En la tercera y última parte de la clase dedicada a la crónica literaria, se abordan autores como Leila Guerriero y Cristian Alarcón, profundizando en la figura del perfil del personaje.
Por Emilio Teno y Mariano Taborda
Una de las variantes más utilizadas dentro de la crónica narrativa es la del perfil. En el perfil el tema es el personaje. Hacer un retrato en el que aparezcan aspectos no visibles, aristas ocultas que permitan al lector una cercanía mayor al retratado. El trabajo del cronista en este caso será similar a una crónica al uso pero deberá lograr construir un lazo, una puerta de entrada al personaje. Debe elegir desde dónde y cómo acercarse y mediar la distancia para que la información, la descripción y el ritmo narrativo no opaquen en ningún momento al retratado. No se trata de una semblanza o un panegírico, sino de descubrir nuevas espesuras. Un ejemplo de esto es el comienzo del perfil que Cristian Alarcón hace sobre Margarita Di Tullio, Pepita, la Pistolera. El texto comienza así:
“’Está bien, papá, dormí, dormí’, le dice Margarita Di Tullio a un hombre de 83 años que se pasea en calzoncillos y balbucea. Es Antonio Di Tullio, el hombre que la inició en la guerra, el que no tuvo un primogénito varón pero crió una hija con una fuerza descomunal, el que comenzó a entrenarla luchando con ella como un borrego, el que la obligó a competir con varones más grandes en peleas callejeras desde los dos años. El mismo que después, cuando no soportó la rebeldía de su hija de 16 años, le quebró la nariz. El mismo que la perdió de vista cuando ella decidió competir a lo grande, y ganar dinero y batalla contra hombres. El mismo anciano que hoy se duerme tranquilo, como un niño acariciado por las manos llenas de nicotina, de piel suave pero fuertes como herraduras, terminadas en uñas largas, rojas, sutiles garras de una leona reina de la selva clandestina. Las manos de Pepita la Pistolera.
Me hacía buscar entre los turistas hasta que yo elegía a uno, siempre más grande, nunca más chico, le buscaba camorra y le daba”, cuenta Margarita cuando la conversación que comenzó en el cabaret hace cinco horas ya le quitó parte de la voz y sus palabras salen con la ronquera de la noche, como un susurro de puerto y de fuego. “Papi, a ese pibe más grande le puedo ganar”, ofrecía ella. Y Antonio miraba desde afuera cómo los vestiditos de percal se ensuciaban de tierra, cómo el encaje terminaba en las manos del contrincante, siempre vencido. Después en la casa continuaba el entrenamiento. Ella siempre quería más. Así aprendió a usar cuchillos, a matar un pollo, o carnear un cerdo. Entonces ya comenzaba a manejar las primeras armas de fuego”.
El comienzo de “Un día en la vida de Pepita La Pistolera” es muy eficaz: la elección de la voz directa, el mensaje casi amoroso que contrasta con el mito de origen, esa niña que nace guerrera, nace a un mundo de hombres y debe ser más fuerte. Por otro lado hace foco en dos aspectos físicos: las manos y la voz. En este caso, el personaje irrumpe antes que cualquier otra cosa, no hay introducción, nos topamos con él. Hay otras formas de acercamiento en que el encuentro y el descubrimiento se hace a partir de la búsqueda hasta dar con el personaje. Tal es el caso del perfil que Leila Guerriero escribe sobre el célebre prestidigitador manco René Lavand. La crónica se llama “El mago de una mano sola”. Guerriero trabaja con una especie de travelling que la lleva desde Buenos Aires a Tandil y, más precisamente, a la mano que no está, el fantasma de esa mano que parece ser el núcleo de la magia de Lavand:
“La casa es así. Pero primero hay que llegar a la casa. Pero primero hay que llegar a la ciudad de Tandil, trecientos setenta y cinco kilómetros al sur de Buenos Aires, y atravesarla, salir de ella, recorrer caminos de tierra, doblar, doblar otra vez, doblar otra vez más y ver, a mano derecha, una cabaña en medio de un parque, un cartel que reza Milagro Verde, un tinglado de enredaderas bajo el cual hay un Audi nuevo impecable, árboles, árboles, los árboles, un hombre sentado frente a una mesa frente a la cabaña bajo el tirante sol de la mañana, un hombre que bebe vino tinto, viste camisa clara, usa corbatín, pantalones beige, zapatos blancos y enormes ojos acuosos -uno de párpado caído-, cejas profusas y un bigote. La mano derecha -la mano- dentro del bolsillo del pantalón”.
Antes de encontrarnos con el personaje, se narra al comienzo del perfil cómo fue la pérdida de esa mano en la infancia:
“El síndrome del miembro fantasma -una figura mental que puede ser dolorosa o no y provocar picazón o sensibilidad en una extremidad que ya no existe- ocurre sólo cuando la amputación se produce en miembros inferiores. La amputación de miembros superiores, en cambio, presenta otras dificultades. La principal, la resistencia de los pacientes. Puesto que las manos tienen un efecto gestual y son transmisoras de emociones, perderlas equivale a sufrir la amputación del rostro: a tener que vivir con una máscara.
En cualquier caso, y como se trata de una operación de carácter mutilante, en la Argentina la ley nacional de ejercicio profesional número 17.132 exige el consentimiento explícito y firmado del paciente. No se sabe si alguien pidió el consentimiento del niño cuando, a los nueve años, fue amputado de su mano derecha y equipado con un muñón de once centímetros a partir del codo. No se sabe, tampoco, cómo empieza una vocación pero es probable que haya sido así: el día de sus nueve años en que el niño levantó la toalla con que su madre le impedía ver las curaciones ardientes y miró y, allí donde recordaba una mano, el niño no vio nada. Nada por aquí. Nada por allá. Ahora la ves. Ahora no la ves”.
Primero, el manejo del dato duro, la generalidad, la regla. No tenemos nada, tenemos a un niño accidentado, una mano que falta y después ese viaje hacia la singularidad (árboles, árboles, los árboles), hacia esos ojos, hacia la mano. En ambos perfiles, la cercanía alumbra matices ocultos porque, como dice Caetano Veloso, visto de cerca, nadie es normal.
Lecturas:
“El mago de una mano sola” de Leila Guerriero
“Un día en la vida de Pepita la Pistolera” de Cristian Alarcón
Ejercicio de escritura:
Escribir una crónica a partir de un personaje real. Profundizar en la descripción de ese personaje.