Emilio Teno y Mariano Taborda continúan su explicación sobre el género cuento. En su nueva clase, se centran en la importancia del efecto, como propone Abelardo Castillo, quien a su vez los lleva a leer a Poe y Horacio Quiroga.
Clase 20
CUENTO (segunda parte)
Por Emilio Teno y Mariano Taborda
Si imaginamos la estructura de los primeros relatos orales, si pensamos en los albores de las formas narrativas, quizá en esa imagen de los manuales escolares en donde se ve a un grupo de humanos primitivos alrededor de un fuego, podemos aventurar que esas historias tenían muchos elementos del cuento. Pero, ¿de qué hablamos cuando decimos cuento? La primera idea que aparece es la de la brevedad: asociamos el cuento a una historia más o menos corta, que puede leerse de una sola sentada. Luego podemos pensar en la idea de contracción, es decir que la acciones, la información y el desarrollo van a estar supeditados a esa extensión. En general, habrá gran desarrollo de los personajes y en la acción se condensarán los aspectos psicológicos, pero de todos estos elementos el más importante es, sin duda, el efecto. En la búsqueda de ese efecto se juega la estructura del cuento, la disposición y las competencias del narrador. Abelardo Castilllo, uno de los grandes cuentistas argentinos, dice en “Ser escritor”:
“Lo mejor que se ha escrito sobre el cuento es lo que Edgar Poe escribió en su ensayo sobre Nathaniel Hawthorne. No pienso facilitarte las cosas reproduciéndolo. Tendrás que encontrarlo solo. Un escritor es un buscador de tesoros. Los descubre o no. Ésa es la única diferencia entre la biblioteca de un escritor y el mueble del mismo nombre de las personas llamadas cultas”.
Aquí hicimos la tarea y fuimos a relevar lo que nos dice Poe en ese ensayo (en traducción de Cortázar, ya que de cuentistas hablamos):
“Opino que en el dominio de la mera prosa, el cuento propiamente dicho ofrece el mejor campo para el ejercicio del más alto talento. Si se me preguntara cuál es la mejor manera de que el más excelso genio despliegue sus posibilidades, me inclinaría sin vacilar por la composición de un poema rimado cuya duración no exceda de una hora de lectura. Sólo dentro de este limite puede alcanzarse la más alta poesía. Señalaré al respecto que en casi todas las composiciones, el punto de mayor importancia es la unidad de efecto o impresión. Esta unidad no puede preservarse adecuadamente en producciones cuya lectura no alcanza a hacerse en una sola vez. Dada la naturaleza de la prosa, podemos continuar la lectura de una composición durante mucho mayor tiempo del que resulta posible en un poema. Si este último cumple de verdad las exigencias del sentimiento poético, producirá una exaltación del alma que no puede sostenerse durante mucho tiempo. Toda gran excitación es necesariamente efímera. Así, un poema extenso constituye una paradoja. Y sin unidad de impresión no se pueden lograr los efectos más profundos”.
Nadie duda de que el cuento moderno no sería lo que es sin la obra de Edgar Allan Poe. Su influencia es la que forma la férrea tradición cuentística rioplatense. La figura que va encarnar ese legado en la literatura en español es Horacio Quiroga. No solamente tomará de Poe ciertos temas y atmósferas (el terror, el misterio), sino que comprenderá la arquitectura de sus textos y la tensión narrativa puesta al servicio del efecto.En dos de sus grandes cuentos podemos ver el trabajo con lo oculto, con una historia sumergida que, al emerger, logra el impacto buscado. En el primer ejemplo, “El almohadón de plumas”, el efecto es absolutamente sorpresivo:
“—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca -su trompa, mejor dicho- a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma”.
En el segundo ejemplo, “La gallina degollada”, el efecto se va dando de forma paulatina y lector puede intuir lo que va a ocurrir al final pero esa espera es justamente lo que contribuye al resultado. La escena es tan poderosa que la revelación, aún sospechada, logra su cometido:
“Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca. De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero faltaba aún. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó. Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio , y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Soltáme! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída. —¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó. —Mamá, ¡ay! Ma… —No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo”.
Lecturas:
“Ser escritor” de Abelardo Castillo
“Hawthorne” de Edgar Allan Poe
“El almohadón de plumas” y “La gallina degollada” de Horacio Quiroga
Ejercicio de escritura:
Escribir un cuento de estructura clásica, donde la historia oculta revelada al final cause el efecto. Extensión mínima 500 palabras.
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