Por Fabrizio Zotta
I.
La sombre terrible de Facundo ya no podrá levantarse para explicarnos nada.
A los 20 minutos de las 5 de la mañana del jueves 9 de julio de 2011, sobre el Boulevard Liberación, en la ciudad de Guatemala, fue asesinado, con tres balazos –uno mortal, en la cabeza- Facundo Cabral. La fecha y el nombre de la calle son parte de las ironías de las cosas.
La semana pasada, la justicia de Guatemala condenó a 50 años de prisión a los autores, tanto los materiales, como el intelectual. El conductor de la camioneta en la que viajaba Facundo se llama Henry Fariña –quizá otra de las ironías, en los tiempos que corren. Es el empresario que organizó su concierto en Guatemala, y que se había ofrecido a llevarlo al aeropuerto para volar con rumbo a Nicaragua, donde seguiría con su gira. Facundo había propuesto viajar en autobús.
A Fariña estaban dirigidos los 25 disparos que Elgin Vargas, Wilfred Stokes, Juan Hernández y Audelino García realizaron tras la orden de Alejandro Jiménez, alias “El Palidejo”, luego de interceptar la camioneta a poco de salir del hotel. Fariña se salvó del ataque, y desde 2012 está preso en Nicaragua. Tiene condena hasta mediados de 2042 por los delitos de transporte internacional de drogas, crimen organizado y lavado de dinero en perjuicio del Estado de Nicaragua. La pena máxima de ese país.
La prensa en aquel momento habló de un cantante ético, contratado por un empresario narcotraficante, aunque durante un tiempo se especuló sobre que el blanco de los disparos era el propio Cabral. Todo fue aclarado por la justicia el pasado 7 de abril, al dictar sentencia.
Como sea, en los videos de seguridad del hotel Grand Tikal Futura se lo ve a Cabral cargar el bolso de mano en el asiento del acompañante de la Range Rover blanca de Fariña. Murió 4 minutos después.
II
Sufrir es una pérdida de tiempo.
-Déjelo venir –le dijo Perón al custodio. -¿Vos querías hablar conmigo?
– ¿Hay trabajo?
Perón miró al nene de 9 años que estaba colgado del estribo del auto, a pocos metros de la catedral de La Plata. Tardó unos segundos en responder.
Del otro lado del auto, inclinando su cabeza hacia adelante, y levantando un poco la voz, Eva Duarte dijo:
– Por fin alguien que pide trabajo y no limosna. Por supuesto, mi amor, que hay trabajo. Siempre hay trabajo.
Era el 19 de noviembre de 1946, y Facundo Cabral, a los 9 años, recibió de Eva el primer ejemplo ético de su vida, y quizá el más grande, según le gustaba contar. Había escuchado de un vecino que le dijo a su madre “Parece que hay un presidente al que le interesan los pobres”, y se fue a Buenos Aires a pedir trabajo. Allí un desconocido le pagó el tren para que pudiera verlo en el Tedeum por el aniversario de la ciudad de La Plata, y pasó la noche esperándolo en la Plaza Moreno. Cuando llegó el auto que transportaba a Perón logró meterse entre la seguridad y hablar con él, y con su esposa. “Ella me salvó la vida”, contaba.
La vida de Cabral sólo es conocida a través de los relatos que hizo de sí mismo. No hay biografías. Casi ningún informe documental sobre él. Nos contó que fue analfabeto hasta los 14 años, alcohólico, violento. Estuvo preso, fue un vagabundo. Conocemos lo que quiso contar, con la épica que tenían sus canciones y relatos. Todo tiene, pues, un manto de sospecha. Alberto Cortéz, escribió, con prudente bondad, que fue “un personaje controversial que se inventó a sí mismo.”
Posiblemente poco de lo que narraba sea verdaderamente biográfico, como esta escena con Perón y Evita. Sin embargo el artista no mentía. Su función era cantar la paz de los pueblos, llevando la libertad, la esperanza, la religiosidad –y hasta el misticismo- a la Patria Grande. Su mensaje era él mismo, y por eso no puede ser mentira una creación artística.
La justicia guatemalteca le quitó definitivamente el misterio a la muerte de Facundo el último 7 de abril. Su vida, en cambio, seguirá en el plano confuso entre la realidad y la ficción, y no está mal que así sea.
Ya poco se habla de él. Pero aun cuando ya nadie lo recuerde, quienes lo mataron seguirán todavía presos. Sería un aliciente, si no fuera porque para Facundo ya no hay ni edad, ni porvenir.