Cultura

Entretextos: “Lili” de Tomás Rodríguez

El escritor Tomás Rodríguez comparte un intrigante cuento que indaga en las decisiones personales.

Por Tomás Rodríguez

El auto no estaba, las llaves tampoco: tenía media hora como mucho antes de que mamá volviera. Por las dudas, no me confié y pasé cuarto por cuarto chequeando que la casa estuviera vacía antes de llegar a mi habitación. Una vez ahí, rebusqué en la pila de cassettes hasta encontrar el único que no tiene etiqueta. Como si fuera un tesoro, lo guardé en el bolsillo y me apuré a bajar al garaje.

La mesa de trabajo de papá era un desastre, como siempre. El motor del auto del nono estaba desarmado y desparramado ahí arriba desde el fin de semana pasado, cuando se le metió en la cabeza que yo tenía que aprender el oficio familiar y entender cómo funcionan los autos. Si no funcionó con las clases de fútbol, ¿cómo iba a funcionar con la mecánica?

Me estoy distrayendo, pensé. Busqué en el armario del rincón hasta encontrar la radio a pilas, la grande, con cassettera. Sin perder un minuto más, salí corriendo en dirección al baño, pero antes de que pudiera llegar empezó a sonar el teléfono. Dejé la radio al pie de la escalera y me apuré a atender.

-¿Hola?

-Hola, ¿Lili? ¿Está tu mamá?

-No vive ninguna Lili acá, soy Gustavo.

-Ay, disculpá, querido. ¿No vive Viviana Garrido ahí?

-No, equivocado.

Corté sin esperar respuesta, porque no había tiempo. Agarré la radio y subí saltando los escalones de dos en dos, me metí en el baño y cerré la puerta con la traba. Apoyé la radio sobre la tapa del inodoro, abrí el agua de la ducha, me saqué toda la ropa y recién entonces le di play al cassette. La voz de Madonna y el vapor del agua caliente llenaron el baño.

El cassette sólo tenía “Vogue” grabada. Me había costado mucho, pero una noche bien tarde había podido encerrarme en el garaje y con la radio bien bajita grabar la canción entera. Desde entonces, cada vez que me quedaba solo en casa era la oportunidad perfecta para escucharla, intentando entender y memorizar cada palabra. En la casa de mi amiga Ailín habíamos visto el video una tarde mientras tomábamos la leche, así que el nuevo desafío era aprender todos los movimientos.

Me metí en la ducha y, mientras me lavaba, estiraba los brazos y los movía al ritmo de la música, esforzándome por recordar el orden correcto. Cubierto de jabón de pies a cabeza, vociferaba con pasión la canción practicando la coreografía, hasta que un ruido afuera cortó de golpe mi fantasía.

Asustado, agarré la toalla y me sequé lo más rápido posible para poder apagar la música. Acto seguido, cerré la canilla. Presté atención: nada. Entreabrí la puerta: nada. ¿Había sido realmente alguien abajo, o era simplemente uno de esos ruidos que me parecía escuchar cada vez que llevaba a cabo mi ritual secreto?

Dudé un segundo antes de asomarme al pasillo. Todo seguía en silencio. Un poco más aliviado, pero aún alerta, puse nuevamente la canción desde el principio y reanudé mi ducha. Volví a repetir los pasos una y otra vez, ahora moviendo los labios en silencio, pero después de unos segundos me detuve en seco. ¿Y si había una señal? Me acordé lo que nos habían dicho en catequesis una vez, que Diosito siempre nos miraba. ¿Y si había sido Diosito, que me estaba mirando cómo bailaba y cantaba una canción de putos desnudo en la ducha?

Empecé a temblar. El agua caliente se había acabado y ahora solo salía agua helada. Otra señal, claramente. Agarré la toalla, salí de la ducha y me empecé a secar de vuelta mirándome de pie frente al espejo del lavatorio. A mi izquierda, el espejo de cuerpo completo reflejaba mi perfil. Me miré en ambos, recorriendo mi cuerpo desnudo con las manos, como descubriéndolo por primera vez. Casi sin darme cuenta, me escondí el pito entre las piernas, mientras en mi cabeza se reproducían todas y cada una de las burlas de mis compañeros de la escuela. Como jugando aún, me envolví la toalla en la cabeza, imaginándome que era mi pelo así de largo. Todavía mirándome en el espejo de cuerpo completo con las piernas apretadas, estiré las manos y volví a imitar a Madonna en el video. Pensé en cantar, pero me contuve: si mamá no había llegado, le faltaba muy poco. Si llegaba y no estaba listo para ir a misa, seguro me castigaba. Además, por más que a veces pensaran que era una nena cuando atendía el teléfono, mi voz nunca iba a sonar como la de Madonna.

Abrí la puerta y escuché: nada todavía. Respiré aliviado, pero sin perder el tiempo corrí a devolver la radio al garaje y a esconder el cassette en mi cuarto. Sentado en la cama, mientras me ponía la camisa blanca y los zapatos de vestir, seguí pensando en la señora que había llamado antes y me había confundido con Lili. Es un lindo nombre Lili.

Tomás Rodríguez nació en Mar del Plata en 1992. Estudió Letras y Gestión Cultural. Participó de la organización del ciclo de eventos literarios Elicsyr (2016-2020) y trabajó como asistente de producción en la edición internacional de Filba. Escribió narrativa toda su vida y en los últimos años empezó a incursionar en la poesía. Actualmente, está a cargo de la dirección del espacio cultural de la Fundación Cepes y se desempeña como coordinador editorial en Cepes Ediciones. Entre 2009 y 2012 recibió varios reconocimientos literarios, entre los que se destacan el primer lugar en los concursos “La democracia da frutos”, “Contemos la ciencia” y el concurso nacional de cuentos organizado por la Universidad de la Marina Mercante, así como la mención de honor en el concurso internacional de cuentos del Banco Interamericano del Desarrollo (BID). En 2019 recibió el primer lugar de la categoría menores de 35 años del VII Concurso de Relatos Breves “Osvaldo Soriano”. Su primer libro de poesía, “Anticipación perpetua”, está programado para publicarse en mayo de este año.

Facebook//Twitter//Instagram: @tomorodo

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...