Cultura

Escritura y deseo

Por Gabriela Urrutibehety

El lector que escribe un diario lee “La Llave” de Jun’ichiro Tanizaki y se sonríe ante una fiebre japonesa que lo ha llevado hasta aquí desde el Kawabata de su última anotación. Y si en “País de nieve” el tema eran los reflejos, algo de eso hay también en esta novela que transcribe, en espejo, los diarios de un hombre y de su esposa durante el mismo período.

El lector que escribe un diario se encuentra, pues, con otros de su misma calaña: en este caso, dos diarios que participan de un juego de secretos y develamientos que tienen que ver con una manera indirecta de decir. Porque el marido –un hombre de 57 años que siempre ha llevado un diario- un 1 de enero decide modificar su hábito y escribir sobre la profunda insatisfacción de las relaciones sexuales con su mujer. Pero, además, se juega a la posibilidad de que ella lea lo que va a empezar a escribir, justificándose en “satisfacer la necesidad que tiene ella de espiar”.

Entonces, a partir de espiar al otro, jugando en el límite de quien no termina de saber si el otro sabe o no, comienza a desenvolverse una trama que va enredando a los cuatro personajes que transitan por una novela encerrada. Encerrada en torno a la cuestión y también encerrada en el escenario de la casa de la pareja, como si fuera una obra de teatro que respeta, casi en todo momento, la regla de la unidad de lugar.

Luego de 20 años de matrimonio, el hombre -del que se conoce que es profesor, pero no su nombre- comienza la tarea de descubrir el cuerpo de su mujer, Ikuko. Pero, al igual que el diario, lo hará de manera indirecta, esperando a que se duerma –borracha, narcotizada, fingiendo, nada está demasiado claro- no sólo para observarla con una potente lámpara sino también para sacarle fotos que luego pegará en su diario. La mirada furtiva sobre el cuerpo se correlaciona, también, con la mirada del joven Kimuka, pretendiente de Toshiko, la hija de la pareja, que será el encargado de revelar la película, así como la de la propia muchacha, presencia siempre sospechada tras los paneles.

El camino hacia una intensa vida sexual entre el profesor e Ikuko incluye la participación de Kimuka, que pronto se transforma en amante de la mujer, y las acciones ambiguas que ambos registran por parte de Toshiko. Todos espían a todos: todos tienen secretos y todos saben que esos secretos son atisbados por los otros, para lo que siembran pistas que fingen casuales y terminan asegurándose de que se las vea.

Destino de los diarios: una escritura secreta, en principio destinada a uno mismo, pero que secretamente se sostiene en la seguridad de que su intimidad será avasallada. Tanto como el deseo sexual, que se esconde en un pudor ligado a una educación tradicional, pero que se acrecienta a medida que se lo viola, en un consentimiento que dice que no cuando por otro lado está diciendo sí.

Saber y esconder que se sabe, sabiendo que el otro conoce el juego, es la clave del deseo, tanto del sexual como el de la escritura que, en los personajes del profesor y su mujer no parecen separados. Él escribe: “Finalmente he sido embrujado y convertido en un animal que vive de noche, un animal que sólo sirve para copular”. Que sólo sirve para escribir, agrega el lector que escribe un diario, porque todo lo que realiza es lo que está ahí en su cuaderno, donde sabe que alimentará el deseo furtivo de su esposa.

Sin embargo, en el fondo del deseo -¡cuándo no!- está la muerte. El deterioro en la salud del profesor, la prescripción médica de abstenerse de relaciones sexuales y la decisión de intensificarlas llevan a la escena en la que, en pleno acto, sufre el ataque que lo llevará a la muerte.

La parte final de la historia es la confrontación de ambos diarios hecha por la mujer, con citas y aclaraciones del verdadero sentido de más de una afirmación escrita antes por ella. Con lo que el relato, además, despertará otras sospechas, otras suspicacias y otras interpretaciones.

Veladas.

Secretas.

Deseantes.

Escritas.

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