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El tren del Mundial, con borrachos, artistas y soñadores

Argentinos y franceses, antes de enfrentarse en un choque de campeones, se juntaron, también con rusos, para detener una invasión de mosquitos. La canción inesperada en la madrugada.

por Vito Amalfitano

@vitomundial

Desde Kazán, Rusia

Una vez más el tren partió con puntualidad rusa-suiza. Todo lo que vino después no fue exactamente tan perfecto, pero si fascinante. Subirse al tren del Mundial, gratis para los periodistas acreditados y aficionados con tickets de determinada categoría, igual no tiene precio.

Los que subimos con la reserva correspondiente tuvimos nuestro camarote asegurado. La cuestión es que decenas de hinchas argentinos subieron sin lugar. Teniendo en cuenta la gran cantidad de controles y policías en los accesos nos quedó la sensación que más que “colados” fueron aceptados con indulgencia de parte de las autoridades para que pudieran viajar, pero hasta cierto límite.

En efecto, nos encontramos durante el viaje con varios argentinos, pero también algunos franceses, rusos, georgianas y georgianos, que no tenían un lugar predeterminado para dormir. Entonces eligieron el salón comedor y se quedaron en sus sillones, previa ingestión de gran cantidad de litros de cervezas, más los rusos y georgianas y georgianos que el resto.

Allí, al salón comedor, nos dirigimos para lo que estaba originalmente dispuesto, para cenar. Sin lugar para sentarse solo quedó hacer el pedido y esperar para llevar la cena al camarate. Pero atendía una sola mujer, Natasha, quien empezó a “atajar todos los penales” a los gritos pero con una sonrisa. Pedimos una gaseosa, imposible, en la heladera solo había cerveza. Esperamos más de una hora y media para que nos llegaran nuestros platos de pastas. En el interín, y ante nuestros reclamos, Natasha se apiadó y nos fue convidando cosas para “picar” sin cobrarnos. En realidad todo lo resolvía ella, sin tickets, con papelito de almacenero, sin control alguno. Al ver que estaba desbordada empezó a ayudarla un jóven. En principio nos pareció que era también empleado del tren. Error. Enseguida nos mostró su “Fan ID”, la credencial del hincha, esencial para ingresar a los estadios del Mundial además del ticket respectivo. Y nos explicó, en inglés, que se había acercado para ayudar y traducir, para que Natasha pudiera atender todos los pedidos. Lo cierto es que el jóven ruso, Alexey, se pasó detrás de la barra y empezó a despachar cervezas con una velocidad de experimentado y se transformó en el “arquero suplente” de Natasha.

 

Todo a los gritos, bien ruso, pero siempre con una sonrisa. También los franceses empezaron a consumir cerveza en cantidad. Los argentinos comenzaron a cantar y “se prendieron”, rusos, las georgianas y los georgianos, el jóven voluntario y hasta Natasha y los franceses. De repente, en esa “romería”, en ese salón absolutamente desbordado, a alguien se le ocurrió abrir una ventana porque sintió calor. Pasábamos por una de las tantas zonas de espesa vegetación en el camino Moscú – Kazán. Entró, de repente, una “escuadrilla” de mosquitos, que hizo suyo el salón comedor, para devorarse la sangre de todos los embriagados comensales. Fue el momento en el que Natasha pegó el grito más fuerte para que cerraran la ventana, tratando de explicar, uno supone (en ruso, claro) que estaba prendido el aire acondicionado. Demasiado tarde. Al instante todas y todos nos encontramos matando mosquitos a puro aplauso. De pronto veo como uno de los más entusiasmados “asesino” de mosquitos era el empresario marplatense Roberto Pennisi, quien venía de su camarote también con la intención de llevarse algo para cenar. Los mosquitos estaban cenando con él y con todos nosotros.

Toda la imagen, todo el momento, absolutamente subrealista. Impensado, en principio, para lo que uno pudiera imaginar de la supuestamente hermética sociedad rusa. Nos habían advertido un par de días atrás de todo lo contrario: “los rusos son bastante desorganizados, caóticos, en eso se parecen mucho a los argentinos, todo se empieza a último momento, como pasó con las obras de los estadios y todo se ata con alambre”. Los papelitos de Natasha con los pedidos, sin control y sin tickets, los pasajeros sin lugar que viajaban en el salón comedor, y hasta la imagen de todos tratando de matar mosquitos nos remitió enseguida a esa frase.

En la vuelta a nuestro vagón y al camarote nos encontramos con varios argentinos más durmiendo en los pasillos y al arribar a nuestro lugar y esperar para dormir mientras salíamos al aire en directo para LU6 Radio Atlántica nos encontramos con un par de rusos que, totalmente ebrios, regresaban y no encontraban su compartimento. Literalmente entraban en cualquiera, y así los echaban.

El tren a Kazán, en definitiva, se convirtió en una extraña “Arca rusa”, no precisamente distinguida o de rigidez y majestuosidad zarista. Sino más bien un “Arca” de colores, sonidos, caos, excesos y ternura. La que tuvo que tener la “guarda” o “azafata” para enderezar con toda la paciencia a los ebrios que se equivocaban de puerta en el ingreso a sus camarotes. Nunca, de todos modos, se llegó al descontrol. Los argentinos y extranjeros que durmieron en el salón comedor y en algunos pasillos tuvieron lugar, y nosotros también. Fue un desborde más bien “controlado”.

Y en nuestro propio regreso, a nuestro camarate, ya por fín con la cena, otro episodio subrealista. El compañero de nuestro camarote, Evgenii, quien acababa de conocernos, nos ofrecía cerveza de todos los colores. No la había comprado en el tren. Había subido con un verdadero cargamento. En inglés, o apelando al traductor en el celular de ruso a español, nos contó que estaba feliz por ir a la cancha, que había sacado la entrada antes y que afortunadamente le había tocado Argentina y no Nigeria. De repente nos pidió que le escribiéramos un mensaje, un saludo, en nuestra condición de periodistas. Y enseguida tomó el celular y nos mostró la traducción de una canción. Se trataba del tema “Argentina – Jamaica”. Nos recordó que lo pasaban en el Mundial de Francia y nos remontó a aquel partido que vimos en el Parque de los Príncipes. Resulta que esa canción, muy pegadiza, popularizó al grupo ruso que la compuso y la interpreta, Chaif. Enseguida volvió a buscar en internet y directamente puso la canción. Enseguida estábamos los cuatro integrantes del camarote cantando, los tres argentinos y él. “Argentina – Jamaica / Argentina – Jamaica / Pyat nole / pyat nole /” (significa 5-0).

“Hoy el sol se ocultó detrás de las nubes / Hoy las olas golpean con tan dolor / Vi como moría la esperanza de Jamaica / Mi alma está llorando / ¿Para qué tocas mis tambores? / ¿Para qué bailas con mis tambores? / ¿Para qué cantas mi canción? / Ya me duele / Qué pena, qué pena, Argentina-Jamaica 5-0 /Qué pena, qué pena, Argentina-Jamaica 5-0 / Veo sobre mi el cielo azul / Tan blancas nubes sobre el azul / Igual que las banderas blanco-azules de Argentina / Cierro los ojos / Cierro los ojos y veo los bosques de Jamaica / Veo sus playas doradas / Veo sus mujeres preciosas / Sus caras están tristes / Qué pena, qué pena, Argentina-Jamaica 5-0 / Qué pena, qué pena, Argentina-Jamaica 5-0 / Nuestras mujeres perdonan nuestra debilidad / Nuestras mujeres perdonan nuestras lagrimas / Ellas perdonan la risa y la alegría a todo el mundo / Incluso a Argentina / Pues baila, baila con mis tambores / Pues canta, canta conmigo mi canción / Sin semilla habrá para todos / Mientras suena nuestro reggae / Qué pena, qué pena, Argentina-Jamaica 5-0 / 5-0 / Qué pena, qué pena, Argentina-Jamaica 5-0 … Pyat Nole / Pyat Nole / “

Nada más subrealista que esta letra, que la haya escrito un grupo ruso, que por ese tema sean famosos, que uno de sus “fans” nos pasara la canción en el tren… Busquen en Google “Argentina – Jamaica Chaif” y comprobarán porque terminamos los cuatro cantando, tres argentinos y un ruso, una melodía atrapante, en un madrugada en viaje de Moscú a Kazán, hacia un choque entre campeones del mundo, con el sueño de seguir en el Mundial de algunos, de ver buen fútbol de otros.

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