Reunidos por LA CAPITAL, familiares de los tripulantes David Alonso Melián, Luis Esteban García y Leandro Cisneros cuentan su bronca, tristeza y desolación desde que no se supo más nada del submarino. Historias de vidas que quedaron entre paréntesis a la espera de un milagro.
por Natalia Prieto
np@lacapitalmdq.com.ar
Incertidumbre, tristeza, desazón y angustia son algunas de la sensaciones que invaden a los familiares de los 44 tripulantes del submarino ARA San Juan, desaparecido hace casi un año.
El buque tendría que haber regresado a la Base Naval de Mar del Plata a fines de noviembre de 2017, pero el 15 de ese mes fue la última comunicación de la nave en medio del mar. Hoy continúa desaparecido y madres, hijos, hermanos esperan.
Yolanda, Francisca y María Victoria son madres de tripulantes que comparten el haber nacido en el interior y su vocación por el mar. Ellas hoy conviven en el hotel Tierra del Fuego mientras esperan novedades y, entre rondas de mate, se contienen frente a la angustia y a la incertidumbre. LA CAPITAL dialogó con ellas a días de cumplir un año de la desaparición del submarino.
A veces con lágrimas en los ojos, otras hablando vehementemente, las mujeres coinciden en la queja por “el abandono” que sienten por parte del Gobierno y la falta de acompañamiento de la sociedad. “No cuidaron a nuestros hijos”, dicen de la Armada. “Por la redes podés tener muchos seguidores que te dicen cosas, pero a las marchas viene poca gente”, describen.
Luchando con sus propias limitaciones económicas, se sienten traicionadas y no quieren cerrar el capítulo, reclaman “pruebas” y sostienen que sus hijos están “desaparecidos”. Siguen con la vida como entre paréntesis, quizás esperando el milagro.
*******
Francisca es la madre del cabo principal David Alonso Melián, soltero de 32 años, y está acompañada por sus hijas Mariana y Lourdes, de 28 y 21 años. Aunque el resto de la familia (el padre y seis hermanos más) continúa en Santiago del Estero, específicamente en el paraje San Andrés, ellas se instalaron en Mar del Plata a la espera de novedades apenas se enteraron de la desaparición del submarino.
La madre delega la conversación en sus hijas, aunque escucha con atención y es la encargada de repartir las servilletas que funcionan como pañuelos cuando a las demás madres las desbordan las lágrimas.
“Mi hermano nadaba desde los 6 años y siempre quiso ser marinero”, cuenta Lourdes. Y recuerda: “Con mucho esfuerzo juntó plata para ir a estudiar a Puerto Belgrano, egresó con muy buenas notas y eligió ser submarinista. Estaba muy contento con lo que hacía”.
Si bien hace unos años se había instalado en la ciudad (vivía en la Base Naval), la familia nunca lo había podido venir a visitar por cuestiones económicas y él viajaba a su terruño natal.
“Llamó para avisar que se embarcaba y quedó en llamar cuando regresara”, señala Lourdes. “El siempre hablaba del submarino, le decía ´El Perla Negra´, y le decía a mi mamá que si en algún momento el submarino desaparecía, un arma de guerra, negro, difícil de detectar, iba a ser muy difícil encontrarlo”, cuenta.
Además, añade Mariana, la hermana mayor que es chef y busca trabajo mientras acompaña a su familia, David “tiene vocación de submarinista”. “Su sueño era ir a Ushuaia”, recuerda. Ese fue último puerto visitado por el ARA San Juan antes de desaparecer.
Hoy, ellas junto a los demás familiares, siguen yendo cada mañana a la Base Naval a escuchar las novedades y a “estar cerca del lugar desde dónde partió”, dicen.
“Es muy difícil -coinciden las hermanas-, a veces vamos a la costa a tomar mate, con otros familiares de tripulantes, para charlar un rato pero siempre sale el tema”.
Y recuerdan la cena de la pasada Navidad, en el hotel Antártida, con otros familiares. “Mientras comíamos nos mirábamos y a la hora de brindar nadie quería llorar -rememora Mariana- pero no podíamos evitarlo. Hubo muchas madres que se descompensaron”.
Sobre la hipótesis de lo que sucedió con el submarino ambas son categóricas: “No hay certezas de una falla mecánica, hay un montón de conjeturas, pero no vamos a saber la verdad hasta que no aparezca el submarino. Tenemos la incertidumbre de no saber dónde está ni qué pasó”.
Aunque las hermanas reconocen que tienen “las necesidades básicas satisfechas” después de todo lo que vivieron este año, las dudas las rodean. “Por ahí pensamos si no nos ocultaron la última comunicación, si están más atrás o más adelante del lugar dónde dicen que están”, deslizan.
*******
El dolor del alma se refleja en la columna de María Victoria Morales, madre del cabo principal Luis Esteban García (32 años), ya que el diagnóstico de hernia de disco la obliga a tener sesiones de fisioterapia diariamente. Y la hipertensión, a veces, le juega una mala pasada.
“Nos están matando de a poco”, describe y reclama la necesidad de “tener más apoyo oficial, gubernamental, sin mentiras. Hubo contradicciones en lo que nos dijeron, abandonaron a nuestros hijos”.
Oriunda de Tucumán, ella y su marido llegaron en octubre pasado para despedir a su hijo cuando zarpó el 25 de octubre a bordo del submarino. Y se enteró de la desaparición de la nave en la casa de su hijo y su nuera, gracias a las intuición.
“Estaba irritable, lloraba por todo, hasta llamé a mis hijos que estaban en Tucumán para ver si estaban bien”, contó.
Un llamado telefónico, a las 11 de la noche del 15 de noviembre, los alertó del “rumor” de la desaparición. Unos minutos después, por la misma vía, les confirmaron la noticia.
“La incertidumbre nos está matando -dice con tono pausado-. No digo que podría continuar mi vida, pero podría volver a Tucumán. Estoy encallada en Mar del Plata, en una agonía sin fin. Si pudiese vaciaría el mar para encontrarlo”.
A su entender, la mejor terapia que encontró a lo largo de este año es “el acompañamiento de los otros familiares” y la tristeza le atraganta las quejas por las contradicciones que fueron detectando en las comunicaciones de la Armada.
“Ellos dicen que era la mejor camada para manejar un submarino -señala- entonces, por eso, no podemos aceptar lo del error humano. Hablan de error humano y ellos no pueden defenderse. Cuando encuentren al submarino va a hablar solo”.
Sin antecedentes militares en la familia, María Victoria cuenta que su hijo desde chico quería ser marino. “Egresó (de Puerto Belgrano) con la mejor nota y yo quería que desaprobara para que regrese”, confiesa.
Así fue que, por primera vez en su vida la mujer abandonó su provincia para presenciar la ceremonia de graduación de su hijo en el sur.
“Lo vi negrito, flaquito, demacrado -recuerda- pero después de ver su progreso sentí orgullo. Ahora ese orgullo no está, solo hay dolor. No me no siento la mamá de un héroe, soy una mamá que llora, sufre, que implora que el mar que lo trajo, que se lo llevó, me lo devuelva”.
Aunque en un primer momento estaba instalada en la casa de su hijo y su nuera, junto a sus dos nietos, hoy con su marido Luis comparte la estadía con los demás familiares en el hotel.
“Nos fuimos -explica- porque llegó familia de mi nuera y porque generábamos gastos, mi marido está sin trabajar”.
Si bien afirma que “no tengo hipótesis, sino un corazón de madre que lo espera”, considera que “la Armada fue perdiendo credibilidad. Nosotros les entregamos a nuestros hijos, a los que criamos con mucho sacrificio porque provenimos de una familia muy pobre, y no los cuidaron”.
“Tengo los pies sobre la tierra, pero mi cabeza no está para decir que mi hijo no está. Quiero pruebas”, dice y añade que después de la desaparición le seguía escribiendo mensajes de Whatsapp a su hijo porque “tenía esperanzas de que los lea”. Después suspendió esa práctica, debido a que “había cosas raras” en el celular: “Un día esos mensajes aparecieron publicados en un diario y obviamente que no los entregué. Nos habían hackeado los teléfonos”.
Y reclama más acompañamiento de la sociedad: “Por la redes podés tener muchos seguidores que te dicen cosas, pero a las marchas viene poca gente”.
******
“Para mantener el espacio de lucha, por eso estábamos en la Base (Naval)”, describe Yolanda Mendiola, madre del cabo principal Leandro Cisneros (28). Al enterarse la noticia en su Jujuy natal, pidió ayuda al gobierno provincial y se vino a Mar del Plata “directo con el equipaje a la Base”.
Su hijo llegó a submarinista por vocación. “Estaba haciendo el terciario, técnico programador, pero él quería otra cosa, otro lugar, con más vida decía, con más movimiento”, cuenta.
Así, fue a estudiar a Puerto Belgrano y, una vez recibido, se instaló en Mar del Plata, donde poco tiempo antes de embarcarse se casó con otra integrante de la Armada.
Con su profesión, Leandro “estaba contento, había encontrado lo que quería. Le gustaba Mar del Plata, la vida que había”.
Durante todo este año, Yolanda regresó una sola vez a su provincia y por extrema necesidad: tenía que firmar su divorcio. Y sostiene que desde la Armada les “dijeron muchas mentiras”. “El día que dijeron lo de la explosión fue un desastre la Base, a mí me empastillaron porque estaba a los gritos de ´asesinos´. Se ocultaron muchas cosas y nos enteramos por las declaraciones en la comisión Bicameral”, cuenta con una vehemencia que poco a poco se va apagando, hasta terminar en llanto.
A su entender, la reparación denominada de “media vida” del ARA San Juan debió haberse realizado en “Alemania, de donde era el buque, pero la hicieron acá”. “Por eso estuvimos 52 días en Plaza de Mayo y así logramos visualizarnos”, dice. “El ministro (de Defensa, Oscar) Aguad -añade- no está a la altura, nos dijo que nos vayamos, que él no podía hacer nada, que no se podía molestar al Presidente”.
Durante la estadía en la Plaza de Mayo, Yolanda recuerda que los familiares no la pasaron bien. “Pero no le dimos el brazo a torcer”, dice. Y sostiene: “Logramos que nos reciba y poder hacer esto, la contratación de la empresa para que continúen con la búsqueda”.
“Me hubiese gustado -confía- que el presidente (Mauricio Macri) se ocupara como hizo el presidente chileno con los 33 mineros. Dos veces nos recibió en un año y ni nos miró de frente”.
Yolanda también se quejó por la falta de empatía de la sociedad. “En las marchas somos nosotros, nada más. recién cuando fuimos a la Plaza de Mayo logramos visibilizar el problema, allá se acercó más gente”, describe y asegura que continuará con la lucha, a pesar de la incertidumbre, porque “no se abandona a un hijo”.
Estos familiares de los tripulantes del submarino San Juan no cierran capítulo, están con la vida como entre paréntesis. Quizás esperando el milagro.