Por Carlos Schilling
El mismo mar se pierde en otros mares,
las olas son su tema, el sol que arma
y desarma el amor sobre los cuerpos
sumergidos. ¿La bruma de mi nombre,
su firme voluntad de firmar todo,
cada parte del todo, el mar y el cielo,
es la materia misma donde el cielo
y el mar se desvanecen? ¿Firmo mares?
¿Firmo cielos? No: firmo Fogwill. Todo
fulgor marcado puede ser un arma
bajo el sol, todo grito que te nombre
puede anunciar tu muerte. Somos cuerpos
que se abrazan y se rechazan, cuerpos
marrones de un marrón que sólo el cielo
sabe que es mar y ron. ¿Qué amargo nombre
murmura ese llamado que en los mares
resuena? ¿Qué reclama? ¿Cómo arma
una frase marina donde todo
parece ser la música de todo
lo perdido? Sumar, sumir los cuerpos,
decir que en cada ola que se arma
otra ola se desarma bajo el cielo:
maneras de olvidarse que los mares
nunca dicen las letras de tu nombre.
¿Y qué dicen al no decir tu nombre?
Escuchemos mejor: rumores. Todo
ese clamor que viene de los mares
y forma espuma y roza nuestros cuerpos,
y confunde las voces entre el cielo
y el infierno solar, todo se arma
con la misma pasión con que se arma
un rumor. Si se escucha como un nombre,
si parece un llamado desde el cielo,
es porque en la marea vuelve todo:
tu mismo cuerpo vivo en otros cuerpos
y el mismo mar perdido en otros mares.
Arrojaron sus cuerpos desde el cielo,
borraron cada nombre, pero es todo
un arma la memoria de los mares.
(De Formas de ver el mar, publicado en el libro “Poesía de pensamiento. Una antología de poesía argentina”)