En "La mala educación", el periodista y Helena Rovner ensayan un diagnóstico del sistema educativo, que contrasta los años de esplendor de la escuela pública.
En su libro “La mala educación”, Helena Rovner y Eugenio Monjeau ensayan un diagnóstico del sistema educativo, que contrasta los años de esplendor de la escuela pública argentina, con un escenario actual de crisis preacarizado por una dirigencia política que “echó a perder una herencia fabulosa de riqueza pedagógica y escolar”, mientras persiste el éxodo hacia los colegios privados.
Hace muchos años que la educación ya no es percibida como equiparadora de oportunidades y hoy el conflicto docente se reaviva en múltiples direcciones, entre ellas la toma que llevaron adelante 29 colegios secundarios porteños en septiembre contra el lanzamiento de un programa de estudios que pondría en marcha un sistema de pasantías en el que algunas voces críticas perciben la posibilidad de utilizar a los estudiantes como mano de obra precarizada.
“El progresismo educativo se resiste a relacionar la educación con la salida de los jóvenes al mercado de trabajo”, apuntan Rovner y Monjeau, ella doctora en Gobierno por la Universidad de Essex (Reino Unido) y él periodista y programador de ciclos musicales en la Usina del Arte, y autores del libro “La mala educación” (Sudamericana).
Los autores centran sus principales objeciones al modelo educativo argentino en los déficits de la administración kirchnerista, a la que acusan de sostener los niveles de inequidad y baja calidad que ya venía arrastrando el sistema, además de no haber logrado menguar el crecimiento de la matrícula en las escuelas privadas.
“Las tomas no deberían ocurrir, en principio, nunca, y cualquier excepción a ese principio sería, precisamente, una excepción. Las aulas son lugares para el diálogo educativo, los niños y los jóvenes pueden opinar sobre su educación, pero las políticas educativas deben ser el fruto de decisiones de adultos que planifican sobre la base de evidencia y experiencia”, argumenta Monjeau en diálogo con Télam.
– El libro trabaja sobre los equívocos en torno a los alcances del neoliberalismo educativo. Parece elocuente la formulación de Adriana Puiggrós acerca de que “no es fácil distinguir las políticas neoliberales de las populares que no lo son”. ¿Cuáles serían las mayores diferencias entre el programa educativo desplegado por el kirchnerismo y el que se vislumbra en estos dos años de gestión macrista?
– Lo primero que hay que decir es que no existe el neoliberalismo educativo, porque no hay ni un corpus teórico ni un conjunto identificable de políticas que lo conformen. La frase de Puiggrós muestra que se trata de un comodín que se puede aplicar a cualquier cosa. Estas etiquetas son demasiado lábiles y prueba de ello es que en el libro el término progresismo incluye lo peor de la educación argentina al mismo tiempo que lo mejor de la educación finesa.
Hay un conjunto de valores más o menos compartidos y el problema verdadero es cómo se debe hacer para que esos valores se vuelvan políticas reales y eficaces. Por ejemplo: el progresismo educativo discute los exámenes internacionales pero sigue tomando exámenes a todos sus alumnos; el progresismo finlandés no toma exámenes a sus alumnos pero no discute los exámenes internacionales. Ambos sistemas comparten, sin embargo y presuntamente, la idea de que lo importante es que los chicos aprendan y permanezcan dentro del sistema.
Cambiemos parece estar abandonando, no solo en el campo educativo sino en varios otros, la política de opacidad sistemática sostenida durante el kirchnerismo. No es menor que los resultados de las pruebas Aprender estén disponibles online y dejen de ser un misterio como lo fueron durante tantos años. Si el cambio educativo va a empezar por algún lado, va a ser precisamente allí: en las mediciones y la difusión de resultados.
– Las declaraciones del presidente Mauricio Macri acerca de “caer en la educación pública” pueden leerse como un circunstancial comentario desafortunado. ¿O son una pauta para interpretar los lineamientos que guían la política educativa de su gestión?
– Nada en la gestión de este gobierno señala que se esté privilegiando a la educación privada. La migración de la escuela pública a la privada tuvo un crecimiento ininterrumpido durante el kirchnerismo. El comentario de Macri es sin dudas circunstancial, pero no estamos tan seguros de que sea desafortunado. Si tanta gente en la Argentina tiene la noción de que la educación pública está en crisis, y si esa noción además es verdadera, ¿por qué el Presidente debería referirse a ella con eufemismos o mentiras? El desafío es precisamente ese: decir las cosas como son, decirlas públicamente, estudiarlas y tratar de resolverlas.
– ¿Hay una contradicción entre pretender una educación inclusiva que responda a estándares altos de calidad?
– No hay una contradicción. Hay una dificultad, que no es lo mismo. Muchos países tienen educaciones inclusivas y de calidad, pero no lo logran por casualidad. Hay que trabajar mucho, evaluar constantemente y corregir rumbos y admitir errores siempre que sea necesario. La educación no debe “representar y contener”: debe educar. Pero debe educar a todos, y esto es posible. Sucede en otros países y sucedió aquí cuando Sarmiento inventó la escuela pública en un país que venía sufriendo décadas de guerra civil.
– En el campo educativo, circulan cada vez con mayor énfasis las visiones nostálgicas que proclaman el retorno a los viejos ideales sarmientinos, como si la enseñanza fuera una instancia cristalizada que resiste impasible frente a al paso del tiempo ¿Qué añoran quienes invocan los viejos paradigmas educativos?
– Hay valores sarmientinos que están más vigentes que nunca o que deberían estarlo: inclusión, igualdad de oportunidades, progreso cultural y movilidad social. Es más: uno de los valores sarmientinos y de muchos educadores que lo siguieron está en exacta contradicción con la idea de cristalización: se trata del ánimo experimental que los impulsaba a pensar y a ponerse a prueba, a la total falta de prejuicios y una apertura mental que todavía hoy no deja de sorprender.
Sarmiento trajo maestras de los Estados Unidos para inventar la educación argentina. Hay que carecer de toda sensibilidad y ser muy necio para no apreciar esa iniciativa en toda su genialidad. Fue un pionero a nivel mundial pero lo fue porque estaba mirando lo que hacía el resto del mundo. Si se van a modificar los contenidos, si se van a dejar de tomar cierto tipo de exámenes o se van a rediseñar las aulas para volverlas más democráticas: todo eso puede ser bueno o malo. Lo indudable es que Sarmiento habría estado absolutamente de acuerdo en que esas discusiones tuvieran lugar.
– El disparador de las tomas de septiembre es una reforma educativa que alentaría un sistema de pasantías que para algunos encubre la utilización de los jóvenes como mano de obra para las empresas ¿Tiene asidero esa sospecha?
– La resistencia a vincular educación y trabajo se agota en general en el ámbito del discurso público. Lo cierto es que la mayoría de las personas procuran que sus hijos se eduquen pensando que en el futuro tendrán el mayor bienestar posible. Las escuelas técnicas tienen pasantías, muchas escuelas privadas también, las universidades tienen bolsas de trabajo.
Se habla de ese tema como si se fuera a abandonar a los jóvenes en empresas para siempre. Además se puede controlar, mediante la normativa, que las pasantías no se vuelvan abusivas. La normativa, por un lado, y el control efectivo y constante de los propios centros educativos. Pero las sospechas del progresismo sobre el concepto de mercado son irreductibles e inamovibles.