Cultura

Grandes libros, pequeños lectores: “Las casas de Efraím”

Este cuento de Vanesa Di Stéfano e ilustrado por Daniela López Casenave viene a engrosar la serie de historias que, en los últimos años, dan protagonismo a los ancianos.

“Las casas de Efraím”

Vanesa Di Stéfano

Daniela López Casenave (ilustraciones)

Buenos Aires

Colihue

2024

Por Elena Stapich (*)

Este relato está dividido en cinco partes que narran la historia de Efraím, en la que dos objetos lo acompañan: la carretilla destartalada y la caja de herramientas. Pronto nos enteramos de que hubo una guerra y Efraím –que ya es un anciano- necesita reparar el daño que ella produjo. Y nuestro personaje, que no es rico pero posee un amplio jardín abandonado alrededor de su casa, se da a la tarea de construir en él un puñado de casas perdurables: “un espacio poblado de invención, de magia, de encuentros”.

Las casas que proyecta y construye Efraím son de piedra, de caracoles, de vegetación y de lanas y retazos de tejido. En cada una de ellas deja un mensaje para los posibles habitantes:

“Que estas piedras te recuerden la muralla. / Que nunca es tan alta como para no ver del otro lado. / Que siempre queda un huequito por donde espiar / y no perder la esperanza”.

Efraím coloca carteles que invitan a pasar a su jardín y pronto ve que chicos y grandes se acercan y lo convierten en el jardín de todos, mezcla de plaza de juegos, parque de diversiones, refugio contra la intemperie, parque natural y punto de encuentro. A su vez, Efraím se siente feliz allí, en su paraíso perdido y recuperado, y dice adiós a sus días de soledad, “antes de que el tiempo lo destejiera de a poquito”.

“Las casas de Efraím” fue incluido en la colección Los Libros del León, destinado a lectores infantiles y juveniles. La sencillez de la historia no debería hacernos perder de vista sus desafíos: la voz narrativa no se limita a contar los hechos, sino que intercala descripciones breves (“Solo unos rayitos de luz entraban por los vidrios cargados de arañitas tejedoras.”) y emplea un vocabulario por momentos complejo: “Su soliloquio se convertía en melodía rutinaria para la hora de la siesta.” Es decir que hay una apuesta dirigida a lectores entrenados, o bien a mediadores que sepan tender los puentes necesarios.

En cuanto a la ilustración, las imágenes se apegan al texto y han sido realizadas con técnicas variadas, entre las que se destaca el collage, que recupera hojas cuadriculadas y recortes con diferentes texturas; hay sellos, pasteles, acuarelas. Quienes gustan de observar los detalles representados tendrán material para sus exploraciones.

Este cuento viene a engrosar la serie de historias que, en los últimos años, dan protagonismo a los ancianos. Una saludable manera de ingresar “lo otro” a la literatura para las infancias.


(*) Socia fundadora de la ONG Jitanjáfora. Redes sociales para la promoción de la lectura y la escritura. 

 

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