBA). Magister en Bioética (Monash University). Miembro de la Sub Comisión de Ética de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).