En su clase 17, los docentes y escritores marplatenses Emilio Teno y Mariano Taborda analizan cómo cambió la forma en que se describe en la narrativa contemporánea. Proponen leer a Federico Falco y Selva Almada y, como siempre, ofrecen una consigna para ponerse a escribir.
CLASE 17
DESCRIPCIONES
Por Emilio Teno y Mariano Taborda (*)
El teórico Grygory Luckács plantea la dicotomía entre narrar y describir. El narratólogo Gérard Genette define a la descripción como un momento en el que la narración se detiene, del mismo modo que cuando un narrador opina: el tiempo no avanza. Esas definiciones pueden rastrearse en las novelas románticas y realistas del siglo XIX, página tras página con descripciones detalladas de París, Londres o San Petersburgo: para el lector que seguía esas novelas por entregas, las descripciones tenían un fin pedagógico, descubría el mundo en los pasajes repletos de luz solar o de luna, calles, bulevares, puentes, paisajes. Ese mundo, ese lector y ese rol de la literatura como forma de conocer el mundo cambiaron. También cambió la forma en que se describe, uno de los problemas centrales de la narración: en un texto no hay soporte de imagen, es el lector el que crea la imagen mental a partir de las referencias que el narrador ofrece. Un cielo estrellado o una nariz prominente tendrán su definición final en cada lector. Podemos pensar en una síntesis de la dicotomía narración-descripción, algo así como una narración descriptiva o descripción narrativa.
El consenso decimonónico está perimido. ¿Cuántos años tiene alguien de mediana edad? ¿Qué particularidad tiene una casa elegante? ¿Cómo es un bello rostro? Las descripciones eficaces, las que logran que el lector represente mentalmente eso que se describe, suelen tener un rasgo distintivo: el narrador mira con extrañeza, como si viera por primera vez.
En muchos textos de la narrativa argentina del siglo XXI las descripciones son singulares, precias, virtuosas. Federico Falco en “Los llanos” cuenta, en primera persona, la experiencia del personaje que, luego de una ruptura amorosa, se retira al campo para hacer una huerta y atravesar el duelo. El paisaje, con su flora y su fauna, los cambios de luz y de estación, es central para construir el estado anímico del personaje: la soledad y la nueva vida que crecerá junto con los frutos de la huerta.
“En la ciudad se pierde la noción de las horas del día, del paso del tiempo.
En el campo es imposible.
Los ruidos del atardecer, los pájaros mientras se acomodan en sus ramas, los gritos de las loras, el chillar de los chimanguitos, el batir de alas de las palomas. Después, de pronto, la calma y el silencio. Se oye orinar a una vaca, un chorro grueso que repiquetea en la tierra. Otra vaca muge, lejos. El llamado de un toro, más lejano todavía. Los ladridos de algunos perros. El cuelo de una noche sin luna, sin estrellas. Es hora de irse adentro. La luz blanca del zumbar del fluorescente. Preparo la cena, me doy un baño. El agua borra el sudor del día, olor a jabón barato, a limpio. Por más que me esfuerce, debajo de las uñas quedan pequeños grumos de tierra negra. Leo sentado junto a la lámpara, los bichos zumban del otro lado del tejido del mosquitero.
Sapos en la galería, algún pájaro que se remueve en su rama, un tero que grita (…)
La lucha con los insectos, con lo salvaje, con lo que viene de afuera: cosas que en la ciudad por lo general no pasan. Después de un tiempo, no queda otra salida más que rendirse: convivir con las moscas, con las chinches, con los tábanos, con las ranas que una y otra vez, siempre que pueden, se pegan a la puerta y se cuelan a la cocina”.
El lugar se construye a partir de los animales, de sus ruidos. Y, de a poco, aparece también el personaje: lee, le llama la atención la tierra que se incrusta en las uñas, esos detalles nos dan mucha información, el personaje no es de ahí. Narración y descripción están integradas: el lugar está en primer plano y, lentamente, comienza a filtrarse el personaje que mira. Más adelante sabremos que es un escritor, y que, si bien se crió en el campo, viene de la ciudad.
Ahora un ejemplo de los personajes en primer plano pero determinados por el lugar y las acciones. En el comienzo de “No es un río” de Selva Almada (tercera novela de una serie, más que de una trilogía), dos hombres van de pesca junto con el hijo del amigo muerto. La novela abre con un momento de tensión: lo que está sumergido, y lucha desde abajo para no abandonar el agua, está a punto de subir a la superficie.
“Enero Rey, parado firme sobre el bote, las piernas entreabiertas, el cuerpo macizo, lampiño, el vientre hinchado, mira fijo la superficie del río, espera empuñando el revólver. Tilo, el muchachito, arriba del mismo bote, se dobla hacia atrás, la punta de la caña apoyada en la cadera, girando la manivela del reel, tironeando la tanza: un hilo de brillo contra el sol que se va debilitando. El Negro, cincuentón como Enero, abajo del bote, metido en el río, con el agua hasta las pelotas, también doblándose hacia atrás, la cara colorada por el sol el esfuerzo, la caña arqueada, desenrollando y enrollando la tanza. La ruedita del reel que gira y la respiración como de asmático. El río planchado (…) Enero se inclina sobre el borde. La ve venir. Un manchón bajo la superficie del río. Le apunta y dispara. Uno. Dos. Tres balazos. La sangre sube, a borbotones, lavada. Se incorpora. Guarda el arma. La ajusta entre la cintura del short y el lomo”.
La acción mueve el tiempo. Hay acciones de los tres personajes y sin embargo la descripción de esos personajes y del ambiente funciona a la perfección; el tiempo nunca se detiene. La clave está en que la selección de lo que se muestra alcance para imaginar también lo que no se muestra: si el personaje ajusta el arma entre la cintura del short y el lomo podemos conjeturar otras características no dichas, por ejemplo, el estado de su dentadura. El río planchado y el sol que se va debilitando alcanzan para ver los colores que no se mencionan. La ubicación espacial de cada uno de los tres personajes, dos sobre el bote, el otro con medio cuerpo sumergido en el río, da la cercanía, el recorte, el encuadre.
La descripción de personajes y lugares es una problemática tanto en la lectura como en la escritura (delinear con palabras unos ojos cansados o imaginarlos mientras leemos), el texto tiene que solucionar esos problemas a cada momento. Y si bien cada lector proyecta la imagen en forma personal y antojadiza, toda descripción original y singular acercará esa imagen proyectada a lo que el texto quiso describir.
Lecturas:
“Los llanos” de Federico Falco
“No es un río” de Selva Almada
Ejercicio de escritura:
Escribir un texto de ficción en el que un personaje y un lugar sean el centro de atención. La narración debe construirse a partir de esa descripción.
(*) Instagram @tallerdenarrativamdp
tallerdenarrativamdp@gmail.com