Los escritores y docentes Mariano Taborda y Emilio Teno reflexionan en su quinta clase sobre la figura del narrador en primera persona, a partir de "El entenado" de Saer, "El extranjero" de Camus y "El guardián entre el centeno" de Salinger. Como en todas sus clases de El Taller de Narrativa, proponen un ejercicio de escritura al final.
CLASE 5
PRIMERA PERSONA
Por Emilio Teno y Mariano Taborda
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Comenzar a leer un texto de ficción es establecer un pacto con el narrador, comprender sus competencias y, por lo tanto, sus límites. Existe en ese pacto mayor o menor cercanía, un tipo de acceso a los sentimientos y pensamientos del protagonista o los protagonistas. La primera persona es por definición aquella que nos sumerge en la interioridad y en la sensorialidad, genera una empatía inmediata con el lector. Así comienza “El entenado”, novela de Juan José Saer de 1983:
“De esas costas vacías me quedó sobre todo la abundancia de cielo. Más de una vez me sentí diminuto bajo ese azul dilatado: en la playa amarilla, éramos como hormigas en el centro de un desierto. Y si ahora que soy un viejo paso mis días en las ciudades, es porque en ellas la vida es horizontal, porque las ciudades disimulan el cielo. Allá, de noche, en cambio, dormíamos, a la intemperie, casi aplastados por las estrellas. Estaban como al alcance de la mano y eran grandes, innumerables, sin mucha negrura entre una y otra, casi chisporroteantes, como si el cielo hubiese sido la pared acribillada de un volcán en actividad que dejase entrever por sus orificios la incandescencia interna”.
La novela cuenta la historia de un grumete de una expedición al Río de la Plata en el siglo XVI (basada sin dudas en la historia de Francisco del Puerto, grumete de Juan Díaz de Solís), único sobreviviente de una emboscada de los indios colastinés. Lo dejan vivir, lo “apadrinan”, para que sea testigo y pueda dar testimonio de esa cultura que ha comenzado a morir. En ese comienzo el protagonista, ya viejo, recuerda la primera impresión de “aquellas costas vacías” y de aquel cielo inconmensurable. Vamos a acompañar ese viaje desde el alma del narrador: la violación por parte de otros marinos, el terror de la soledad, el hambre, la dimensión de lo desconocido, la antropofagia y la desmesura del “otro”. Nos contará el retorno y la incomprensión y, también, la nostalgia. Todo esto podría haberse contado en tercera persona pero la eficacia del texto sería sin dudas menor. No hay interpósita persona entre el narrador/protagonista y el lector, vamos con “él”, sentimos con “él”.
“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer. El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús a las dos y llegaré por la tarde. De esa manera podré velarla, y regresaré mañana por la noche. Pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negármelos ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: «No es culpa mía.» No me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las condolencias. Pero lo hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto. Por ahora, es un poco como si mamá no estuviera muerta”.
Este quizá sea uno de los comienzos más famosos de la literatura. “El extranjero” de Albert Camus, novela de 1942, narra el derrotero de Mersault, un hombre de origen francés a quien van a ajusticiar por haber matado a un árabe en Argel y se ha convertido en asesino sin ningún tipo de motivación aparente. La elección técnica de Camus de un narrador en primera persona es la que convierte a esta novela en una obra maestra. Como vimos en ese comienzo el narrador nos comunica con pasividad y parsimonia que murió su madre. Ese carácter abúlico, esa desaprensión no nos es comunicada por un tercero, no hay alguien que nos cuenta cómo es Mersault. Un narrador en tercera caería, tarde o temprano, en el juicio moral, nos alejaría del alma del protagonista, de su espesura psicológica. Pero aquí es Mersault el que cuenta su propia historia.
En el caso de “The catcher in the Rye” (El cazador oculto o El guardián entre el centeno, según la traducción), la novela de Salinger que se convirtió en un fenómeno popular, censurada por autoridades escolares, citada por asesinos seriales y estrellas de rock, el recurso de la primera persona no solo es vital por su punto de vista y cosmovisión sino también por su registro. El habla de Holden Cauldfield, un adolescente neoyorquino de 16 años, nos lleva al mundo psicológico, sentimental del personaje:
“Les contaré un caso para que se hagan una idea de lo pelirrojo que era. Yo empecé a jugar al golf cuando tenía sólo diez años. Recuerdo una vez, el verano en que cumplí los doce años, que estaba jugando y de repente tuve el presentimiento de que si me volvía vería a Allie. Me volví y ahí estaba mi hermano, montado en su bicicleta, al otro lado de la cerca que rodeaba el campo de golf. Estaba nada menos que a unas ciento cincuenta yardas de distancia, pero le vi claramente. Tan rojo tenía el pelo. ¡Dios, qué buen chico era! A veces en la mesa se ponía a pensar en alguna cosa y se reía tanto que poco le faltaba para caerse de la silla. Cuando murió tenía sólo trece años y pensaron en psicoanalizarme y todo porque hice añicos todas las ventanas del garage. Comprendo que se asustaran. De verdad. La noche que murió dormí en el garage y rompí todos los cristales con el puño sólo de la rabia que me dio. Hasta quise romper las ventanillas del coche que teníamos aquel verano, pero me había roto la mano y no pude hacerlo. Pensarán que fue una estupidez pero es que no me daba cuenta de lo que hacía y además ustedes no conocían a Allie. Todavía me duele la mano algunas veces cuando llueve y no puedo cerrar muy bien el puño, pero no me importa mucho porque no pienso dedicarme a cirujano, ni a violinista ni a ninguna de esas cosas”.
La confrontación con el mundo de los adultos, con su hipocresía y violencia, se ejerce también desde el lenguaje. Entrar al universo de Holden supone comprender su forma de contar, su forma de decir, su registro. Eso mismo es lo que escandalizó a la sociedad norteamericana de los años 50 y lo que llevó a millones de lectores a habitar la desesperación de ese chico. La primera persona es, por lo tanto, la elección técnica correcta cuando la cercanía, el punto de vista y el registro necesitan mostrar, al decir de Lukács, el adentro del personaje.
Lecturas:
“El entenado” de Juan José Saer
“El extranjero” de Albert Camus
“The catcher in the Rye” de J. D. Salinger
Ejercicio de escritura:
Escribir un texto de ficción en primera persona, prestando especial atención a cuál va a ser su punto de vista y su registro. Extensión máxima: mil palabras.