Cultura

El Taller de Narrativa: Registros

Emilio Teno y Mariano Taborda proponen en su décima clase lecturas de Rodolfo Walsh y Alejandro Zambra para estudiar los registros del narrador.

Por Emilio Teno y Mariano Taborda

Rodolfo Walsh siempre fue muy consciente de su escritura, de la técnica, del oficio: como periodista, como cultor del policial y como cuentista puro. Dentro de su obra de ficción, hay un arco que comienza en 1953 con la publicación del libro “Variaciones en rojo” y culmina en 1968 con el cuento “Un oscuro día de justicia”. En la primera etapa incursionó en el cuento policial clásico, con un detective al estilo Poe; durante de la década del sesenta, profundizó la experimentación con la materialidad del lenguaje, una búsqueda joyceana. Esa evolución puede rastrearse en el registro de los narradores, es decir, cómo trabaja con la forma. En esos primeros cuentos policiales, debido a la trama compleja y a la construcción de personajes -el detective por un lado y el criminal por otro- el espacio que queda disponible es muy limitado. En “Las aventuras de las pruebas de imprenta”, el registro es simple, ordenado, pragmático:

“En la Avenida de Mayo, entre una agencia de lotería y una casa de modas, se yerguen los tres pisos de la antigua librería y editorial Corsario. En la planta baja, grandes escaparates exhiben a un público presuroso e indiferente la muestra multicolor de los ‘recién aparecidos’. Confluyen allí, en heterogénea mezcla, el último thriller y el más reciente premio Nobel, los macizos tomos de una patología quirúrgica y las sugestivas tapas de las revistas de modas (…) Aún no son las cinco de la tarde. Dentro de un rato habrá un hervor de gente que entra y sale. Vendrá el poeta que acaba de "publicar", para preguntar si "sale" su libro. Los vendedores lo conocen, conocen el gesto ambiguo que no quiere desalentar, pero tampoco infundir excesivas esperanzas. Vendrá el autor desconocido que ha escrito una novela de genio, y quiere a toda costa que esta editorial -y no otra- sea la primera en publicarla”.

Las oraciones son breves, los enunciados claros, la adjetivación es presente pero medida; todo está en función, en ese pasaje, de construir una descripción de la editorial donde trabaja Daniel Hernández, el detective de Walsh. El único artificio es la utilización del adjetivo antes del sustantivo. Durante todo el texto el registro está subordinado a la trama, a la sumatoria de núcleos indiciales que construyen lo oculto: quién mató y cómo lo hizo.

Si ahora vamos a un cuento de 1967, “Los oficios terrestres”, podemos identificar un registro completamente distinto. En este caso el argumento es menor: unos chicos de un internado para descendientes de irlandeses, en la provincia de Buenos Aires, deben tirar la basura luego de un festejo por ‘Corpus Christi’. Al no haber una trama compleja como en el policial, el lenguaje puede aparecer en primer plano:

“En la más temprana y cenicienta luz del mes de junio, después de la misa y la escuálida ceremonia del café con leche tibio en el tazón de lata que mantenía con vida al pueblo todas las mañanas, el cajón de la basura se alzaba tan alto, poderoso y pleno en la leñera, detrás de la cocina y frente al campo, que el pequeño Dashwood empezó a bailotear y patear el suelo e incluso las tablas del cajón con un ataque torrencial de furia mientras gritaba ‘Me cago en mi madre’, cosa que al fin multiplicó su dolor, cólera y vergüenza, porque amaba a su madre por encima de todas las cosas y la extrañaba cada, cada noche cuando se acostaba entre las sábanas heladas oyendo lejanos trenes que volvían a su casa y lo partían en dos, una mano acariciante y un lloroso cuerpo defraudado”.

Todo el pasaje es una sola oración, con triple adjetivación, circunstanciales, voz directa del personaje, repeticiones; la dimensión musical cobra fuerza y la forma es más importante que lo que cuenta. Walsh lo pensó muy bien. En una entrevista de 1970 con Ricardo Piglia lo expresó con claridad. Al Walsh de los setenta solo le interesaba hablar del rol de la literatura como instrumento revolucionario, no escribía ficción por esos tiempos.

Hay una anécdota que pinta muy bien el vínculo de Walsh con la literatura. La editorial Sudamericana publicó un libro, “El libro de los autores”, consistía en que escritores consagrados eligieran su cuento favorito y así armar la antología. Borges eligió “Wakefield” de Nathaniel Hawthorne; Sábato, “Bartleby, el escribiente” de Herman Melville. Walsh se quedó con una pieza breve, hermosa y muy potente en términos políticos: “La cólera de un particular”, un cuento chino anónimo. La insistencia de Piglia durante la entrevista para llevarlo a pensar en el terreno literario, en el oficio de escribir, dejó esta luminosa definición:

“Ahora, es cierto que son diferentes de los otros. Evidentemente si queremos calificar el modo de escritura o la tentativa que hay en el modo de escritura hacia un uso ampliado de la palabra, es decir, una amplificación de los recursos hacia un lenguaje; si quisiéramos calificarlo de algún modo épico que es lícito usar en el sentido de que las anécdotas y el medio son muy pequeños y entonces vos podés usar un lenguaje grandioso y grandilocuente para historias de chicos que no me lo permitiría quizá si tuviera que escribir una historia épica, entonces tal vez usaría un lenguaje muy reducido”.

Podemos pensar también el cambio de registro de un narrador como forma de transformación de un personaje-narrador. En el texto de Alejandro Zambra, “El amor después del amor”, un chileno recuerda sus vínculos con Argentina. Hay una transfiguración en la visión del país -primero con bronca, luego con simpatía- y eso se ve en el registro del narrador. Comienza así:

“El primer ser humano argentino que tuvo alguna influencia en mi vida fue un rubio de veinte años y un metro noventa, al parecer muy bueno para el vóley playa, que en el verano de 1991 se comió a mi polola”.

En el final del texto el personaje ya superó el encono con el aquel argentino rubio; ahora vive en Argentina, le gusta el país y, lo más importante, habla como argentino.

“Me gusta este país, me quedaría acá para siempre. En cada esquina descubro que es cierto lo que decía Natalia, Nati, Nata querida: donde quiera que estés, sí, Buenos Aires es como todas las ciudades del mundo pero un poco más hermosa y bastante más fea. Y claro que quiero a mi papá. De vez en cuando lo llamo, está mejor, lo pasa bien en Chile. Pero también lo quiero a Luciano, le hago el aguante. Los domingos vamos a la cancha y después a lo de Mazzín a tomar unas birras. A veces le digo te estás garchando a mi vieja, pelado, te voy a romper el orto, y él se ríe, es un groso”.

Lecturas:

“Los oficios terrestres” y “La aventura de las pruebas de imprenta” de Rodolfo Walsh

“El amor después del amor” de Alejandro Zambra

Ejercicio de escritura:

Escribir un texto narrativo de ficción en el que el registro del narrador se transforme (extensión máxima 1.000 palabras).

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