La autora marplatense comparte cinco textos poéticos con los lectores de LA CAPITAL.
Vivo en Acantilados
Me senté frente al mar
para que me ayude
a desentrañar mis dudas
nada tan imprescindible
como el vuelo de la gaviota
o el salto de una ballena
en el preciso instante
que el llamado ausente
de una hermana
hizo desmoronar un trozo de acantilado,
las piedras que se movieron
deslizaron mi pensamiento
más al Norte
a donde mi madre
siempre piensa en otro hermano
que no es su gato o su pez
pero sería lindo que fuera
un llamado para mí.
Sólo las lechuzas
me dicen hasta mañana
al igual que mis hijas
que tienen poca señal
pero me saludan igual
como los sapos
pero ahora es otra época.
Hoy el mar
me contaba que no hay que esperar,
hay que ir y meterse,
preguntar o contestar
y se hace con un espejo en la mano
para ver si estás de acuerdo con vos
o con cara de Sur, frío y duro,
como cuando te metés al chapuzón
en octubre o en mayo
que el frío te quema
de tan transparente
que duele
o da risa.
Pero acá el mar a veces
se pone oscuro y furioso
y no te deja acercar
para que vayas a casa a hacer la tarea
la de pensar y pescar
algún hilo o tanza
para que me ayude a desentrañar
ese nudo que se hizo hace años
cuando era más descuidada
y tiraba mis anzuelos o mis palabras
como plomos de brazoladas
para pescar cazones o brótolas.
Algo grande, tiraba fuerte
y sin mirar lo lejos o lo cerca
que podía dañar a otro
o a mí misma enredada en esa línea
y no pescaba nada
porque enredaba todo.
“Una galleta” decía mi papá
que me quería enseñar a pescar
y yo no escuchaba o no atendía
y no sé si él me explicaba a mí
o a él mismo cómo
pescar a su hija,
cómo encarnar con amor
para pescar con más facilidad
sin enredarse
sin lastimar,
para buscar con un buen cebo
un pez que te alimente
que te dé satisfacción en el pique,
que todo su arte te lleve
a honrar tu trabajo, tu alimento
y que vuelva a ver a mi papá
haciendo nudos para facilitar la vida
o la pesca, y ver su propio mar
allá en el Norte, donde descansa ahora
acompañado de sus peces
y yo tratando de encontrarlo
en el agua todo el tiempo,
a ver si veo
entre mis pies, en el agua clara
un pececito que se parezca
o que me venga a traer
noticias de su mar,
a ver si me ayuda a desenredar
la galleta que hice con mi vida
en estos últimos, muchos años
y que no sé cómo.
(Por eso) vivo acá,
en Los Acantilados,
desentrañando y extrañando,
tratando de vivir tranquila
al lado del mar.
***
Flores en el pelo
La niña era triste
nada de dulce por fuera
ni por dentro
ojos de roca
Sus facciones como rencores viejos
¿Una malquerida?
O una niña del futuro
olfateando la sequedad
adivinando el fuego.
Sin agua no hay caricias
no hay aroma a manzanas
solo cenizas inertes
¿Con que rescato su humor?
¿Qué ilusión le sacaría una sonrisa?
¿Un brote tierno? ¿Una brisa húmeda?
Sólo la veo ahí en la huella
parada, inmóvil
como soldadito
o una pieza de metegol.
Princesa del desierto.
Monumento a la fatalidad.
Piedritas en sus manos curtidas
aferrando una ilusión:
tener flores en su pelo.
***
Niño roca
En la montaña
encontré un niño
solo en el cerro
parado ahí
respirando amanecer,
el viento le silbaba
una melodía
que yo no entendía.
Sus pies descalzos
entibiaban las piedras.
Sus mejillas (rojas)
tenían el color
del atardecer del otoño
y un cóndor
le venía a ver
pidiendo un consejo.
Niño de roca
de mil años
las laderas te acarician
y la bruma te tapa
con sus sábanas blancas.
¿Cuál es tu juguete favorito… mmm?
Los hilitos de agua
te tejen collares.
Una yareta de almohada
y miles de estrellas
cuidan tu sueño
***
Te busco
Somos dos cometas
que orbitamos la tierra,
dos estrellas con diferente velocidad.
Voy a caminar
la marea viene
y va
yo voy
cuando el día aclara
y vuelvo
cuando vuelve a aclarar
y el gato maúlla para entrar
y cantan los pájaros
voy
hasta el borde del acantilado
y miro si estás
allá.
Camino y las olas llegan
y se van
no te veo
y voy hasta el final de la playa
los barcos pasan lejos
es mediodía
un invierno cruel
y el frío no deja
que se asomen las ballenas
y vuelvo
saltando piedras.
Sube la marea
y subo yo la escalera
que me lleva a casa
y miro otra vez
pero no te encuentro.
Mañana vendré
a caminar
hasta
el final de la playa
cuando salga el sol
y el gato quiera entrar
y los pájaros empiecen a cantar
me asomaré
al borde del acantilado
a ver si te veo
con las ballenas
y los barcos
y las olas
que se van.
***
Yo que soy una bestia
escribiendo.
Una bestia enfurecida
ladrando y escupiendo letras.
Una línea quebrada
un manchón sin forma.
Soy
La que putea
La que abraza
La que se enternece
con un pájaro
Y la que odia
que me digan qué hacer
Qué sentir
Qué es ser mujer
Soy la hormiga negra
que come un dulce
derretido en el asfalto
Un puto libre
La mierda en tu zapato.
Soy y no soy
Ni quiero
Verte
Graciela H. Bolzoni nació en Mar del Plata en 1967 y vive en el sur de la ciudad. Es profesora superior en dibujo y pintura (se jubiló de docente en 2018) y realiza exposiciones colectivas e individuales desde 1990. Ha sido seleccionada para exponer en salones nacionales y ha recibido premios. Su interés por diferentes expresiones artísticas la han llevado a realizar talleres de teatro, danza moderna, butoh y aérea, entre otras disciplinas, así como ha participar en la obra de teatro alternativo “Después de Humano” (2003-2004) realizada en la vieja usina del puerto. Tomó clases de poesía con Larisa Cumin (2022-2024) y, actualmente, es alumna del taller de escritura de Sebastián Lopizzo.