Panorama político nacional de los últimos siete días
Por Jorge Raventos
La puja política que se dirimió el último domingo en Brasil dejó varios rasgos que merecen ser analizados con mirada argentina. El primero es la extrema polarización, que ya había quedado a la vista en la primera vuelta electoral. Jair Bolsonaro y Luis Inacio Lula Da Silva recaudaron entonces, en conjunto, nueve de cada diez votos emitidos (en 2019, Alberto Fernández y Mauricio Macri sumaron ocho de cada diez votos positivos). Lula y Bolsonaro quedaron separados, en la primera elección, por una diferencia que en términos porcentuales se estrechó en el ballotage: Lula triunfó por menos de dos puntos. La actual grieta brasilera parece mucho más ancha que la que ha atravesado a la Argentina y que está en proceso de cambio: según los estudios demoscópicos, las dos coaliciones principales de la Argentina apenas recogen seis de cada diez intenciones de voto.
El orden de la polarización
Habida cuenta de aquella ventaja mínima de Lula y del hecho de que Bolsonaro y sus aliados tendrán una fuerza parlamentaria superior a la que, en primera instancia, responde al presidente recién electo, difícilmente pueda extraerse del panorama resultante la conclusión de que Brasil se orienta a la izquierda. Para gobernar Brasil es preciso ubicarse en el centro, desarrollar una estrategia de unión nacional y, por cierto, sin perder de vista al electorado propio, escuchar con equilibrada atención a los grandes actores de la vida brasilera así como a los que influyen decisivamente en el escenario regional y mundial.
En octubre, una semana antes de la primera vuelta brasilera, en esta página formulamos un panorama de lo que podía avizorarse: “Bolsonaro ha hecho ya mucho por modificar las política brasilera: ha corrido el sentido común muchos grados a la derecha, ha trabajado por una apertura económica, ha articulado una base social para esa postura y ha condicionado inclusive a sus adversarios a ubicarse más al centro del espectro. Lula ha conducido a su fuerza política hacia el centro con naturalidad: ya había mostrado esa prudencia en la transición que le permitió suceder a Fernando Henrique Cardoso asumiendo buena parte de las políticas de éste, y ahora está pulsando la misma cuerda, como lo muestra la elección de su compañero de fórmula, Geraldo Alckmin, antiguo adversario y miembro del partido que fundó y orienta Cardoso.
A contramano de lo que imaginan cierto sector K y una parte del antikirchnerismo más cerril, un triunfo de Lula no debería contabilizarse como una victoria de la izquierda, sino más bien como la oportunidad de que las reformas liberales que la derecha de Bolsonaro quiso imponer sin anestesia, sean desarrolladas por el realismo de un liderazgo popularmente acreditado. Como suele ocurrirle a los líderes sociales que se guían por la realidad y saben que hay que hacer lo que se necesita, y hay que cambiar cuando es preciso, si Lula efectivamente avanza por ese rumbo, es muy probable que sea cuestionado desde izquierda y derecha”.
Reflejándose en la realidad brasilera después de la primera vuelta, Miguel Pichetto había sugerido una polarización análoga para ordenar la política argentina; eso exigiría, según él, que las dos grandes coaliciones se enfrenten “con los titulares” a la cabeza. Es decir, con Cristina Kirchner y Mauricio Macri como candidatos.
Ese escenario electoral se vuelve improbable. Aunque contiene una constatación irrebatible -tanto Macri como la señora de Kirchner son hoy figuras centrales de sus respectivas coaliciones-, ambos expresidentes están lejos de ejercer la atracción que Lula o Bolsonaro concitan en Brasil. En ambos casos su centralidad es un fenómeno remanente: la mantienen porque la tuvieron, pero en los dos casos está erosionada. El liderazgo de la señora de Kirchner ha perdido la mayor parte de los influjos que ejercitó en el pasado.
De Durán Barba a Karadagián
La insoslayable decadencia del poder K tiene efectos sobre la coalición opositora, que ya no cuenta como pegamento de sus diferencias con el miedo a una hegemonía kirchnerista. Por el contrario, ahora prevalece allí la impresión de que derrotar al kirchnerismo es pan comido, y eso desata los conflictos internos: son muchos los que quieren cobrar por esa imaginada victoria. Así, Juntos por el Cambio, que cuando tenía la conducción técnica de Jaime Durán Barba derramaba mensajes amables y globos coloridos, ahora ofrece a menudo un espectáculo que evoca a Titanes en el Ring, en su versión más reciente, con damas incluidas.
Mauricio Macri -que enmascara su inconfesado deseo de ser candidato tras el autopercibido rol de padrino ideológico de su fuerza- se encuentra con límites claros tanto en la coalición JxC como en el mismo partido que él fundó, el Pro. En la coalición, su figura es fuertemente contestada por la opinión mayoritaria del radicalismo, desde Facundo Manes hasta Gerardo Morales y Martín Lousteau.
Horacio Rodríguez Larreta parece dispuesto a practicar en la Capital su plan de ampliar la base de sustentación, aun a riesgo de que su sucesión beneficie a un radical. Los halcones macristas reclaman que el gobierno porteño siga siendo del Pro como en los últimos quince años. Al parecer en este caso no se considera la alternancia como signo distintivo de la democracia.
Patricia Bullrich, la otra postulante, que crece a la sombra de Macri (pero podría ser asfixiada si éste decide presentarse, ya que lo haría apoyado sobre el mismo sector sobre el que ella trabaja), está lanzada a su candidatura y amenaza con desobedecer a quienes quieran mandarle otra cosa. No es la única amenaza que ha lanzado últimamente.
Dispersión y encuentro
La dispersión corroe a las dos coaliciones de la grieta. La Cámpora, como organización militante del kirchnerismo, produce internamente un agrupamiento objetico en su contra. Alberto Fernández, desde la presidencia, empuña su lapicera presidencial para obstruir algunos planes K. Aunque se muevan junto a Fernández para contener las políticas impulsadas por el cristinismo, el movimiento gremial y las organizaciones sociales tienden ahora a hacerlo con creciente autonomía y en discreta coordinación. El gremialismo puso en marcha un brazo político propio -el Movimiento Nacional Político Sindical- destinado a hacer oír su voz a la hora de discutir posiciones listas y opciones electorales.
El movimiento Evita, por su parte, tiene en funcionamiento un partido político propio –“Patria de los comunes” es su nombre- con estructuras en muchos municipios del Gran Buenos Aires y en media docena de provincias. Otro movimiento social, la Corriente Clasista Combativa, también tiene una organización política con personería: el Partido del Trabajo y el Pueblo. Son piezas de una deconstrucción (la del Frente de Todos) que se aceitan para formar parte a su debido tiempo de nuevos dispositivos.
Sumidos en sus respectivos barullos internos, el Frente de Todos y Juntos por el Cambio tironean en relación con las primarias abiertas y obligatorias (PASO), que el kirchnerismo y algunos sectores del peronismo quieren suspender o eliminar.
Un candidato competitivo
La intención de suprimir las primarias refleja, implícitamente, el escepticismo con el que buena parte del oficialismo evalúa sus posibilidades en la contienda nacional y una tendencia defensiva a refugiarse en situaciones locales. La mayoría de los dirigentes territoriales del peronismo (así como el sindicalismo y los movimientos sociales) son hoy muy escépticos sobre las chances oficialistas de imponerse en la elección presidencial de 2023. Y ese escepticismo alcanza niveles desbordantes cuando se baraja el supuesto de que la máxima candidatura esté a nombre de la señora de Kirchner o del actual Presidente. En verdad, el peronismo no visualiza con claridad un candidato competitivo.
Si hay una figura que empieza a recortarse en medio de la incertidumbre, es la de Sergio Massa, que ha conseguido fijar una línea propia en el ministerio de Economía, viene dando pruebas de poder, que impresionan y estimula las esperanzas competitivas prometiendo que en el primere semestre de 2023 la inflación podría haber caído dramáticamente. A dos meses de asumir un ministerio que era “un hierro caliente”, es posible apreciar que Massa ha introducido un clima de mayor sensatez y búsqueda de diálogos entre los actores económicos. Y ha conseguido construir poder en un paisaje de dispersión. ha encarado un giro hacia el realismo asentado sobre el acuerdo con el FMI y procura mantenerse al margen de las peleas más ruidosas que ocurren en el oficialismo.
En busca de un nuevo consenso
Paralelamente van gestándose en el subsuelo social las condiciones de nuevos consensos. Es la búsqueda de un objetivo más allá del desgastado modelo de paternalismo estatal y sustitución de importaciones, un carromato desvencijado en tiempo de jets, drones y satélites.
La erosión de las dos grandes coaliciones pone límites a la polarización. Si desde la derecha Javier Milei invade principalmente la base política del Pro, también vuelve a emerger en el centro del espectro la tentación de una fuerza que vaya más allá de la “grieta”.
El martes 1 de noviembre, después de que Juan Schiaretti lo impulsara como candidato a sucederlo en la provincia de Córdoba, Martín Llaryora, hoy intendente de la capital cordobesa, anunció que el propio Schiaretti “está a punto de lanzarse y ojalá sea el próximo presidente”. Llaryora agregó que el actual gobernador “ cree que hay que encabezar algo amplio, ya que esta grieta entre dos esquemas que ya fracasaron en la gestión de la Argentina, divide y generan odio. Hay que salir con acuerdos nacionales en este momento difícil. Schiaretti quiere crear, con dirigentes de otros partidos, un marco, una tercera posición que, si gana, va a intentar generar acuerdos nacionales”.
El gobernador cordobesista mantiene abiertos los canales con radicales como Gerardo Morales, presidente de la UCR, Facundo Manes y Martín Lousteau. El ex gobernador de Salta Juan Manuel Urtubey acaba de confirmar que “estamos trabajando con el gobernador Schiaretti y dirigentes de distintas provincias, mucho más de lo que en la apariencia se ve, para construir un espacio para saltar la grieta. porque estamos frente a una etapa agotada de la Argentina”.
Por cierto, desde dentro y fuera del oficialismo y la oposición se observan movimientos que buscan salir de esa “etapa agotada”. Y aunque no todos converjan en una fuerza común, expresan en conjunto la tendencia al cambio, entre la deconstrucción de un modelo y una estructura de poder que hacen agua, y la reconstrucción del sistema político, de modo de que sirva para centrar e integrar el país y articularlo plenamente en las posibilidades que el mundo le ofrece, la Argentina. El cambio necesita encontrar una base genuina. Se requiere un nuevo sistema capaz de dotar de continuidad, velocidad y profundidad al giro que , así sea precariamente y a media máquina, ya están en marcha.
Por allí avanza una transición en la que se empieza a construir poder al tiempo que cambia el rumbo y se tantean convergencias.