En su clase 30, los docentes Emilio Teno y Mariano Taborda continúan su explicación sobre la crónica narrativa, en este caso, sobre la que hacemos en Latinoamérica. Parten de dos textos ejemplares de Martín Caparrós y Alejandro Zambra para luego proponer, como siempre, un ejercicio de escritura.
Por Emilio Teno y Mariano Taborda
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La crónica narrativa que se escribe en Latinoamérica atraviesa un estado de gracia; ya no es solo un periodismo mejor escrito que la crónica periodística que sale todos los días en el diario, comienza a despertar interés en la academia, en la crítica literaria, en lectores; de pronto algunas de las prosas más estimulantes solo escriben no ficción, de pronto hay miradas complejas, que evitan el consenso. A partir de este corpus de crónicas y cronistas podemos pensar a la crónica narrativa como un género autónomo, también híbrido, problemático. A mitad de camino entre el periodismo y la literatura. El pie en la literatura lo afirma el vínculo con los hechos constatables, la investigación, el reporteo; el pie en la literatura se asienta a partir del cómo se cuenta, del trabajo fino con el lenguaje, a partir de que no alcanza solo con lo que se cuenta. Allí radica una de las grandes diferencias entre la crónica literaria y la crónica periodística; la primera no se escribe de un día para otro con el apremio del tiempo, lleva semanas, a veces meses, de reporteo, análisis y, sobre todo, escritura, corrección, reescritura.
“Un cazador de principios”, así define Martín Caparrós el trabajo de un cronista. Caparrós es parte de la transición de la crónica en Argentina, un puente entre la generación de Tomás Eloy Martínez y las nuevas generaciones encabezadas por Leila Guerriero. Escribe crónicas y piensa la crónica. Uno de sus grandes textos de no ficción es el que tituló “El imperio de los sentidos” y narra su experiencia en el carnaval de Río de Janeiro. Toma el título de una película japonesa de los 70, de gran controversia por las escenas de sexo explícito. Así comienza el imperio de los sentidos de Caparrós.
Martín Caparrós.
“Ya no consigo oír ni lo que pienso. El mundo se ha vuelto resbaloso, y la música es una ola gigante de jalea de fresas que arrasa y pegotea. Es de noche, de Río, de calor, de baile sin remedio. En medio de cuerpos y más cuerpos una mujer blanca de 60 y rollos majestuosos se aprieta en un negro de 35, dos mulatos en musculosas lila pero corto se toquetean con ganas, una madre de 15 baila con su hijita de meses en los brazos, tres chicos y una chica de 20 negros y preciosos, se abrazan con más piel que ropa. Más allá, un indio flacucho le pinta los labios a una negra inmensa con la dedicación de un hijo agradecido. Un mulato cuarentón acaricia amorosamente el pelo de una mulatita de 6: me emociono con la tierna escena paternal, hasta que aparece el padre de la nena. Alrededor, cuarenta o cincuenta mil personas bailan, saltan, se agitan. Algunos bailan displicentes, con aplicación conyugal; otros, como si fuera una forma mongui del suicidio. Algunos bailan para demostrar lo bien que bailan, otros para encantar a su próxima presa, otros porque la música los lleva, otros para mostrarles a sus hijos cómo se hace, y la mayoría porque es carnaval, y en carnaval se baila baila baila. Jugos de sexo mojan todo”.
En el prólogo al libro “Curso de literatura rusa”, Vladimir Nabokov desliza una definición certera: “El lector admirable no acude a una novela rusa en busca de información sobre Rusia, porque sabe que la Rusia de Tolstoi y de Chéjov no es la Rusia promediada de la historia, sino un mundo concreto, imaginado y creado por el genio personal. Al lector admirable no le preocupan las ideas generales: lo que le interesa es la visión particular”. Nabokov piensa en la novela de ficción pero podemos extenderlo a la crónica: nunca encontraremos “el lugar” en un texto de no ficción, sí la mirada personal, subjetiva, parcial del cronista. El carnaval que ve Caparrós es el carnaval que afecta a un intelectual blanco, un intelectual que piensa todo el tiempo, un intelectual en el que el cuerpo se esconde y tiende a la quietud. No consigue, por la música y por el exceso de estímulos, oír sus pensamientos. Caparrós logra cazar un principio y en ese principio está sobre la mesa el modo de mirar subjetivo.
El otro elemento que salta a la vista, y que es constitutivo de la crónica narrativa, es el trabajo con el lenguaje. La gran enumeración en medio de cuerpos y más cuerpos. Un muestreo preciso, singular, de los sentidos desatados, de los cuerpos en acción. La singularidad de las descripciones, a partir de pequeñas pinceladas y de símiles inesperados, define el texto de Caparrós. La descripción es el gran aporte de la crónica narrativa: los lugares y los personajes siempre se ven.
Alejandro Zambra es un cronista ocasional. “Buscando a Pavese” narra su visita al pueblo natal del escritor italiano.
“Alguien nacido en el país de Neruda no debería hacer este viaje. Crecimos en el culto al poeta feliz, crecimos con la idea de que un poeta es alguien que suelta sus metáforas a la menor provocación, que acumula casas y mujeres y dedica la vida a decorarlas (a las casas y a las mujeres). Crecimos pensando que los poetas coleccionan –además de casas y mujeres– mascarones de proa y botellas de Chivas de cinco litros. Para nosotros el turismo literario es cosa de gringos, de japoneses que pagan para maravillarse con historias asombrosas.
Por fortuna, nada de eso hay en Santo Stefano Belbo, un pueblo que vive de las viñas y goza de una estabilidad muy parecida al aburrimiento. En Santo Stefano los niños aprenden, desde pequeños, que en este pueblo nació un gran escritor que nunca fue feliz. Los niños de este pueblo aprenden desde temprano la palabra suicidio. Los niños saben de antemano que, en este pueblo, como decía Pavese, trabajar cansa”.
Otro cronista, de otro país, miraría de otro modo. A Zambra le interesa el vínculo del lugar con la poesía, o mejor dicho, el vínculo con la imagen de poeta. Las diferencias que traza entre el feliz Neruda y el triste Pavese (se suicidó en 1950 después de pensar y escribir la idea durante años en su mítico diario “El oficio de vivir”) delimitan el lugar y el personaje. En dos párrafos breves -en los que se condensan dos de las marcas distintivas de la crónica: subjetividad y precisión en la escritura- Zambra dice desde dónde mira. En ese aspecto, la crónica narrativa es honesta, no se esconde detrás de la objetividad y el consenso, por el contrario, enuncia la mirada particular, la defiende y profundiza durante todo el texto.
Lecturas:
“El imperio de los sentidos” de Martín Caparrós
“Buscando a Pavese” de Alejandro Zambra
Ejercicio de escritura:
Escribir dos fragmentos de crónica a partir de un mismo lugar: el primero con un cronista observador sin marcas de primera persona y otro basado en la experiencia del cronista.