Reseña de la ONG Jitanjáfora sobre este libro-objeto, que propone revisitar la poesía del brasileño Manoel de Barros.
“El niño que cargaba agua en el colador”
Manoel de Barros
María Wernicke (ilustradora)
Traducción de José Ioskyn
Córdoba
Portaculturas
2022
Por Elena Stapich (*)
En el inicio, alguien dice: “Tengo un libro sobre aguas y niños. / Me gustó más el niño que cargaba agua en el colador”. Esta imagen nos recuerda a una parábola en la que el discípulo se queja de que lo que lee se le olvida, a lo que su maestro responde pidiéndole que le traiga agua en un colador. Previsiblemente, por muchos viajes que haga, es una tarea imposible.
Cuando el discípulo se da por vencido, el maestro le señala que no trajo agua, pero dejó el colador bien limpio. Moraleja: así pasan las lecturas por nuestra mente; no las retenemos pero la van dejando brillante. Pero nuestro libro no plantea una enseñanza, aunque da en qué pensar. Por ejemplo, en la frase de Alicia Genovese: “La singularidad de la imagen puede mellar el pensamiento aceptado”.
El pensamiento aceptado -o sentido común- nos dice que la del niño es una tarea inútil. “La madre dijo que cargar agua / en el colador / era igual que robar un viento / y salir corriendo con él / para mostrárselo a los hermanos”. Pero en la infancia se encaran tareas imposibles, como juntar monedas que permitirán comprar una casa o guardar helado en el bolsillo para convidarle a alguien. Porque “Al niño le encantaban / los disparates”. Y podríamos agregar: ¿a qué niño no?
El poema reflexiona sobre la poesía (metapoesía): “con el tiempo descubrió que / escribir sería lo mismo que / cargar agua en el colador”. A partir de entonces, aprendió a usar las palabras para convertirse en otro, para hacer travesuras, prodigios. Una suerte de mago: “¡Hasta hizo dar flores / a una piedra!”. Entonces la madre comprende que su hijo será poeta: “Vas a cargar agua en / el colador toda la vida. / Vas a llenar los vacíos con tus travesuras. / Y algunas personas te van / a amar por tus disparates”.
Texto e imágenes se dan la mano. Los personajes son tiernos monigotes, en un espacio vacío, a veces acompañados de formas redondas: charco, nube, piedra, pez. Todo se resuelve con dos colores: negro y un celeste pastel. La cuidada edición trae sobrecubierta y un señalador, como en los otros libros de la colección Periquito.
(*) Integrante de la ONG Jitanjáfora. Redes sociales para la promoción de la lectura y la escritura.