Arte y Espectáculos

Facundo Arana: “Mis infiernos son tan profundos como altos son mis cielos”

Multifacético, comprometido, curioso, inquieto, sensible, disfruta sus últimos días de temporada en Mar del Plata, combinando trabajo y familia. "La vida no está hecha para gente inteligente, la vida está hecha para gente que tiene ganas de sentir", aseguró el artista.

“Cuando me llegue la hora, quiero irme con la sonrisa de saber que hice el camino del que estaba seguro”, le dijo Facundo Arana a LA CAPITAL en una charla extensa, introspectiva, en la que defendió sus creencias, valoró a su familia y se mostró agradecido porque su alma sonría.

Días después, no solo estuvo a bordo de un avión desplegando una bandera para concientizar sobre la importancia de la donación de sangre mientras que el piloto realizaba acrobacias aéreas, sino que también siguió a toda velocidad en su moto, al mismo avión, en una pista de despegue.

Pero la frase no solo tiene que ver con su hábito de vivir la vida al límite, sino con dar todo de sí en cada aspecto de su vida: abocado a su familia, disfrutando de cada pequeña cosa de todos los días, minucioso con cada uno de sus proyectos laborales, inquieto para emprender caminos nuevos, generoso a la hora de amplificar el mensaje de causas solidarias en las que cree. Un hombre que asegura que sus infiernos son tan profundos como altos sus cielos, pero que no cambiaría nada de su vida porque los errores son una gran usina de conocimiento.

Facundo Arana está terminando la temporada en Mar del Plata con la comedia “Los 39 escalones” y, además, presentó aquí su historieta “Los trapecistas”, basada en uno de los cuentos de su libro “La pluma de Cali”, con dibujos del experimentado artista marplatense Juan Carlos Quattordio y editada por el sello especializado Primavera Revolver. Por si fuera poco, realizó algunas funciones de “En el aire” y colaboró con la difusión de la campaña de Jóvenes Solidarios, para que más chicas y chicos de la ciudad puedan comenzar las clases con todos los útiles necesarios. Todo ello, disfrutando de las “vacaciones” del modo que más le gusta: en familia, cerca del mar, sumando horas a bordo de su tabla de surf, viendo crecer a sus “cachorros”, como se refiere a sus hijos.

 

-Estás con varios proyectos en simultáneo y parece que todos te pintan una sonrisa en la cara, ¿es así?

-Es lo único que importa y más que en la cara, en el alma. A veces no me doy cuenta y me sorprendo sentado en el agua, en la tabla o cuando estoy volviendo a casa en la moto desde el teatro y me encuentro con que estoy con una sonrisa así y si la cara sonríe, el alma sonríe más fuerte todavía.

-¿Tiene mucho que ver con lo personal, lo familiar también?

-Fundamentalmente, lo que tiene que ver con la concreción de mi familia se llevó por delante todo, toda mi existencia, como un tsunami de cosas extraordinarias. Verlos a los chicos crecer, verlos sanos, vernos unidos junto con Mary es todo. Y luego ver que todo aquello que yo había abrazado cuando era muy chico, todas las cosas que me habían gustado, no hicieron más que ir creciendo como si fuera un árbol que en el tiempo se desarrolla y gana experiencia y empieza a dar frutos. Yo soy un cuidador de esos frutos y me gusta que salgan a la carta, que salgan como más me gusta y, la verdad, todo me vino saliendo muy, muy bien. No tuve, gracias a Dios, ni un fruto que se me perdiera, ninguno que tuviera que lamentar.

-En la línea de la vida, no te arrepentís de nada…

-Es imposible. Por supuesto, hay muchísimas cosas que, si pudiera volver el tiempo atrás, las haría distintas pero entonces, ¿de qué aprendería si no tuve errores? Los errores tratados con amor son una muy linda usina de conocimiento.


Facundo Arana, junto a un ejemplar de “Los trapecistas”.


-Lo más resonante desde afuera son los logros, el personaje que se mete en el corazón de la gente, las palabras de un cuento o una historieta nueva. Pero detrás de eso hay mucho esfuerzo, mucho sacrificio…

-Tan alto el cielo, tan profundo el infierno. Y no hay uno si no hay otro. Mis infiernos son tan profundos como altos son mis cielos y te juro que tengo el cielo súper arriba. Lo que no hago es renegar de ello y bueno, trato de sentarme a tomar mate con mis virtudes y mis defectos y si hay un equilibrio coherente, yo ya estoy muy feliz.

-La exposición, el reconocimiento, la fama, las luces, ¿te dieron un aprendizaje?

-Yo lo vivo como algo muy precioso en mi vida, porque en un tiempo, que duró mucho tiempo, me preguntaba qué iba a pasar con mi vida, qué iba a ser de mi vida si a mí lo que me gustaba no era algo de lo que iba a poder vivir. No sabía si iba a poder vivir siendo actor, dibujante, escritor, músico. Mi viejo hizo todo lo posible. Si es por ahí, vamos a tratar de mandarte a que estudies con Lorenz Olivier… Mi viejo me bancó y mi vieja me acompañó a morir. La confianza de ellos, el vamos atrás de que tu alma sonría y no atrás de lo que mi viejo tenía establecido -casi un cliché- que era la carrera universitaria, poder comprar tu departamento, poder tener tu familia, tener una vida respetable y morir, que no eran los títulos que yo quería para mi vida. Yo había salido de la historieta. ¿Dónde entraba Nippur de Lagash en eso? Yo podía estudiar derecho o medicina como ‘hobby’, pero lo que yo quería era claramente otra cosa. Y el camino hasta que vos lográs la certeza de que es por ahí es un camino de muchas preguntas que no tienen respuestas más que cuando el diario ya está escrito. Lo que sí me prometí, me juré, me perjuré era que ese camino iba a estar escrito con toda mi alma, que, sin importar el resultado, yo me iba a dar vuelta y mi alma iba a sonreír. Hoy me doy vuelta y mi alma sonríe. Qué más le puedo pedir a la vida, si mientras estoy haciendo “Los 39 escalones” con compañeros que admiro, presenté una historieta, estoy con mi familia, estamos todos con salud, unidos, surfeando todos los días, en Mar del Plata que es uno de mis lugares en el mundo.

-Lograste el equilibrio entre el joven que quería tocar en el subte, quedarse en Buenos Aires y andar por el mundo…

-Buenos Aires es los que yo quería respirar. El subte era el lugar a donde yo quería agarrar un poco de experiencia, un poco de calle, entender que podía ir y hacerme mi propia plata sin tener que estar con alguien diciéndome ‘andá a hacer esto’. Necesitaba poder actuar y necesitaba poder tocar, pero ¿a dónde si no conocía a nadie? Con un montón de noches de insomnio que aún conservo, escribiendo cuentos, yo quería diseñarme una vida en la que quisiera permanecer toda mi vida. Conozco mucha gente que está viva, pero no viviendo la vida que hubiera querido. El solo hecho de haber tenido la posibilidad de tocar el mar y subir una montaña, todo en la misma vida es un montón. Haber tenido y tener memoria del abrazo de mi mamá, de mi papá, la mirada compinche de mis hermanas, el alma llena de amistad, valorar, agradecer y sobrevivir a todo eso es un montón.

-Escribís, como creo que emprendés todo, desde las entrañas, como expulsando todo lo que tenés adentro, como si fuera el último día…

-Ya en algún momento me contaron hasta 9, entonces me quedaba el puntito. Si no es ahora, ¿cuándo? Yo no sé si ahora cuando salgo de acá me contaron hasta nueve y medio y esta era la última charla que llego a tener. Quiero que cuando llegue el momento -que irremediablemente llega para todos- de exhalar, pueda tener la suerte que tuvo mi viejo: ver a toda mi familia conmigo e ir a buscar a los que me están esperando con mi alma sonriendo, porque hice el camino del que yo estaba seguro.

-Toda esa conciencia, esa atención sensible, ¿te nutre, te inspira para tu quehacer profesional?

-Depende qué trabajo. Hay trabajos que son de profunda relojería y hay trabajos que no lo son. Hay trabajos que requieren de un trazo más blando, de una cosa más libre, más naif. El trabajo de “Los 39 escalones” es de relojería y si estamos cien años con la obra, es para ir sacándole punta. Es humor inglés de relojería. “En el aire” es una pieza de relojería porque la llevamos a eso en los diez años que tiene de recorrido. Algunas cosas son de relojería, otras cosas necesitan que uno tenga la inteligencia de quitarse el reloj.

-Eso es otra enseñanza, para la vida.

-Tengo 50 y voy atento a esas cositas. No hay que ser demasiado inteligente para aprender de la vida. La vida no está hecha para gente inteligente, la vida está hecha para gente que tiene ganas de sentir y las cosas son muy simples.

-¿Te gustaría volver a la televisión?

-Sí, cuando sea. Lo lindo es que cuando a vos te gusta hacer muchas cosas y, gracias a Dios, están todas ligadas al arte, tu artista nunca tiene hambre porque estás todo el tiempo en un gran banquete de muchas cosas: escribir una historieta no es lo mismo que escribir un cuento, te lleva otro tiempo, es otra la búsqueda. No es lo mismo que ensayar una obra de teatro, que escribirla, que soñarla. No es lo mismo que actuar en una novela, que actuar en una serie, que estar arriba de las tablas en el teatro. No es lo mismo estar en un teatro que irse de gira y yo estoy haciendo constantemente todo eso. Gracias a Dios las ofertas en la tele siguen existiendo y para las plataformas también. Pasa que tiene que ser algo que a mi alma le guste tanto que yo deje de hacer todo esto que estoy haciendo para abocarme a aquello. Mientras tanto, estoy con mi familia criando a mis cachorros que están ya entrados en la adolescencia y con mi compa, que miramos todo eso limpiándonos la baba de la suerte que hemos tenido.

-¿Comparás tu crianza con la forma en que vos y María acompañan a sus hijos?

– Mi viejo y mi vieja tuvieron una forma tremendamente generosa de acompañarme, sobre todo mi vieja porque mi papá era abogado, era un maestro y además era docente en la facultad, daba derecho de transporte y era un tipo extraordinariamente respetado, mucho más de lo que yo te pueda contar. Y yo fui testigo de toda su vida para decirte la conducta intachable que tuvo a lo largo de toda su vida, entonces se me llena la boca de orgullo. Si mis hijos el día de mañana piensan de mí y de María un 20% de lo que yo pienso de mis viejos y de lo que María piensa de los suyos, es súper más que suficiente. Nuestro proyecto es acompañarlos en lo que ellos decidan ser porque es su vida, no nuestra vida. Nosotros somos los papás, la vida es de ellos, pero van a saber decir “por favor”, “gracias”, “perdón”, “me equivoqué” y van a saber empujar para adelante un carro común. Después, lo que ellos elijan de sus profesiones, compañías, amistades, sexualidades es de ellos. Yo siempre voy a tener la parrilla caliente en casa para recibirlos. Y ojalá entren con una sonrisa como la que le ven a la mamá y al papá.

-¿Cómo ves el país?

-Yo nací en 1972. ¿Qué te voy a hablar del país cuando hay un mundo que está en guerra, donde entran soldados en casas y matan gente? Nosotros tenemos nuestros problemas, sabemos todos cuáles son nuestros problemas, sabemos cómo deberían resolverse esos problemas. Está en nosotros ver que lo hagamos o no lo hagamos. A mis hijos los educo para que hablen con la verdad, empujen para adelante, porque el presidente o la presidente que elija los destinos de nuestro país los vamos a haber elegido democráticamente. Independientemente de quién tome la posta de esos gobiernos, mis hijos van a empujar el carro para adelante porque hay mucha gente que no tiene posibilidad de empujar. Entonces, lo que hay que hacer es empujar para adelante, no ponerse adelante y empujar para atrás. Lo que hayamos elegido todos democráticamente, el ejemplo que tienen en casa, es empujar para adelante. En la mesa, vos sos lo que vos quieras, pero al carro lo empujás para adelante. En eso tenemos que estar todos de acuerdo y el que sepa que hable y el que no sepa que empuje.

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