Cultura

El Taller de Narrativa: CLASE 36 POLICIAL (SEGUNDA PARTE)

El taller de narrativa aporta, en la clase 36, la segunda parte dedicada al policial, con Raymond Chandler y Dashiell Hammett como vehículos para entender los conceptos del género.

Por Emilio Teno y Mariano Taborda

 

El año 1929 es determinante para el género policial. En Estados Unidos explotó la Bolsa de Comercio y comenzó un proceso de desempleo, pobreza, en el terreno material y algo, tal vez más profundo: el primer impacto a una economía, y a una sociedad, que no paraba de crecer y expandirse desde su fundación. Otro hecho determinante fue la publicación de una novela que fundó un género o una variante del género, también en 1929. Hay literatura con crímenes desde siempre, hay literatura policial desde Poe y hay policial negro desde “Cosecha roja”.

El libro de Dashiell Hammett. Tomemos como ejemplo de comparación el fundador del policial, “Los crímenes de la calle Morgue”. El cuento de Poe transcurre en París, ciudad a la que se muda el narrador porque los libros son baratos: un ambiente bello e intelectual. La ciudad de Cosecha roja es fea y está contaminada por la minería. El detective de Poe, August Dupin, es un lector sofisticado que resuelve el caso a partir de la lectura del diario: todo mente. El detective de Hammett además de la inteligencia, utiliza también el cuerpo: rastrea, busca, sale afuera. Por último, la característica que distingue al policial clásico del negro tiene que ver con los crímenes: en Poe un animal mata a dos mujeres, no hay ningún conflicto más allá del crimen; en Hammett es una sociedad corrupta la que posibilita los más de veinte asesinatos que cuenta su primera novela.

En 1939 se publicó la primera de siete novelas escritas por Raymond Chandler en las que Philip Marlowe es su detective estrella. El detective ya no es narrado por otro (En Poe por su compañero innominado, en Conan Doyle por Watson) ahora es personaje y narrador. Así se define en la que para Ricardo Piglia es la mejor novela policial, “El largo adiós”:

“Soy un investigador privado con licencia y llevo algún tiempo en este trabajo. Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy un jovencito y carezco de dinero. He estado en la cárcel más de una vez y no me ocupo de casos de divorcio. Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me llevo bien. Soy de California, nacido en Santa Rosa, padres muertos, ni hermanos ni hermanas y cuando acaben conmigo en un callejón oscuro, si es que sucede, como le puede ocurrir a cualquiera en mi oficio, y a otras muchas personas en cualquier oficio, o en ninguno, en los días que corren, nadie tendrá la sensación de que a su vida le falta de pronto el suelo”.

Marlowe no es solo un detective muy bien logrado, es un personaje con vida propia, tal vez más importante que el propio autor. Es narrador, la perspectiva del lector es la misma que tiene el detective privado que cobra veinticinco dólares al día más viáticos. Otro de los grandes cambios de la novela negra con respecto al policial clásico es el vínculo con el dinero. Ahora el dinero motiva los crímenes y los detectives cobran por su trabajo.

Cuesta imaginar a los altruistas August Dupin o a Sherlock Holmes trabajar por dinero. En el policial clásico los crímenes son personajes mientras que en el policial negro es la sociedad la que está descompuesta: la investigación también se resuelve pero no se terminan la mafia, la corrupción, la extorsión. La resolución de los crímenes deja de ser un problema matemático o un crucigrama para convertirse en un entramado complejo donde buenos y malos son categorías difusas.

Marlowe es inteligentísimo, perspicaz, gusta del ajedrez y la poesía; el ingenio de sus diálogos filosos, incluso en momentos álgidos, construyen un personaje con espesura, tal vez el punto más alto del desarrollo del detective que, a mediados del siglo XX, llevaba cien años de existencia. Marlowe analiza la sociedad, es un observador lúcido de todo lo que rodea al crimen que investiga; en el mítico pasaje de “El largo adiós” despliega su ingenio y su agudeza para la observación y el análisis.

“Hay rubias y rubias, y hoy es casi una palabra que se toma en broma. Todas las rubias tienen un no sé qué, excepto, tal vez, las metálicas, que son tan rubias como un zulú por debajo del color claro, y en cuanto al carácter, tan suave y blando como el empedrado de la vereda. Existe la rubia pequeña y agradable, que gorjea como los pájaros, y la rubia alta y estatuaria, que lo envuelve a uno en una mirada azul de hielo.

Existe la rubia que lo mira a uno de arriba abajo y tiene un perfume encantador y resplandece tenuemente y se cuelga del brazo y está siempre muy, muy cansada cuando usted la acompaña a su casa. Ella hace ese gesto de impotencia y tiene ese maldito dolor de cabeza y a usted le gustaría aporrearla, aunque esté contento de haber descubierto lo del dolor de cabeza antes de haber invertido en ella demasiado tiempo, dinero y esperanzas. Porque el dolor de cabeza siempre estará así, es un arma que nunca deja de usarse, y tan mortífera como la espada del asesino o el frasco de veneno de Lucrecia.

Existe la rubia dulce, dispuesta y aficionada a la bebida, y que no le importa lo que lleva puesto -siempre que sea visón- o a dónde va -siempre que sea el Starlight Roof y haya mucho champaña seco-. Existe la rubia pequeña y altiva que es una verdadera compañera y quiere pagar ella su cuenta y está llena de luz de sol y de sentido común, que sabe judo y puede lanzar al aire, por arriba del hombro, al conductor de un camión, sin perderse más de una frase del editorial del Saturday Review.

Existe la rubia pálida, pálida, con anemia de tipo incurable, pero no fatal. Es muy lánguida y muy sombría y habla suavemente como salida de no sé dónde, y usted no le puede poner un dedo encima, en primer lugar porque no tiene ganas, y en segundo lugar porque ella está leyendo La tierra perdida o Dante en el original o Kafka o Kierkegaard, o porque estudia dialecto provenzal. Adora la música, y cuando la filarmónica de Nueva York está tocando Hindemith ella puede decirle a usted cuál de los seis contrabajos entró un cuarto de tiempo más tarde. He oído decir que Toscanini también es capaz de ello. Eso quiere decir que son dos.

Y, por último, existe la muñeca maravillosa y encantadora que sobrevive a tres reyes del hampa y se casa con un par de millonarios a un millón por cabeza y termina con una villa de color de rosa pálido en Cap d’Antibes, un coche Alfa Romeo completo, con chofer y acompañante, y un caballeriza de aristócratas enmohecidos a los que tratará con la atención distraída y afectuosa con que un anciano duque dice buenas noches a su criado”.

Los relatos que tienen a Marlowe como protagonista -también a Same Spade, el gran detective de Hammet- se publicaron en la revista pulp Black Mask, publicación barata, muy popular. La gran literatura policial, y las novelas de Chandler sin dudas están en el podio, tiene siempre el aura de lo popular, lo masivo, algo bien norteamericano: puede tener valor literario o no pero siempre debe vender.

Marlowe es un detective sofisticado que construye comparaciones con los clásicos de la literatura, con directores de orquesta, narra y describe con gran solvencia, desliza una crítica sutil pero contundente al capitalismo, a los ricos, a los crímenes que esa sociedad compulsiva genera; todo eso en el formato material de una revista con papel de pulpa (de ahí el término pulp) de madera barato que costaba quince centavos de dólar. Marlowe hubiera podido comprar 160 Black Mask con un solo día de trabajo.

Lecturas:

“El largo adiós” de Raymond Chandler

“Cosecha roja” de Dashiell Hammett

Ejercicio de escritura:

Escribir un cuento policial en el que el crimen esté vinculado a una problemática social.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...