Por Jorge Raventos
El Presidente regresó efervescente de su viaje espiritual por Israel y El Vaticano, dispuesto a dar batalla a todo su catálogo personal de malvados, que incrementa día tras día. “Sólo le falta pelear con el Chapulín Colorado”, bromeó el gobernador cordobés, Martín Llaryora, un miembro destacadísimo de esa lista de Milei, que lo ha acusado de “traidor”. Llaryora eligió la gambeta del humor para responderle.
El Presidente venía de ocuparse, si no del Chapulín, de la popular artista Lali Espósito, culpable de opinar críticamente (en el escenario del Festival de Cosquín, para colmo) sobre actitudes y medidas oficiales que afectan al mundo de la cultura.
¿Necesita el Presidente involucrarse en esas cruzadas y vilipendiar personalmente a quienes cuestiona? Cuando su tono y sus modos recibieron una oleada de críticas desde todos los ángulos (incluyendo voces amigas) Milei intentó justificarse: “Ella empezó”, adujo, como si fuera un niño de escuela primaria y no el jefe del gobierno nacional.
El caso Lali Espósito no es lo más trascendente que ocurrió políticamente en la última semana, pero fue probablemente lo que alcanzó mayor difusión y, en ese sentido, lo que expuso más negativamente a Milei ante la opinión pública. La artista es una joven de 32 años que cuenta con multitud de admiradores: su público –en cierto sentido como el de Milei- es social y políticamente transversal, atraviesa clases e idelogías. El Presidente la agravió compartiendo calumnias que sus fieles libertarios habían subido a las redes sociales, e incorporando información falsa para desacreditarla. Ella contestó al destrato presidencial con un extenso, firme y respetuoso mensaje en el que recuerda su propia historia de trabajo (“desde los 10 años”) y le señala a Milei: “Respeto, aunque no comparto, que su plan no priorice a la cultura, pero creo que la demonización de una industria y de las personas que la conforman no es el camino, siento que la asimetría de poder entre Ud. y los que ataca por pensar distinto y la información falsa vuelve a su discurso injusto y violento”.
El episodio tuvo un saldo negativo para Milei: medios que lo vienen sosteniendo cambiaron levemente. Clarín, por ejemplo, en un titular definió la respuesta de Lali Espósito como “contundente”, un adjetivo que denota el juicio del medio sobre la actitud presidencial.
El diario La Nación impulsó una investigación centrada en el vínculo adictivo del Presidente en relación con las redes sociales, particularmente con X (ex Twitter), propiedad de su admirado Elon Musk. El artículo contabiliza los mensajes y reposteos del Presidente (2766 en Twitter entre el 10 de diciembre y el 10 de febrero, un promedio de 45 por día) y también los momentos en que suele sumergirse en esa labor (de la que se ocupa personalmente):” Desde que asumió, usa la aplicación a diario, especialmente por las noches, algunas sin dormir (…) su horario de mayor actividad es entre las 22 y las 23 (…) Le siguen las 23, las 20, las 21 y las 00, pero también lo ha hecho en la madrugada, entre las 3 y las 5, por lo menos 68 veces”.
Según La Nación, Milei “usa la red como un arma para descargar su furia, con ráfagas de ataques que rescata del universo tuitero (…) En sus intervenciones diarias conviven elogios a sí mismo, anuncios y cuestionamientos a sus adversarios”.
Evidentemente, la irrefrenable inclinación del Presidente a participar en el universo de las redes con el estilo y los modales que empleaba antes de ser electo y asumir, parece un síntoma y empieza a convertirse en una preocupación para muchos. Las redes son un universo contaminado por la agresividad y, a menudo, el delirio, No parecen el ecosistema más aconsejable para una autoridad de la que se esperan cambios sustanciales, cuidado de la armonía social y gestión eficaz. El Presidente está siendo evaluado.
La Asamblea Legislativa
Aunque desde ciertos despachos del gobierno de se asegura que el viernes 1 de marzo el Presidente asistirá al Congreso para dar inicio al año legislativo con un discurso ante la asamblea de diputados y senadores, no faltan analistas que lo ponen en duda a la luz de lo ocurrido el último 10 de diciembre, cuando, en la fecha de su asunción, Milei desairó a las Cámaras y decidió hablar de espaldas al Palacio de las Leyes con la intención de ilustrar su vínculo preferencial con la “gente de bien” (como él llama a sus simpatizantes) y su desprecio por “la casta” (rótulo que aplica a políticos y sindicalistas, a menudo con alcance genérico pero a veces exceptuando a quienes le resultan menos incómodos).
Javier Milei junto a su hermana, Karina, en el Coliseo romano.
El escepticismo resulta plausible si se considera que en las últimas semanas Milei descargó furiosas andanadas sobre muchos de quienes estarán naturalmente presentes en la Asamblea del 1 de marzo: los tildó de “mugre”, los llamó corruptos, coimeros, delincuentes, traidores, extorsionadores. Para algunos reservó un requiebro especial y compartió el mensaje de un simpatizante libertario que los calificaba de “putitas del peronismo”.
Fracaso y catarsis
Esa catarsis estuvo motorizada por el fracaso sufrido en la Cámara de Diputados por la ambiciosamente denominada “Ley de Bases y Puntos de Partida para La Libertad de los Argentinos”, popularmente conocida como “ley ómnibus” (contaba con 664 artículos cuando fue presentada), que consiguió su aprobación en general ya convertida más bien en “ley combi” (reducida con aprobación de Milei a 386 artículos) y se quedó sin combustible apenas empezó a tratarse en particular. Muchísimos de sus artículos e incisos chocaban con planteos de provincias, de sectores productivos y de grandes colectivos afectados (los jubilados, por caso) e iban a ser excluidos o reformados por mayorías de la Cámara. Ante esa perspectiva, en parte por obstinación y en parte por torpeza, el oficialismo decidió sacrificar la aprobación general ya conseguida y retirar la iniciativa de la discusión parlamentaria.
Aparentemente el gobierno reincidirá en la presentación de los temas de su megaproyecto fragmentando los asuntos en proyectos temáticamente circunscriptos y buscará encarar otros por la vía del decreto. Su relato niega la idea de un fracaso en el Congreso: “la ley en rigor era innecesaria para el gobierno, que puede avanzar con otros instrumentos”.
Sin embargo, había sido la caída de la ley ómnibus el contexto de las filípicas y airados mensajes electrónicos a repetición de Milei antes de su paso por Roma.
La pax romana y después
La cercanía que se observó en el encuentro entre el Papa y el Presidente en sus encuentros en la Santa Sede hizo suponer a muchos que podrían ocurrir consecuencias amansadoras del turbulento carácter del libertario. En rigor, en la carta que había enviado al Pontífice para formalizar la invitación a viajar a la Argentina, Milei había empleado términos auspiciosos: “Considero que su viaje traerá frutos de pacificación y de hermanamiento de todos los argentinos, ansiosos de superar nuestras divisiones y enfrentamientos- había escrito-. Su presencia y su mensaje contribuirán a la tan deseada unidad de todos nuestros compatriotas”. Ese texto no parecía inspirado por el mismo espíritu que dispara improperios contra opositores reales o imaginarios y que había apuntado contra el mismo Papa.
“Reconsideré algunas posiciones”, confesó Milei ante un canal de TV italiano después de su contacto con Francisco. Ante el Papa pidió perdón por sus pasados exabruptos y se mostró hondamente conmovido por la cordial recepción que este le dio.
Muchos anhelaron que la reconsideración contribuyera aquí a enderezar sus relaciones con el Congreso y, sobre todo, con los gobernadores, un paso que parece un prerrequisito para dar vuelta la página de los enfrentamientos estériles y que lubricaría la visita de Milei a la sede legislativa el primero de marzo. Conviene recordar que, diferencia del acto de asunción de diciembre, esta vez el Presidente está constitucionalmente obligado a asistir al Congreso y dar cuenta allí de lo realizado hasta el momento así como de sus planes para lo que queda del año.
Muchas ilusiones decayeron, sin embargo, tras la decisión del gobierno de cortar a las provincias todas las transferencias por encima de la coparticipación, tanto las llamadas “discrecionales” como las normativamente establecidas (por ejemplo, las que corresponden a los fondos de Compensación Salarial Docente, de Incentivo Docente, Conectividad y Material Didáctico, contemplados en las leyes 26075 y 25053). En esa andanada, el Poder Ejecutivo suspendió a todas las provincias el subsidio al transporte de pasajeros. Inexplicadamente lo mantuvo, en cambio, para la ciudad de Buenos Aires y el conurbano, un reflejo centralista que el interior no podía interpretar sino como una discriminación que agrava lo que los vicegobernadores de todos los distritos denominaron “venganza” en un documento que suscribieron esta semana.
Con esa atmósfera reinante, parece aventurado imaginar qué pueda ocurrir el 1 de marzo con la obligatoria visita del Presidente a la Asamblea Legislativa.
Miércoles de ceniza
El Presidente se encargó el 14, miércoles de ceniza, de ratificar su preferencia por el conflicto (a diferencia del Papa, para quien “la unidad es superior al conflicto”). En una entrevista concedida a tres periodistas de un canal adicto, recuperó la retórica de la motosierra, reafirmó que no enviará recursos a las provincias; como si él perteneciera a otra categoría volvió a maltratar los políticos (“delincuentes que se disfrazan de ovejas”; “la gente detesta y desprecia a los políticos; siente asco; tiene razón”) y apuntó especialmente contra la llamada “oposición amigable”, la que contribuyó a darle media sanción a la Ley de Bases, pero cuestionó algunos de sus artículos (“Cuando vengan a decir nosotros queremos el cambio somos republicanos… No, ustedes son una manga de delincuentes”).
Martín Lousteau, cabeza del radicalismo, interpretó con astucia que “lo que quiere Milei es rivalizar con el kirchnerismo. No quiere que exista nadie en el medio”. El libertario lo confirma con su discurso: asegura que su objetivo principal cuando presentó el proyecto de ley escrito por Federico Sturzenegger, más que impulsar reformas era “ordenar el espectro político”. Para Milei “tiene que haber dos polos ideológicos claros, uno liberal y otro estatista. El espacio del centro tiene que definir si está con el kirchnerismo o está con nosotros”. El Presidente parece interesado en alimentar una nueva polarización, otra versión de la grieta. Especula que por esa vía puede zafar de la situación minoritaria en la que legislativamente lo dejó la elección de la primera vuelta, cuando llegó segundo y arrastró una cuota muy chica de diputados y senadores.
Más allá de la fusión con Macri
Un proceso de convergencia entre La Libertad Avanza y el Pro de Mauricio Macri y Patricia Bullrich, aunque está inscripto en la lógica de las cosas, marcha a los saltos porque cada fuerza quiere concretarlo a su propia manera. El Pro aspira a hacer valer la experiencia de sus cuadros y cierto orden interno para tomar gradualmente los comandos operativos del gobierno por debajo del Presidente y su pequeño círculo de confianza. Naturalmente, los libertarios resisten esa pretensión y por el momento aspiran solo a que ambas fuerzas constituyan un interbloque legislativo. Milei insiste en la fórmula que él mismo sugirió antes de las campañas electorales, cuando propuso que él y el candidato o candidata del Pro compitieran en una primaria unificada “bajo el mandato de que el que gana gobierna y el que pierde, apoya”. Aunque aquella PASO común no se produjo, la elección general se encargó de determinar quien ganó y quien perdió, razón por la cual al Pro, bajo aquella norma, le toca apoyar. “Además –agrega Milei- Macri no me pide nada. Hablamos seguido por teléfono, conversamos sobre la situación y el Pro fue la única fuerza que nos apoyó sin fisuras en el Congreso. Si en algún momento necesito gente para algún puesto seguramente lo conversaré con él”.
Aun salvadas las diferencias actuales, será difícil que la alianza o fusión de las dos fuerzas se produzca sin pérdidas por ambos lados: es obvio que el ala del Pro que sigue tomando como referente principal a Horacio Rodríguez Larreta se sume a esa convergencia y en las filas libertarias, pese al avasallante influjo de Milei, se dejan oír reparos y resistencias a una amistad política más estrecha con el macrismo.
En suma, la combinación, cuando se concrete dará origen a un interbloque de alrededor de 70 diputados, un número que no llega al tercio de la Cámara pero que la convertiría en la segunda fuerza de la Cámara, sólo superada por el bloque de Unión por la Patria.
Desde el centro, donde encarnó el liderazgo de una oposición autónoma amigable con los lineamientos generales del gobierno, Miguel Pichetto observó que, aunque el acuerdo entre el Pro y el oficialismo “ es posible y le daría una base parlamentaria un poco más alta, todavía le falta”.
La alianza orgánica Pro-mileísmo, al ordenar las fuerzas en la Cámara le daría una oportunidad mayor al centro para jugar un papel de equilibrio y de árbitro. Para ello, ese centro debería atreverse a serlo plenamente, a establecer acuerdos legislativos a ambos lados de la nueva grieta y transgredir el prejuicio de que votar ocasionalmente con el bloque de Unión por la Patria (o con una parte de él) equivale a pecar de kirchnerismo. Por el contrario, asumir esa libertad de movimientos puede contribuir a descongelar alineamientos rígidos, a trabajar nuevos consensos y a bajar los decibeles de confrontación.
En rigor, de lo que se trata es de dotar al proceso institucional iniciado el 10 de diciembre de gobernabilidad, equilibrio y eficacia. El Presidente necesita encontrar la sintonía adecuada con el Congreso y, sobre todo, debe buscar un diálogo constructivo con los gobernadores, que –sumados- representan un caudal electoral dos millones de votos más alto que el que obtuvo Milei antes del balotaje. Pichetto lo formuló con claridad: “Milei debe apuntar hacia un diálogo amplio con los gobernadores que permita terminar con la incertidumbre fiscal que tienen las provincias, consolidar un camino de ordenamiento fiscal para la Nación. Acuerdos recíprocos, que también implican gobernabilidad, es el camino que el presidente tiene que transitar. Sería inteligente”.
Martín Llaryora, el gobernador de Córdoba, le envió un mensaje directo por televisión al Presidente: “Le pido que convoque a los gobernadores para que podamos llegar a un consenso. Cuente con aquellos que queremos ayudar”. Llaryora empieza a destacarse como una figura de relieve en un reordenamiento federal y, eventualmente, en un reagrupamiento del peronismo.
Martín Llaryora.
A través de su vocero, el Presidente hizo saber que no recibirá a los gobernadores. Evidentemente, por el momento él no está pensando en consensos. Más bien calcula que está en fuerza para imponer, aplicando la fórmula que Federico Sturzenegger explicó esta semana a alumnos de Harvard: “Una posibilidad es empobrecer a estos grupos de interés y drenarlos de los recursos”, postuló. “Si se hace podemos tener una posibilidad de luchar contra ellos”. Sturzenegger pone en álgebra lo que el propio Presidente había prometido llanamente diez días atrás, antes de su viaje espiritual a Israel y El Vaticano: “secar” a las “provincias traidoras” (las que, según él, impidieron que se consumara la ley Sturzenegger que, sin embargo, también según él, no era tan importante en lo instrumental).
La reconfiguración inconclusa
La reconfiguración del sistema político que está en marcha – de la que la sorpresiva elección de Milei ha sido un capítulo- está lejos de haberse consolidado. Requiere de todos los actores una lucidez mayor que la empleada hasta aquí: hay un presidente electo que no tiene fuerza legislativa ni territorial y parece empeñado en ignorar esa debilidad; hay un congreso todavía disperso y – en función de viejas y nuevas grietas- remiso a forjar acuerdos indispensables; hay un atisbo de convergencia entre los poderes políticos provinciales, que buscan forjar acuerdos con el poder nacional que sostengan la autoridad presidencial pero impulsen paralelamente el fortalecimiento e integración de los territorios y sus economías. ¿Hará falta que, como en otras oportunidades, sea un agravamiento crítico el que impulse a los actores a disponer adecuadamente todas esas piezas?
Una mayor proximidad entre los factores principales (Presidente, gobernadores, Congreso) contribuiría, probablemente a componer la ecuación. Está faltando una pieza que articule con inteligencia y capacidad de movimiento los fragmentos de poder dispersos para convertirlos en un sistema.
Un artículo de Damian Nabot en La Nación del sábado 17 concluye con una frase significativa: “En la reforma acordada entre Alfonsín y Carlos Menem, se determinó que el jefe de Gabinete es el único colaborador del Presidente que puede ser removido de su cargo por el voto del Congreso”. Un día antes, en el mismo medio, el analista Sergio Berenstein escribía: “A pesar de que los constituyentes de 1994 incorporaron elementos propios del parlamentarismo, como la figura del jefe de Gabinete de Ministros para facilitar la cohabitación con otras fuerzas y evitar que los presidentes erosionaran su legitimidad, en especial si quedaban en minoría en el Congreso, el sistema político se las arregló para ignorar ese recurso y acrecentar los problemas en vez de abrazar esa solución”
¿Se está elucubrando, preventivamente, una combinación “parlamentarista” para resolver el rompecabezas que por ahora Milei quiere armar con el decisionismo de un Ejecutivo desprovisto de representación en el Congreso y las provincias?
En cualquier caso, la pacificación y el hermanamiento que el Presidente invocó ante el Papa para invitarlo todavía se hacen esperar.
No es raro que el Pontífice no haya confirmado aún su viaje: no quiere aterrizar en un país sin unión.