Entre una droga que promete el paraíso, un Dios de la ira, cadáveres con poses demoníacas, pesadillas y fiestas electrónicas, su nuevo libro retrata una ciudad azotada por un extraño fenómeno que provoca muertes repentinas. En entrevista con LA CAPITAL, el escritor reflexiona sobre los límites de la fe, la codicia y la justicia tanto humana como divina.
Por Rocío Ibarlucía
Un fenómeno extraño recorre las calles de Mar del Plata. Cuando el aire se impregna de olor a azufre, una oleada de personas muere de forma repentina y en simultáneo. Los cadáveres quedan en una postura antinatural, con la espalda arqueada en una U invertida, una pose idéntica a la registrada en los casos extremos de tétanos y parecida a las representaciones que ha hecho el cine de las posesiones demoníacas.
“Cuando era chico vi la versión extendida de ‘El Exorcista’ y no me olvidé nunca más la escena en que la niña baja las escaleras como una araña. Sabía que con esa imagen que me traumó en la infancia iba a hacer algo”, contó el escritor y abogado marplatense Federico Aliende en una charla con LA CAPITAL. Y lo hizo: transformó ese trauma en una imagen clave de su nueva novela, “El Súbito”, publicada por Larría Ediciones y presentada el domingo 27 de octubre en Espacio Chauvin.
Tras escribir “Labios del fin del mundo” (2015) e “Infierno verde” (2021), Aliende crea una nueva historia, esta vez situada en una Mar del Plata apocalíptica, amenazada por un misterioso suceso que los diarios pronto bautizan como “El Súbito” e informan que sucede en todo el mundo.
Estas muertes masivas transforman la fisonomía de la ciudad: pilas de cuerpos se van acumulando en las veredas, un “silencio líquido y espeso” flota en el aire, las instituciones no dan abasto y los pocos sobrevivientes esperan la inminencia de la muerte como pueden. Algunos buscan consuelo en los bares; otros se agolpan en las puertas de la Catedral, desesperados, en busca de la salvación divina; y los más selectos tienen el privilegio de asistir a aquelarres infernales con música tecno, drogas y orgías en un balneario del sur, mientras esperan su turno en esta suerte de ruleta rusa que se repite todos los días.
La trama, entonces, se mueve entre la distopía, el policial negro y el terror. “Para mí, esencialmente, es una distopía judicial”, explica el autor, porque su protagonista, Tomás Carvajal, no es un detective profesional ni un policía, sino un secretario de una fiscalía que recorre Mar del Plata de una punta a otra en busca de respuestas a este fenómeno que ha derrumbado todos sus planes. En plena crisis de los 40, Tomás estaba a punto de hacer un cambio drástico en su vida: había decidido pedir licencia en el trabajo y separarse de su pareja. Pero el hallazgo del cadáver de su novia, en la misma postura en que se encuentran las víctimas de El Súbito, tira todo por la borda y pone en jaque el sentido de su existencia.
De hecho, el libro despliega en los diálogos y reflexiones del narrador profundos debates en torno a la trascendencia y la justicia tanto humana como divina. Ello se debe a que las muertes parecen estar ligadas a una droga llamada “adc” (anticipo del cielo) que promete a quienes la toman la posibilidad de ascender al paraíso y sanar traumas del pasado, aunque con el riesgo de que sus efectos puedan ser fatales.
¿Qué pasaría si existiera una droga para ascender al paraíso? ¿La probaríamos, sabiendo que podría causar una muerte aterradora? ¿Hasta dónde puede llegar la ambición humana? ¿Somos capaces de desafiar el poder de Dios? ¿Y Dios de qué es capaz si la humanidad quiere robarle su poder? La novela plantea estas y otras preguntas, nacidas de las inquietudes de un autor que, a través de su experiencia en el mundo literario y también judicial, le interesa explorar estos grandes dilemas filosóficos.
En entrevista con LA CAPITAL, Aliende ofrece claves de lectura para adentrarse en “El Súbito”, una novela atrapante e inquietante que, a través de escenas apocalípticas, pesadillescas y psicodélicas, retrata una Mar del Plata de espaldas a su costa –como en la imagen de tapa–, donde parece haber descendido el infierno en la tierra.
-¿Cómo surgió el universo narrativo que construís en “El Súbito”?
-En realidad, surge con mi anterior libro, “Infierno verde”, en el que se relataba una misión secreta que tenía el fraile Gaspar de Carvajal, a quien el Vaticano le encomendaba unirse a la expedición del conquistador Francisco de Orellana por el río Amazonas porque habían recibido informaciones de que podía estar el paraíso terrenal en estos nuevos territorios. A mí siempre me apasionó el tema de la búsqueda del paraíso en la tierra, por lo que ahí hubo un primer germen para esta novela.
-¿Hubo algún disparador puntual? ¿Una lectura, una pintura, una película, una pesadilla?
-Este libro está más influenciado por el cine que por libros. O al menos yo lo pensé más visual. Me acuerdo que viendo “Blade Runner 2049”, me voló la cabeza pensar qué pasaría si realmente la gente accediera a la trascendencia y en qué se convertiría la fe una vez que hayas comprobado la existencia de un más allá. Pero también me planteé la posibilidad de que ese adelanto de paraíso capaz no sea gratis, sino que tiene que haber algún tipo de consecuencia.
El proceso de escritura funciona de una manera bastante diferente para cada escritor. En mi caso, pienso qué es lo que necesito para cada capítulo y voy a leer. Por ejemplo, como quería que el protagonista fuera una especie de callejero por Mar del Plata, fui a (Michel) Houellebecq. También leí “Relato soñado” (de Arthur Schnitzler), que es una novela chiquita sobre la cual se basa “Ojos bien cerrados” de Kubrick. De ahí tomé el tema del protagonista que recorre una ciudad y tiene esa tentativa erótica, esa pulsión del placer pero también de la destrucción.
También me inspiré en la filmografía de (Werner) Herzog, con “Fitzcarraldo” y “Aguirre, la ira de Dios”. Siempre me interesó la temática de la religión pero desde la posibilidad de un Dios más furioso, no tanto el concepto del Dios del Nuevo Testamento sino el del Antiguo Testamento, un Dios de la ira.
Federico Aliende (Mar del Plata, 1984) se desempeña como instructor judicial del Ministerio Público Fiscal de la provincia de Buenos Aires.
-¿Por qué elegiste a Mar del Plata como escenario de esta novela y qué cara de la ciudad quisiste mostrar?
-Yo lo que quería era plantear una Mar de Plata fuera de temporada. Que la gente también vea que el mar, que es sinónimo de esparcimiento, vacaciones y disfrute, puede ser también una frontera, un límite para las personas que viven acá.
-¿En qué sentido el mar como frontera? ¿Como un límite que no permite ver más allá de uno, que impide el contacto con el afuera?
-Sí, como ensimismamiento. Y quise plantear también la indiferencia de la costa para el marplatense. Siempre me causa gracia cuando viene gente de otros lugares y te envidia por tener todos los días la costa y yo pienso que hay veces que ni la veo. Por eso, la imagen de la portada es la avenida Colón pero no mirando el mar, sino de espaldas al mar.
Mar del Plata es una protagonista más que va apareciendo. A diferencia de lo que fue “Labios”, con una trama que sucede gran parte en un departamento, acá intenté que se recorra la ciudad y se vaya de las playas del norte a las del sur, de Tribunales a una mansión en Los Troncos, del Cementerio Parque y los telos de Independencia a Sierra de los Padres. De ese modo, quería que el lector pueda identificar estos lugares y entender un poco cómo es esa Mar de Plata fuera de temporada, que muchas veces resulta agobiante y otras veces resulta de mucha tranquilidad para el marplatense.
-¿Sentís que haya una idiosincrasia marplatense que esté representada en la novela?
-Bueno, la novela arranca con el protagonista imaginando que se incendia Mar del Plata…
-Hay una relación de amor-odio con la ciudad, ¿no?
-El protagonista tiene un amor-odio con la ciudad y con casi todo. Está en plena crisis de los 40, entonces está enojado con todo, todo le molesta y tiene que definirse por su ciudad, por su pareja, por su trabajo y creo que Mar del Plata la liga. Sin embargo, se siente muy cómodo desplazándose por la ciudad. Nosotros vivimos en una ciudad donde con un tema de música llegamos a cualquier lado y eso no se paga con nada. Tenemos sierra, tenemos playa. Entonces, en ese amor-odio creo que el protagonista intenta definirse por algún lado, no sé si la termina amando u odiando.
-El protagonista trabaja en Tribunales, un mundo que conocés muy bien por tu profesión. ¿Cómo influye tu experiencia laboral en la construcción del personaje?
-A mí me pasa con los protagonistas que, por lo general, soy yo en un multiverso. Agarro un punto de partida e imagino un camino que no tomé. Hace 17 años que trabajo en el Poder Judicial y ya sé lo que son las prácticas, las deficiencias, la garra que se le pone al laburo, la forma de investigar, los tiempos o las técnicas. Hay que estar en el mundo judicial para que sea verosímil.
Creo que llevo a la abogacía y lo que es la Fiscalía en la sangre. A mí me apasiona mi trabajo, aunque reniegue constantemente porque a veces el tiempo no alcanza o las cosas se complican. Para todos los que trabajamos en la Justicia, si no te apasiona, no podrías trabajar porque lo que ves diariamente te doblegaría. Una cosa es cuando ves un caso en la televisión, pero cuando lo tenés ante tus ojos y tenés víctimas, hay un dolor dando vueltas. Si realmente no te apasiona, no podrías estar ahí. Es cansador pero no elegiría otro trabajo.
-Describís Tribunales como un edificio en ruinas, infestado de fantasmas, de pilas de expedientes sin resolver. ¿En esa representación se esconde una mirada crítica del sistema judicial actual?
-Yo creo que se ha avanzado bastante con la digitalización. O sea, la descripción que hago de Tribunales capaz que es antes de la pandemia, cuando había papeles y papeles y papeles. Esa pila de causas que se describen en el libro cada vez son menos. Sí la estructura del edificio de Tribunales quedó viejísima y no es práctico, estamos en el medio del centro, no se puede estacionar, la gente no puede llegar. Por otro lado, es un espacio laberíntico, con muchos pasillos y cuando vas a trabajar a la tarde, no hay nadie y sentís los focos que hacen ruido o una puerta que se abre sola. A todo eso le sumás, si querés, una cuestión más literaria: que la gente va a Tribunales no a comprar un celular, va siempre con problemas. Por eso en el libro se dice “en las grietas está el dolor”, porque hay en el aire una sensación de densidad, es un aire impregnado de sufrimiento y dolor, que quise describir en la novela.
“¿Qué pasaría si se comprobara a través de la ciencia que hay algo más allá de la muerte? ¿La religión seguiría existiendo? ¿Se reforzaría el concepto de un Dios?”, se pregunta Federico Aliende en su última novela.
-Ante la aparición del Súbito, hay personajes que tratan de buscarle una explicación racional y otros una religiosa. ¿De dónde viene tu interés por llevar a la ficción esta tensión entre ciencia y religión?
-Yo tengo una base religiosa de colegio católico. De ahí uno puede salir con un temor a Dios, pero, a pesar de eso, salís con fe. Con los años, me empecé a preguntar: ¿y si la fe no es un pensamiento mágico? ¿Qué pasaría si se comprobara a través de la ciencia que hay algo más allá? ¿La religión seguiría existiendo o no? ¿Se reforzaría el concepto de un Dios o no? Siempre tuve esa inquietud de plantearme si la fe existe porque la ciencia todavía no puede explicar ciertas cosas. Un placebo para que podamos seguir viviendo. Esa dicotomía entre fe y ciencia está.
Después, lo religioso siempre deriva en lo filosófico, porque entiendo que la religión se vincula con la moral y con la ética y rige a los hombres. La religión da los pecados y el Código Penal da los delitos. Y si no hay religión, no hay pecados. Nos quedaría solamente el orden jurídico y no sé si sería suficiente para una sociedad, habría que tantear. Tampoco planteo una teocracia.
Entonces, la derivación de la existencia de Dios, de la posibilidad de que exista, creo que nos condiciona. Y el protagonista no le encuentra una salida hasta que decide buscarla por él mismo con un resultado incierto, capaz…
“Yo creo que el humano tiene una pulsión hacia la destrucción y que, por más que nos digan que no, comeríamos la manzana”.
-¿Podría pensarse que la novela plantea una analogía entre la justicia divina y la justicia humana? Porque, por un lado, se narran las deficiencias del sistema judicial y, por otro lado, aparece la justicia divina que es capaz de ascender al paraíso a los justos y condenar al infierno a los pecadores.
-El concepto de justicia representado en Tomás es una justicia imperfecta, pero humana, que hace lo que puede. En su recorrido, esa justicia empieza a desaparecer y a ser reemplazada por la justicia divina, que se esparce por el mundo y por Mar del Plata. Y logra que los feligreses empiecen a agolparse en las puertas de la iglesia, que los no creyentes sean creyentes. El tema es qué concepto de justicia divina tenemos.
-En la novela, es un Dios furioso, de la ira, como comentaste…
-Porque entiendo que Dios se puede enojar porque transgredimos lo que no había que transgredir. Y también lo planteo en el ámbito de la realidad: ¿qué pasaría si se inventara una droga que pueda hacer esto? ¿En qué papel nos ubicaríamos? ¿La probaríamos si tenemos una posibilidad de encontrarnos con un ser querido, pero no como una alucinación, sino realmente para despedirnos de ese ser aunque eso implique que Dios se enoje? Y yo no sé…
-Este dilema me recordó al mito de Prometeo. ¿Qué pasaría si los humanos desafiáramos a las leyes divinas o lo que sea que esté más allá de nosotros?
-Bueno, ya lo decían los griegos hace mucho tiempo. Yo creo que el humano tiene una pulsión hacia la destrucción y que, por más que nos digan que no, comeríamos la manzana. Creo que lo que se plantea en el libro es que el adc y el Súbito empiezan a formar una especie de uróboro infinito en el que la gente por medio del Súbito consume adc y entra en una espiral de la que no puede salir. Ahí sí veo que Dios puede estar jugando un poco los dados, de decir estoy enojado por lo que hicieron, pero por otro lado sigan haciéndolo y los voy a seguir condenando. Es una especie de Dios vengativo y no el Dios de la bonanza, la tranquilidad y la misericordia del Nuevo Testamento. Capaz que no es Dios, capaz que es el otro, el Diablo. Intenté plantear esa dicotomía de no saber si eso que estaba pasando podría ser consecuencia de Dios que está enojado o del Diablo que cooptó el cuerpo.
-¿Encontrás una continuidad de temas y de forma entre tus tres novelas publicadas?
-En cuanto al estilo, intento hacer una escritura depurada, no muy descriptiva, bastante directa y fácil de leer. En este último libro planteé que los capítulos se puedan leer como cuentos y que cada uno pudiera dejarte pensando respecto de un tema en particular: la religión, la muerte, la trascendencia, la justicia, la posibilidad de abandonar todo y empezar de cero, crisis de pareja, situaciones de violencia de género, de abuso…
Por otro lado, a mí lo que me pasa con la escritura es que uno va depositando los fantasmas que tiene en esa época. Con “Labios” se planteaba más un concepto de amor y de necesidad; en “Infierno verde”, era más una búsqueda enmascarada en un viaje por el Amazonas; y acá, me fui a la filosofía, quise interpelar la creencia de algo superior. Siempre elucubro cómo sería Fede tomando esta decisión. Sin embargo, uno no puede tomar todas las decisiones que se imagina. Entonces, las escribo.