Por Miguel L. Rosarno*
Esta es la simple y humilde historia de un aviador argentino llamado Ángel Zuloaga, fallecido en 1975. El Ministro de Defensa del Gobierno del Gral. Juan Carlos Onganía (Dr. Cáceres Monié), no se cansaba nunca de contar el siguiente hecho cuando en 1969 los primeros seres humanos que pisaron la Luna llegaron a Argentina dentro de la gira triunfal que habían comenzado alrededor del mundo para ser aclamados y agasajados, él fue el encargado de recibirlos y no apartarse de ellos en las ceremonias, ya que Monié hablaba perfectamente inglés y los americanos ni una gota de español.
El tema es que Caceres Monié estaba ahí donde fuera, paradito junto a Neil Armstrong, Michael Collins y Edward “Buzz” Aldrin, flanqueados por la bandera argentina por un lado y la norteamericana por el otro. La recepción fue en la Cancillería, frente a la Plaza San Martin y entre cada saludo y cada saludo Armstrong que se acercaba al oído de Cáceres Monié y le susurraba: “Ud. creé que esto va a finalizar rápido?” – decía el americano con gesto de preocupación- “Pero porqué”? preguntaba Monié extrañado- A lo que Collins (en la oreja opuesta de Monié) susurraba: “Es que nosotros vinimos a Argentina solo para ver al “Loco” y sabemos que a las 8 de la noche se retira a dormir”….”Y nosotros partimos de Ezeiza mañana a las 7hs!!!.Neil Armstrong lo aturdió al Ministro de Defensa con este reclamo, porque él quería ir a ver a su héroe, su único héroe de la infancia, al “Loco”.
La plaza, de por medio
Solo el ancho de la Plaza San Martin separaba la Cancillería del humilde departamento del 7mo. piso del edificio de Florida y Av. Santa Fé, un departamento en el cuál en ese momento un viejito frágil y bajito le pasaba una franela a sus libros en la biblioteca, un plumerito a esa artesanía en madera tan amada por él que representaba a Ícaro, y le pasaba (orgulloso) una virulana a una plaqueta de bronce que su amigo Belisario Roldán le había regalado en 1916 y que decía “Yo tengo una cosa aguda que decirle a los astros: ya no son ellos los únicos que han visto a los Andes desde arriba”.
Y es que ese viejito, a los 31 años, junto a su inseparable compañero Eduardo Bradley realizó la mayor proeza hasta ese momento: por primera vez cruzó con su globo remendado “Eduardo Newbery” las aterradoras montañas de Los Andes por encima de los agudos picos nevados, en trayecto de Santiago de Chile a Mendoza. Soportan temperaturas de 33° bajo cero, pero el globo no termina de subir, se estabiliza a los 6.500 metros y ven cómo van a estrellarse o contra el Aconcagua o contra el Tupungato: había que desprenderse de todo el peso posible. Arrojaron las bolsas de arena y nada. Lanzaron las bolsas con comida. Nada aún. Tiraron por la barquilla los revólveres y las municiones. Las paredes seguían acercándose a colisionar de lleno contra ellos. Nada aún. Con todo dolor se desprendieron de todos sus instrumentos científicos, catalejos, relojes y anclas. Igual. En un último intento, se desprendieron de su ropa de abrigo pesada y luego de la liviana. Cuando ya estaban por quitarse los calzones y las camisetas y desprender la barquilla para solo quedar atados a las cuerdas del globo, una proverbial corriente de aire los levanta y pasan a escasos 6 metros por encima del Aconcagua. Ven los valles mendocinos y se largan a llorar como chicos, por más que el porrazo del descenso fué memorable, aunque sólo rasguños. Quedaron al borde de un abismo, tambaleando como la piedra movediza, pero unos paisanos los salvaron. Esa misma tarde en Mendoza casi 2000 personas los llevaron en andas. A los 2 días en Buenos Aires iban en andas sobre casi 40.000.
A ese viejito los franceses lo llamaron “Capitán Soulage”, ya que colaboró anónimamente con la aviación militar francesa durante la Primera Guerra, produciendo múltiples derribos a los alemanes y era público y sabido que Manfred von Richthofen (el Barón Rojo) siempre buscó por los cielos al “único halcón que vuela como yo”, para dirimir talentos, aunque nunca se encontraron. Ese viejito fué galardonado como “Caballero de la Legión de Honor de Francia” y como “Comendador de los Cielos del Imperio Británico”, amén de todas las condecoraciones en todo lugar del mundo recibidas.
El que creó la Fuerza Aérea Argentina, estaba limpiando todo para que su hogar luciera impecable para recibir a tamaños visitantes, aunque (en su humildad) no entendía mucho porqué querían conocerlo. Se estaba por ir a dormir cuando a las 8 en punto de la noche, tocan el portero eléctrico. Escucha como su hija Esther habla en perfecto inglés con los visitantes y luego de la subida por ascensor, les abre la puerta, fué verlo. que Zuloaga los saludara con una franca sonrisa, que Collins casi no pudiera ni emitir palabra en los 45 minutos que duró la reunión, que “Buzz” Aldrin le hiciera todas las preguntas que su compañero no podía ni balbucear (mientras le sacaba foto tras foto) y que el gigante, duro y ya legendario Neil Armstrong (Comandante de la Apolo XI) no parara de llorar como un chico.
En el país de Superman, Batman y no sé cuántos héroes más de ficción, él estaba en ese momento ante el único superhéroe de su infancia, cuyas historias lo habían llevado a apasionarse por la aviación y ser el primer hombre en pisar suelo lunar.
Simplemente estaba ante Ángel María Zuloaga, el “Loco”, y fue el día más feliz de su vida.
Astronautas, ¿y cholulos?
Los legendarios astronautas (cuál simples cholulos) quisieron llevarse un recuerdo de Zuloaga, cualquier cosa. y al “Loco Zuloaga” se le ocurrió ir a la cocina a lavar los platitos, las cucharitas y los pocillos que tenían impreso el escudo de su viejo globo “Eduardo Newbery”, los mismos pocillos con los que hasta hacía un rato había compartido un cafecito con los imprevistos visitantes. Si uno va hoy al Museo de la NASA en Cabo Cañaveral, bajo increíbles artefactos y rodeado de objetos que representan epopeyas, en una vitrina y bajo una campana de cristal se encuentran expuestos a la admiración el juego de tres pocillos con sus platitos y cucharas utilizados en aquella pequeña velada. El cuarto pocillo con su cuchara y platito, el utilizado por Ángel María Zuloaga, sigue estando aún hoy expuesto en el hogar del ya fallecido “Capitán del Espacio”, en la que él llamaba su habitación de trofeos.
Qué paradoja, a Zuluaga le decían el Loco y el poeta Ferrer compone ese año el tango “ Balada para un loco “, inspirado según dicen en algún tramo en los astronautas llegados a nuestro país en aquella fugaz visita…
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao, no ves que va la luna rodando por Callao que un corso de astronautas y niños, con un vals, me baila alrededor. ¡Baila!¡Vení¡Volá!
Fuente:http://buendianoticia.com/nota/7744/zuloaga
* Creador del Museo de las Telecomunicaciones