Mariano Taborda y Emilio Teno comparten con los lectores de LA CAPITAL su segunda clase de su taller de narrativa. En esta oportunidad, recuperan lecturas de Roberto Bolaño, Alejandro Zambra y Víctor Hugo para indagar en la figura del narrador omnisciente.
Por Emilio Teno y Mariano Taborda
En 1857 Gustav Flaubert fue llevado a juicio por ofensas a la moral pública y a la religión; un año antes había comenzado a publicarse Madame Bovary como folletín en la revista La Revue de Paris. Primero la acusación, luego la defensa y, por último, el jurado. La sentencia absolvió a Flaubert, al editor y al imprentero. No es un juicio más, es la constatación de que la narrativa de ficción es un terreno autónomo. La defensa argumenta que no fue Flaubert quien ofendió a la moral pública y la religión, hay un personaje y, sobre todo, hay un narrador que es de alguna manera independiente del autor. Ese juicio, durante el frío invierno francés, le dio entidad legal, jurisprudencia y libertad a la creación literaria de ficción.
Alguien dice “Había una vez” y no quedan muchas opciones: para que el texto cobre vida y avance hay que creerle a ese o eso que enuncia. La otra opción es dudar, sospechar que tal vez había más de una vez, o tal vez no hubo ninguna; en ese caso el texto no cobra vida, se abandona.
Imaginemos, entonces, que optamos por la primera opción, creemos en quien nos cuenta, nos dejamos llevar, acompañamos la narración.
En la narrativa de ficción a quien cuenta, a quien se hace cargo de la narración -con mayor o menor astucia y solvencia; con toda la información a mano o solo con un puñado de conjeturas- le llamamos narrador. El más difundido en la literatura clásica es la tercera persona omnisciente. Es el narrador que todo lo sabe, todo lo ve, está en todas partes, sabe lo que ocurrió, lo que ocurre y lo que los personajes no sospechan, ni siquiera intuyen, pero les ocurrirá dentro de dos o tres capítulos.
“Es curioso advertir que el estilo de Dios es casi idéntico al de Víctor Hugo”. Uno de los mejores Borges es el de las geniales y mínimas declaraciones, los tuits avant la lettre, cachetazos malvados para todos a la vez. En esos 76 caracteres -la mitad de la primera limitación que impuso Twitter- Borges logra definir con claridad, en la figura del escritor francés Víctor Hugo, las características del narrador omnisciente. En sus dos grandes novelas -grandes por importancia y también por tamaño- Nuestra Señora de París y Los miserables, el narrador sabe las culpas de los personajes, los sueños; también se encarga de calificar las acciones, juzgar a los personajes, es un Dios vengativo y terrible; podemos pensar que el narrador de Víctor Hugo, y el narrador omnisciente clásico, se parece al Dios del Antiguo Testamento.
“Jean Valjean pertenecía a una humilde familia de Brie. No había aprendido a leer en su infancia; y cuando fue hombre, tomó el oficio de su padre, podador en Faverolles. (…) Su carácter era pensativo, aunque no triste, propio de las almas afectuosas. Perdió de muy corta edad a su padre y a su madre. Se encontró sin más familia que una hermana mayor que él, viuda y con siete hijos. El marido murió cuando el mayor de los siete hijos tenía ocho años y el menor uno. Jean Valjean acababa de cumplir veinticinco. Reemplazó al padre, y mantuvo a su hermana y los niños. (…) Un domingo por la noche Maubert Isabeau, panadero de la plaza de la Iglesia, se disponía a acostarse cuando oyó un golpe violento en la puerta y en la vidriera de su tienda. Acudió, y llegó a tiempo de ver pasar un brazo a través del agujero hecho en la vidriera por un puñetazo. El brazo cogió un pan y se retiró. Isabeau salió apresuradamente; el ladrón huyó a todo correr pero Isabeau corrió también y lo detuvo. El ladrón había tirado el pan, pero tenía aún el brazo ensangrentado. Era Jean Valjean”.
El narrador que utiliza Víctor Hugo en Los miserables tiene toda la información del personaje principal, pero de pronto gira y adopta la perspectiva del panadero; se encarga de dar muchísima información y, de paso, opina (“propio de las almas afectuosas”). El problema del narrador que todo lo sabe y se encarga, a cada instante, de demostrarlo es el lugar mínimo que deja al lector. Un texto puede definirse, en gran medida, por el tipo de lector que construye. El narrador omnisciente de la novela del siglo XIX con las aclaraciones constantes, con los repasos abruptos de información, con el señalamiento constante de dónde está el bien y dónde está el mal, con las intromisiones constantes en los diálogos, deja un lector empequeñecido, sin trabajo, que solo recibe la catarata de acciones, opiniones y descripciones.
El narrador omnisciente quedó asociado a esas novelas potentes, donde los grandes los personajes y sus acciones están por encima de la escritura, de la forma. En el siglo XXI es difícil encontrar textos con un narrador parecido a Dios, al menos no en todas sus posibilidades; sí podemos encontrar omnisciencia parcial. En Poeta chileno (Alejandro Zambra, Chile, 1975) una novela que se editó en 2019, hay un narrador omnisciente que conoce todo pero que no juzga a los personajes, no valora lo que hacen, no señala el bien y el mal, no aburre con descripciones infinitas.
Dice por el comienzo: “La estrategia del poncho permitía que, a pesar de los obstáculos, Carla y Gonzalo hicieran prácticamente de todo, salvo la famosa, sagrada, temida y ansiada penetración. La estrategia de la madre de Carla, en tanto, consistía en simular la ausencia de una estrategia, a lo sumo de vez en cuando les preguntaba, para minarles la confianza, con casi imperceptible socarronería, si acaso no tenían calor, y ellos replicaban al unísono, en el tono titubeante de unos pésimos estudiantes de teatro, que no, que hacía caleta de frío”. La madre no sabe lo que piensan los adolescentes, ellos desconocen que la madre se divierte; el único que conoce todas y cada una de las estrategias es el narrador, y ahora también el lector. A diferencia del omnisciente clásico, el de Zambra conoce todo pero es menos invasivo.
Se puede pensar al texto como un terreno delimitado, concreto, finito. Si el narrador -por exceso de opinión, descripción, aclaración- ocupa gran parte de ese espacio, casi no dejará lugar para el desarrollo de la trama, la construcción de los personajes, el trabajo con la materialidad del lenguaje. Si bien quedó relegado por otros narradores menos prepotentes, la tercera omnisciente puede ser eficaz siempre que no reduzca todos los otros elementos que hacen funcionar el texto a un deslucido y accesorio decorado.
Lecturas
“Llamadas telefónicas” de Roberto Bolaño (cuento)
“Poeta chileno” de Alejandro Zambra (novela)
“Los miserables” de Víctor Hugo (novela)
Ejercicio de escritura:
Escribir un texto ficcional con un narrador omnisciente. Debe hacer referencia a la interioridad (pensamiento, sentimientos) de al menos dos personajes. Extensión: mil palabras.
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