Es una enfermedad oftalmológica, que consiste en la alteración del sistema de drenaje interno del ojo, lo que produce la acumulación de un líquido, el humor acuoso, que genera un aumento en la presión intraocular.
Se estima que más de 2 millones de argentinos tienen glaucoma, una enfermedad oftalmológica que va produciendo la pérdida paulatina de la visión, pudiendo incluso llegar a causar ceguera. Pero como suele no dar síntomas hasta un estadio muy avanzado, habitualmente una de cada dos personas desconoce que padece la afección.
En opinión del doctor Daniel Grigera, médico oftalmólogo, presidente de la Asociación Argentina de Glaucoma, “si bien el glaucoma representa a un conjunto de enfermedades, mayoritariamente cuando hablamos de glaucoma nos referimos al glaucoma a ángulo abierto, que es el más frecuente en nuestro medio. Y el problema es que es absolutamente asintomático: la persona no tiene ningún síntoma que lo alerte. Lamentablemente, cuando aparecen los síntomas suele ser tarde y ya se ha perdido una porción importante de la visión en uno o en ambos ojos”.
La ausencia de síntomas también atenta contra la adherencia de los pacientes al tratamiento: “Aquellos con diagnóstico de glaucoma se sienten bien, no les duele, no notan alteraciones en su visión, y se tienen que poner gotas varias veces por día durante toda la vida; todo esto hace que aproximadamente el 50 por ciento abandone o no presente un buen cumplimiento de la terapia”, insistió el doctor Grigera.
Extrapolando estadísticas internacionales pero que son comunes a distintos países y culturas, y tomando los valores habituales de cumplimiento, se podría afirmar, siempre en forma estimativa, que la mitad de los argentinos que padecen glaucoma tiene diagnóstico y de ellos, apenas 1 de cada 2 cumple debidamente con su tratamiento; en definitiva, solo un 25 por ciento de los pacientes estarían bien controlados.
Si bien el glaucoma puede presentarse a cualquier edad, tienen mayor riesgo de padecerlo aquellos con parientes directos (padres o hermanos) con glaucoma, los que presentan córneas finas (ya que por subestimarlas esconden la presión intraocular -PIO- elevada) o una enfermedad ocular denominada “pseudo exfoliación”, los que sufren de miopía, diabetes o presión intraocular elevada, y los mayores de 60 años, entre otros.
En la persona con glaucoma, el sistema de drenaje interno que permite que el líquido que baña la parte anterior del ojo -denominado humor acuoso- se dirija al torrente sanguíneo, se ve obstruido parcial o totalmente y esto produce una acumulación de humor acuoso, causando aumento de presión dentro del globo ocular, condición que va dañando el nervio óptico y produciendo deterioro estructural y funcional, con una pérdida paulatina de la visión.
Exámenes periódicos
Pero los especialistas se encargan de recalcar que con exámenes oftalmológicos periódicos, el glaucoma es sencillo de detectar y existen tratamientos muy seguros y eficaces que si bien no curan la enfermedad, logran detener su avance. “Si el glaucoma se detecta a tiempo rara vez causa ceguera”, consignó Grigera.
Entre los tratamientos disponibles la mayoría de los pacientes reciben gotas oftalmológicas para reducir la PIO, algunas de las cuales trabajan disminuyendo la producción del humor acuoso y otras mejorando el flujo a través del ángulo de drenaje o de una vía alternativa llamada uveoscleral; como segunda línea está la cirugía. Cada paciente y cada estadio de su enfermedad serán los indicadores sobre los que el oftalmólogo decidirá qué tipo de terapia es la adecuada en cada situación.
Existe consenso en la comunidad oftalmológica en recomendar incluir al control del glaucoma en los exámenes oculares a todas las edades, y luego un chequeo aproximadamente a los 40 años, con un control posterior cada 2 a 4 años. Mientras que en aquellos pacientes con factores de riesgo no rigen estos límites y la frecuencia de los controles es mayor. “Una oportunidad que no debe desaprovecharse para concurrir al oftalmólogo y pedirle que le mida la presión intraocular es al momento de inicio de la presbicia, que suele producirse a partir de los 40 años”, sugirió el doctor Grigera, quien también es médico consultor de glaucoma del Hospital de Oftalmología Santa Lucía.
“Uno se pregunta cómo es posible que una enfermedad que causa ceguera, como lo es el glaucoma a ángulo abierto, no se perciba; lo que sucede es que la pérdida habitualmente comienza en forma periférica, y la persona se va acostumbrando a esa disminución visual, hasta que cuando el estadio es más grave empieza a tropezarse, golpearse y a llevarse objetos por delante. Llamativamente, encontramos casos de pacientes virtualmente “ciegos” pero con muy buena agudeza visual: tienen lo que se denomina “visión de caño de escopeta”, pueden llegar a leer un diario porque mantienen su visión central, pero son incapaces de ver a la persona que está a su lado”, explicó Grigera.
Para llegar al diagnóstico del glaucoma el oftalmólogo se vale del examen clínico, que algunas veces es suficiente para hacer la determinación. Mientras que cuando el cuadro no es tan evidente, podrá recurrir a estudios diagnósticos complementarios como el campo visual, la OCT (tomografía de coherencia óptica) o la HRT (tomografía retinal de Heidelberb), entre otros.