Cultura

El taller de Narrativa: Novela (segunda parte)

Mariano Taborda y Emilio Teno comparten la segunda parte del apartado Novela de su taller de narrativa. Un repaso por Dostoievski y José Mármol.

Por Emilio Teno y Mariano Taborda

1 de noviembre de 1866. Es la fecha que tiene el escritor ruso Fiódor Dostoievski para presentar el manuscrito. Ya cumplió los cuarenta años, ya publicó diez novelas; la última, “Crimen y Castigo”, quedará en el selecto grupo de obras maestras. Ya estuvo preso, ya sufrió simulacros de fusilamiento, ya fue acusado de conspirar contra el zar. Ya se le despertó ese monstruo hambriento que es la adicción a la ruleta. Dostoievski juega, viaja, se enferma. También escribe.

 

Falta menos de un mes para el primero de noviembre y Dostoievski ya se gastó el dinero que cobró por una novela que aún no existe; si no la presenta en tiempo y forma el editor Fiódor Stellovski se quedará con los derechos de todo lo que escriba durante los próximos nueve años. Dostoievski hace cuentas, calcula que, si descuenta las horas para dormir y otras necesidades básicas, es probable que no alcance el tiempo material para escribir la novela. Entonces se ilumina: dictará durante veintiséis días consecutivos la novela a la taquígrafa Anna Grigórievna Snítkina. Terminó “El jugador” a tiempo, no embargó su futuro y conoció a su segunda esposa, la taquígrafa que rellenó con frenesí esas páginas.

Esta escena es muy representativa de la novela del siglo XIX. La novela llega a mediados de siglo a su punto máximo de desarrollo y expansión. Es el arte de masas, lugar que ocupará el cine recién en el siglo XX. La novela del siglo XIX tiene el espíritu de los grandes temas, de las grandes pasiones humanas. Los temas por sobre las formas. Volvamos a la escena de Dostoievski y a la escritura de “El jugador”: el texto que se dicta es siempre inferior al que se escribe pegado al papel, el mejor ejemplo es el Borges ciego que no lee lo que escribe y ya no puede escribir los textos de diez o veinte años atrás.

Además de dictarlo, el ruso está apurado, eso significa que priorizará cuestiones del personaje y de la trama; la forma, la textura del lenguaje, quedarán en segundo plano. Hablamos de novelas fáciles de traducir, no importa tanto la precisión del adjetivo, no importa tanto la cadencia de la prosa, sí importa que la pasión del personaje se transmita, que se agote la descripción de los lugares, que el mensaje sea claro y contundente.

Otra anécdota que pinta muy bien el espíritu de la novela decimonónica es sobre la edición de la novela “Amalia” de José Mármol. Es escritor, exiliado en Montevideo por su oposición a Rosas, comenzó a publicar los capítulos de la historia de unos personajes unitarios, buenos y bellos, que son perseguidos por la terrible mazorca rosista; el folletín -publicación por entregas en el diario La Semana- apareció hasta la caída de Rosas en 1852: Mármol volvió a Buenos Aires, abandonó el proyectó de folletín, acomodó el texto a partir de los cambios políticos y recién la publicó como libro en 1855.

Un texto que se escribe durante la publicación, un work in progress abierto a las turbulencias políticas, a los gustos del público lector -un personaje muere, no se vuelve a mencionar, la trama cambia de rumbo- una obra viva. La novela de folletín imagina un lector salteado, que tal vez leyó la entrega anterior hace semanas, entonces el narrador debe recuperar todo el tiempo la información (“como bien sabe el lector”, “el amable lector recordará que…”), explicar de más, subestimar al lector; el trabajo de recopilación se parece al comienzo de las telenovelas con el “escenas del capítulo anterior”. Ahí radica toda su potencia y también su envejecimiento. La popularidad que dio el folletín, muy barato, de gran distribución, creó también un ingreso económico constante para los escritores.

Volvamos a “Amalia” para pensar algunos aspectos del espíritu de la época. La diferencia en la descripción de los personajes. Primero una vieja federal, cuñada de Rosas, que es una espía dentro de la alta sociedad para detectar a los opositores; luego Amalia, la joven enamorada del unitario que logró escapar de la mazorca:

“La historia, más que nosotros, sabrá pintar a esa mujer y a otras personas para hacer resaltar toda la deformidad de su corazón, de sus hábitos y de sus obras”.

“Había algo de resplandor celestial en esa criatura de veintidós años, en cuya hermosura la Naturaleza había agotado sus tesoros de perfecciones, y en cuyo semblante perfilado y bello, bañado de una palidez ligerísima, matizado con un tenue rosado en el centro de sus mejillas, se dibujaba la expresión melancólica y dulce de una organización amorosamente sensible”.

“Y era Amalia, pues, una de esas privilegiadas criaturas que reúnen en sí la doble herencia del cielo y de la tierra, que consiste en las perfecciones físicas, y en la poesía o abundancia de espíritu en el alma”.

La gracia, la inteligencia, el alma noble y la belleza forman un conjunto inseparable. La idea romántica de que es adentro como es afuera se ve en la descripción de Mármol. La vieja federal es deforme en su cuerpo, en su corazón y en sus obras; la joven belleza unitaria es sensible, armoniosa, delicada. Esa simplificación es uno de los aspectos centrales en muchas de las novelas del siglo XIX. Los personajes se parecen al mundo y a la construcción del pensamiento hegemónico: hay un bien y hay un mal, nítidos, bien diferenciados, y a los novelistas les interesa construir el bien; porque hay una teleología, hay un fin y un sentido.

A pesar de ciertas simplificaciones, subestimaciones al lector, desprecio por la forma, muchas de las grandes novelas se escribieron en el siglo XIX. Existen genialidades como “Los hermanos Karamazov”, una trama compleja de culpas, búsquedas, contradicciones. Pero hay una marca de época y nadie puede escapar. En el final restablece el status quo, triunfa “el bien” o al menos deja una enseñanza. Con sus diferentes etapas -el romanticismo que incorpora al burgués como personaje; el realismo que apunta al pequeñoburgués, y el naturalismo que intenta dar cuenta de los proletarios desgraciados- la novela encuentra en el transcurso del siglo XIX su consolidación como género popular de masas, como estructura perfecta para la construcción de personajes, de historias complejas, de mundos posibles.

Lecturas:

“El jugador” de Fiódor Dostoievski

“Amalia” de José Mármol

Ejercicio de escritura:

Escribir el comienzo de una novela teniendo en cuenta el desarrollo futuro de los personajes y las acciones. Definir, antes de la escritura, el argumento y los personajes.

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