Desde la Antigüedad, mujeres y hombres no reciben la misma educación. Para ellos el mundo, para ellas la casa. En “(Mal) Educadas", la autora que nació y creció en Mar del Plata, analizó la manera de quebrar esa desigualdad milenaria. Postula desaprender viejos modelos y “entrenar la mirada”.
Por Paola Galano
La politóloga Florencia Freijo, nacida y criada en Mar del Plata, regresa a la arena caliente de las discusiones públicas con “(Mal) Educadas” (Planeta), un libro en el que viene a recordarnos todos los mandatos con los que fuimos moldeadas las mujeres. Va a fondo con los roles fijos que nos asignaron y las ideas que, desde la Antigüedad hasta nuestros días, se tejen en torno a un género que, explicó, fue narrado desde la otredad por varones extrañados y distantes.
Mujeres descriptas como seres emocionales y afectuosos, varones contados desde lo racional y salvaje. Y, a partir de eso, la doble vía que se estableció: ellas apartadas del conocimiento, ellos en el centro del saber y del poder; ellas criadas para ser gobernadas, ellos para gobernar.
Tal como hizo en “Solas, aún acompañadas”, su primer libro, la autora se vale de historias personales y familiares, algunas muy dolorosas vinculadas al abandono, para hilar un relato que abunda en datos, opiniones y estadísticas.
El resultado es un libro que, en tiempos de feminismo, aporta luz para repensar el lugar que tenemos como mujeres. Y alienta el proceso –difícil- para desaprenderlo todo.
“Escribo para que las mujeres puedan amigarse con las mujeres de su entorno”, dijo Freijo a LA CAPITAL y bregó para que sus lectoras empiecen a estar alertas sobre los lugares, muchas veces no formales, en los que se realiza esa educación femenina, ese “deber ser” incuestionable: la casa, la familia y la escuela, y también los medios de comunicación, la publicidad y ahora las redes sociales.
Freijo es una activa creadora de contenidos en las redes: un territorio en el que busca construirse como “influencer” pero que, a la vez, le deja un sabor “agridulce”. “Sí, las redes sirven (para la militancia) pero igual son un suplicio –narró-. Las personas descargan sus frustraciones con la primera que está expuesta”.
En una extensa entrevista con este diario, la autora se explayó sobre la importancia de la ley de Educación Sexual Integral (ESI) como elemento que pueda forjar otra educación, opinó sobre el feminismo y habló sobre el modelo de mujer empoderada que postula la publicidad actual, a partir de la ebullición del movimiento de mujeres.
“Mientras creemos que hay lugar para la mujer empoderada, seguimos trabajando entre tres a seis horas, en todo el mundo, más en nuestros hogares que los varones. Eso sin contar los hogares feminizados”, apuntó.
-Es común escuchar en los últimos años la frase orientada a los varones: “Tenés que deconstruirte”. No obstante, a juzgar por lo que planteás en el libro ¿las mujeres también tenemos que deconstruírnos?
-El libro se llama “Mal educadas”, pero habla de una educación social y cultural que recibimos todas las personas. Hay una educación de base que es social y sexual. Toda educación es sexual, y parte de lo que la sociedad cree que son los intereses de los varones y los de las mujeres. Basta con entrar a una juguetería para evidenciar esta segmentación. En mi libro sostengo que las mujeres desde la antigüedad estuvimos relegadas de los espacios en donde el proceso del conocimiento se formaba. El comediógrafo griego Menandro decía que “quien enseña a una mujer a leer y a escribir, sepa que proporciona veneno a una serpiente”. Desde la antigüedad se consideraba que una mujer formada, con voz pública, era un peligro. Diversas investigaciones hablan de la violencia que sufren las mujeres en el ámbito político. Por ejemplo, un estudio de la organización ELA durante el 2018 expresaba que el 58% de las mujeres en actividad política habían quedado afuera de reuniones importantes de su sector, a su vez de que la mayoría de las entrevistadas había sufrido discriminación sexistas en el ejercicio de su actividad. La mala educación construye estereotipos de género, y construye un tipo de comportamiento en donde las mujeres somos las rectoras morales de otras mujeres. Entre nosotras mismas siempre nos estamos señalando la falta, nos violentamos, nos juzgamos con estos estereotipos construidos sobre la mala educación: la puta, la vividora, la bruja. Entre ellos son más permisivos, hay un pacto de caballeros inquebrantable, se miran con más amorosidad entre ellos y admiración. En lo personal escribo para que a partir de entender nuestra condición, las mujeres puedan amigarse con las mujeres de su entorno. Desde mi primer libro, Solas aún acompañadas, todos los días recibo mensajes sobre cómo mejoraron las relaciones con sus madres, compañeras de trabajo, hermanas, amigas. Como que a partir de notar todo lo que las mujeres cargamos dentro, esto les generó una mirada más empática sobre la otra.
-¿Por dónde empezar ese “desaprendizaje”?
-Hay muchos lugares, pero creo que la información es vital. La información nos da poder, es urgente saber por qué nos pasa lo que nos pasa, cómo ha sido nuestra historia, la que no nos contaron. También entrenar una mirada aguda sobre “qué cosas nos educan”: las publicidades nos educan, lo que catalogamos como “humor” nos educa, que las reuniones ministeriales sean entre varones nos educa. Hay información que absorbemos desde el mundo, que nos resulta natural, y en realidad tiene que ver con esta educación segmentada, y que nos sigue fraccionando cuando no se trasforma la realidad.
“Es hora de dejar de poner el ojo en ‘las malas feministas'”.
-¿Considerás que los contenidos vertidos en torno a la ESI (Educación Sexual Integral) desde temprana edad ayudarán a ese proceso de educación y socialización de las mujeres de un modo no patriarcal?
-Exacto. No solo de todas las mujeres, sino de todas las personas. La ESI es mucho más que una educación basada en lo biológico. La ESI es entender formas de acercamiento con los pares. Mi hijo va a colegio católico y en el marco de la ESI vieron las mujeres de la Revolución de Mayo. Hay un desconocimiento atroz sobre la importancia de la ESi. La ESI viene a mostrarnos a las mujeres en otros roles, viene a cuestionar que siempre leamos autores varones en nuestras bibliografías académicas, viene a hablar de esta cultura que educa a los hombres para la agresividad y la conquista, y a nosotras para tener vergüenza de pedirle a los varones que se pongan un preservativo. Yo quiero que las infancias tengan una educación basada en la igualdad, eso es la ESI, en generar nuevos mecanismos de pensamiento y comprensión que permitan lo vincular desde lugares en donde las mujeres y las identidades de la diversidad puedan vivir en un mundo más amable y en un ámbito del derecho.
-Resulta muy interesante el concepto que esgrimís acerca de que las mujeres fuimos retratadas como otredad por los varones, es decir fuimos contadas por otros, con una gran distancia y un gran desconocimiento. ¿Se hace necesaria una historia de las mujeres que sea escrita por nosotras?
-Algo de esto han dicho numerosas autoras como Christine de Pizan en 1428, o Virginia Wolff, incluso la mismísima Victoria Ocampo. Hablaban sobre esos hombres que hablaban de las mujeres, cómo nos retrataban de manera tan deplorable y la necesidad de una nueva historia escrita por nosotras. Creo que sí, es necesario que haya una historia en donde se visualice con importancia nuestro papel en la historia. Nadie habla de las enfermeras en la Primera Guerra Mundial, donde por ejemplo tenemos a la gran Agatha Christie, nadie habla de nuestro papel en la Revolución de Mayo. Yo me enteré gracias a Felipe Pigna que siempre (desde mucho antes de este boom de bibliografía feminista) escribía con un gran respeto, admiración e igualdad sobre las mujeres importantes de nuestra historia. Así que esto responde otro de los cuestionamientos. Los hombres también pueden y deben escribir con verdad, sobre nuestros roles. El cambio es de todas y todos, sino es imposible. Noto que cuando las mujeres escriben sobre la condición social y de esta división sexual, son leídas solamente por mujeres: “las cosas de minas” ¿no? Pero cuando los varones escriben de historia, ahí sí, la Historia Universal. Necesitamos varones que escriban, investiguen y también sean lectores y consumidores, para poder tener conciencia sobre su propia condición y sus privilegios.
-En varias partes del libro señalás el riesgo de que la publicidad y los medios traduzcan el feminismo que se vive en las calles en un modelo de mujer fuerte, empoderada, heroína pero a la vez vacío, políticamente correcto, que no apele a la verdadera transformación social. ¿Cómo defendernos de eso?
-En realidad señalo sobre el traspaso de los mandatos: la buena mujer, cuidadora, madre, al de la mujer profesional que puede con todo. Hace un tiempo había una publicidad de la mujer que le hablaba a sus empleados con ímpetu y, con dulzura, por la noche le leía a su hija un cuento antes de ir a dormir. Esto no es real, esa mujer llega exhausta a la casa, no lee el cuento con una sonrisa, ni tiene toda la habitación ordenada, la ropa limpia, el pelo perfecto y el maquillaje en su lugar. Mientras creemos que hay lugar para la mujer empoderada, seguimos trabajando entre tres a seis horas, en todo el mundo, más en nuestros hogares que los varones. Eso sin contar los hogares feminizados. ¿Realmente las mujeres encima ahora tenemos que brindar una imagen de empoderadas? Poder es delegar, es decir que no podemos seguir cargando con el peso de todos los mandatos, no podemos estar cambiándonos de traje quinientas horas por día, ni pasar quince horas subidas en tacos agujas porque el mandato de la femme fatal, nos exige encima hacer todo eso de manera sexy. Es desquiciante. Después nos tratan de locas. La locura es esta sociedad perversa que nos lleva al límite ¿somos conscientes de la cantidad de cosas que nos lleva hasta ahí? No, aún no somos conscientes y las seguimos cargando y reproduciendo en nuestro cuerpo. Por esto nos enfermamos, por esto lideramos los índices de depresión, por eso estamos agotadas.
-En (Mal) Educadas entrelazás tu historia personal con el desarrollo teórico. ¿Te parece que es una manera de acercar y de humanizar lo que contás?
-Sí, es mi estilo de escritura. Empezó así desde “Solas, aún acompañadas”, mi primer libro, que incluso es hasta un poco más personal que “(Mal) Educadas”. Esto parte de un hilo: “Todos nuestros problemas que llevamos a terapia como colectivos, son en realidad, personales”. Pero además, me interesa revalorizar la historia de las abuelas, las olvidadas, las invisibles, en un mundo que no reconoce el trabajo más fundamental como indispensable, que es el rol de los cuidados, de los trabajos domésticos. Sin ese trabajo, romantizado en las publicidades, pero invisible en las políticas públicas, el mundo no funcionaría. Creo que el camino para tener una mejor relación entre las mujeres, es mirarnos con mayor dignidad y para eso hay que reconocer a las mujeres de nuestro entorno.
-¿Sirven las redes sociales como espacio de militancia feminista? Por todo lo que contás en el libro, vivís esa exposición en las redes a costa de violencias y odios y falta de entendimiento.
-Sí, las redes sirven pero igual son un suplicio. Las personas descargan sus frustraciones con la primera que está expuesta. Un Estudio de Amnistría Internacional reflejó que las mujeres reciben hasta tres veces más violencia en redes que los varones, es un montón y es algo que se evidencia por ejemplo en Twitter. La manera con la que se nos juzga tiene que ver con esta construcción desde la antigüedad de que las mujeres somos “las malas”, siempre hay algo para señalarnos. No obstante, las redes también sirven para amplificar la palabra y democratizar el conocimiento. Esto me permite llegar a mujeres en lugares remotos que jamás pensé que iba a poder hablarles. Abuelas que se abrieron un Instagram y se animan a contar cosas que tenían calladas. Es muy emotivo. Así que sí, ese es el sabor agridulce de las redes.
-¿Te considerás una “influencer”?
-Sí, por supuesto, y no entiendo por qué hay personas que denigran eso, como si “salir de las redes” fuera menos loable que salir de cualquier otro medio tradicional como la televisión a la radio. Ser influencer de contenidos como los que yo desarrollo es un desafío, pero me encanta, me da la posibilidad de tener la voz que por años a tantas mujeres se les fue negada, y me da la posibilidad de hacer algo distinto de lo que se espera de nosotras. No soy influencer de moda, maquillaje, cuestiones relacionadas al cuerpo (no digo que esté mal, pero es lo que se espera de nosotras), soy influencer de algo muy novedoso como es hablar de nuestra condición siendo politóloga. Cinco años atrás jamás hubiera sentido que mi perfil tenía algo interesante para decirle a la gente, hubieran pensado que se aburrirían. Pero ahora veo tanto interés de mujeres (y algunos hombres) de tantas edades, que me emociona verdaderamente.
-¿Qué le hace falta a los feminismos para hacerse más consistente, más orgánico, más sólido de cara a la sociedad y al poder político?
-A los feminismos nada, tal vez más diálogo. Pero no quiero exigirnos más, de última lo charlaremos puertas para adentro. Parecemos un montón y seguimos siendo minoría social. Creo que lo que tenemos que pensar es ¿qué nos hace falta como sociedad? porque todavía seguimos luchando por las mismas cosas de hace siglos atrás. Creo que es hora de dejar de poner el ojo en “las malas feministas” y empezar a ponerlo en por qué la sociedad no cambió y las mujeres siguen representando y liderando todos los índices de la desigualdad y la violencia sobre sus vidas.