Ana Luz Arrieta nació en Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Estudió en Junín el profesorado de Lengua y Literatura. En el año 2019 se mudó a Mar del Plata para desempeñarse como docente en escuelas secundarias.
Mamá:
Escribo esta carta como forma de extirpar la culpa que cargo. Cuando pregunto sobre qué hacer con ella, responden que está presente para poder actuar.
Escribo para no sentir este ahogo constante.
Escribo porque cuando el mundo se vuelve inhóspito, la escritura permanece.
María Negroni dice que la escritura es tramposa porque decora el dolor. Le pone plantitas, fotos, manteles y después se queda a vivir en la capilla ardiente del lenguaje, confiando en que nada puede doler más. Y acá estoy, dispuesta a caer en la trampa.
Dieciocho años después vivo perseguida por la pregunta: ¿por qué me dejaste?
Sin embargo, preguntarse el porqué cuando no tuviste elección sería injusto. Pero lo hago, cada día, en cualquier momento. Más que una pregunta siento que es una obsesión, pero si es una obsesión, es la más enigmática de todas.
Recuerdo el día que nos informaron de tu muerte.
Estábamos a salvo. Habías decidido abandonar a papá en medio de la noche, y con tus seis hijos a cuestas, nos mudaste a una casa prestada. De grande lo entendí: los gritos, el humo, las botellas, los moretones, el miedo… no se puede convivir con lo que mata.
Contra todo pronóstico, formaste un hogar. Dejamos la casa prestada y alquilaste otra con un patio enorme y habitaciones amplias. Los buenos modos hacían eco.
Nuestra última tarde.
Nos encontraste bajo el nogal esperando que volvieras del trabajo. Nos llamaste. A tus hijas más chicas, solo tres sentadas alrededor de la mesa, nos diste una taza con leche y sin detenerte fuiste a la habitación a buscar unas mantas que estaban arriba del placard. Como no llegabas tomaste una silla de la cocina y te subiste. Después, el frío del suelo.
Lo demás sucede en un instante. Tu hija mayor te encuentra y grita. Nos asomamos a la habitación, estabas con los ojos cerrados y la boca abierta. Asustadas, corrimos a la vereda. En la esquina de la casa vivía el ambulanciero, tu hija mayor lo llama. Ella pura acción, nosotras solo rezo. Te cargan en la camilla frente a nosotras.
Una semana a la espera de noticias. La tía nos llevó a su casa y Lily, amiga tuya y ex maestra nuestra, nos pasaba a buscar por la escuela y nos ayudaba con la tarea del día. Ocultaron la información sobre tu salud excusándose de que éramos chicas. Lejos de vos, vivíamos aisladas dentro del silencio de los adultos. Cuando tu hija mayor llamó a la tía al teléfono, desde la otra habitación levantamos el auricular: hablaban de un derrame que no podían detener.
El comedor de la casa de la tía se convirtió en un escenario surrealista. El espacio se encontró abarrotado de personas adultas. Una ronda grande se formó, y había una tensión palpable en el aire. Rostros desconocidos lloraban mientras que otros simplemente no podían apartar la mirada de nosotras. Una expresión de lástima, esa misma expresión que después replicaron nuestras maestras y compañeros.
Nos llevaron a nosotras tres a una habitación. Sentadas en la punta de la cama, aterrorizadas, la tía que nos miraba desde arriba y Lily se arrodilló para estar a nuestra altura, entonces lo dijo:
—Mami murió.
Volvimos al comedor con la cara empapada. De repente, quedé abrazada a una señora, a upa, no había confianza, cariño, era una extraña pero ahí estaba, con ella. Poco después la señora, cansada, pide que me sostengan y en ese mismo instante entendí que estabas muerta. Vos no te hubieras quejado, vos me hubieras sostenido, vos hubieras descansado y vuelto a tenerme.
Cuando me alejé de esa señora ya no me interesaron los brazos de otra persona. Me quedé en silencio, mirando de frente el escenario que me oprimía. Tu único hijo abrazaba a una de tus hijas. El resto de mis hermanas estaban desperdigadas en distintos rincones de la casa. Nos separaba lo mismo que nos unía a partir de ese momento y en adelante: la soledad.
Mamá, solo deseo escribirte para responder esta pregunta-puñal:
¿Por qué me dejaste?
Lo ilógico también es que la pregunta se refiere a mí sola. Olvido mencionar que tenés cinco hijos más. Tu papá, que murió de la misma forma que vos, tu mamá que sigue viva y encontrarse con ella implica en su hablar tu presencia porque en su lenguaje emanan recuerdos tuyos. Nos trae las carpetas donde escribías tus apuntes de los cursos. Conocemos tu letra. La prolijidad que hay en esas costuras de vestidos que hiciste. Ninguna de tus hijas atina a decir nada, solo dejamos que la abuela haga el despliegue sobre la mesa. Al terminar aparece un silencio. Evitamos mirarla a los ojos.
La palabra soledad no hace justicia a lo que sentimos en los meses siguientes. Nos vimos enfrentadas a vivir todas juntas sin figura paternal. Tu hijo decidió irse a vivir con papá; tu hija mayor se puso a estudiar para sostenernos económicamente, sacrificando sus elecciones. Las menores no tuvimos lugar para hablar del dolor. Nuestra soledad se asentaba en el silencio. Un gran silencio. Las palabras se estrangulaban en nuestra garganta.
Cada una vivía en su propio universo, alejada de las demás. Antes de ser apoyo para la otra, había que serlo para una misma. Fuimos creciendo y adopté como bandera el egoísmo.
Cuatro terapeutas después puedo afirmar lo siguiente: ese egoísmo está sostenido por el enojo y es una forma de resguardarme del sufrimiento. La rabia actúa como un escudo que me anestesia del dolor de la vida. Una reacción impulsada por el miedo a perder; tengo miedo entonces me enojo. Combato contra lo que me protege. Sin embargo, es una lucha perdida.
La última palabra de la pregunta es “dejaste”. El diccionario explica que significa separarse o alejarse de una persona u objeto. Brinda como sinónimo soltar, abandonar, desistir, apartar y cada una duele en un lugar diferente. Todo drama. ¿Vos eras dramática en tu vida?
Hace días que decido pasar en limpio esta carta y siento una incomodidad que me obliga a deambular por la casa, entonces estiro el punto final porque sé que representa nuestra separación. Kafka escribió “Decir que me abandonaste sería muy injusto; pero que me abandonaron, y a veces me abandonaron terriblemente, es cierto” y esta me parece una buena frase de despedida, pero tengo que agregar:
Mamá,
Perdón por juzgar.
Perdón por el enojo.
Perdón por la pregunta.
Como un mantra lo repito estos días.
Biografía
Ana Luz Arrieta nació en Los Toldos, provincia de Buenos Aires. Estudió en Junín el profesorado de Lengua y Literatura. En el año 2019 se mudó a Mar del Plata para desempeñarse como docente en escuelas secundarias. Actualmente, se encuentra escribiendo su primera novela. Facebook: Ana Luz Arrieta / Instagram: @analuzarrieta_