La cultura de la cancelación y la distopía de lo "políticamente correcto".
Por Alberto Farías Gramegna
“Clon: (fig.) duplicado idéntico de un organismo o entidad a partir de una única célula o modelo”.
“La cultura de la cancelación se conoce como la acción de quitar apoyo, anular o bloquear a personas, marcas o entidades que emitieron una opinión o postura ideológica que se considera no solo objetable, sino repudiable” – Ludmila Moscato para La Nación (29/4/2021).
“Debería existir el partido de los que no están seguros de tener razón. Sería el mío” – Albert Camus.
“Ser hombre significa decidir lo que hago de mí mismo y asumir la responsabilidad” – Viktor Frankl.
Las crisis sociales extremas y sus consecuencias multidimensionales -como el decurso errático de la pandemia del Covid-19, que ya va para el segundo año- sobre todo cuando surgen de manera imprevista y cargada de amenazas reales o imaginadas, suelen disparar en colectivos con factores predisponentes (psicológicos, ideológicos, culturales, políticos, etc.) comportamientos extremos, deletéreos o atípicos, distanciados de la media esperada. Esos comportamientos son mayoritariamente poco sensatos, insalubres, extraños o indeseados por la expectativa de la cultura consuetudinaria de la mayoría ajena a la lógica de aquellos colectivos, cuya nota característica es un pensamiento sesgado, a veces contradictorio y excluyente. Pero -dice el psiquiatra Enrique de Rosa Alabaster, en su nota “La abolición del pensamiento científico” (La Capital; 10/10/21)- “Nos estamos viendo invadidos por juicios propios de todas las épocas totalitarias. (…) Poco importa las contradicciones, ya que al pensamiento fanático, dogmático, no le importa la contradicción en sí misma, sino que él puede establecer la validez. En definitiva el ´es´ -más que posee- la verdad”.
Es que -contrariamente a lo que se cree- las distopías lejos de disparar “lo mejor” de las personas, mayormente activan “lo peor” de ellas. Esto se explica porque el miedo y la ruptura de la normalidad, hacen que se apele a mecanismos arcaicos y reactivos ligados a la dinámica biológica “ataque y fuga”. El hombre promedio regresiona “ad hoc” a estadíos evolutivos narcisistas, muy influidos por la emocionalidad, el sectarismo y la intemperancia, al tiempo que distanciados de la racionalidad, el pluralismo y la tolerancia hacia el otro semejante. Un ejemplo relacionado con este fenómeno es la llamada “cultura de la cancelación” y la “vigilancia moral” para garantizar que todos sean “políticamente correctos”.
Debo escribir 100 veces…
La expresión “políticamente correcto” se uso históricamente de manera despectiva para referirse a alguien cuya lealtad a la línea dogmática de partido, anula la consideración del interlocutor, niega el matiz y conduce finalmente a políticas erradas.
Durante mi infancia escolar en una clase de ortografía del castellano, cometí el “error” de decirle a la maestra que la letra “h”, al ser “muda”, era ociosa, algo así como que “no servía demasiado”, por lo que se podría escribir la palabra “humano” sin la “h”, porque al leer “umano” suena igual que ”humano”…La verdad es que intentaba justificar el haber escrito “umano” en mi cuaderno la siguiente frase que dictó la maestra y que luego ella me corrigió con lápiz rojo: “El ser umano es falible”. Yo no sabía lo que quería decir “falible” y cuando la maestra me dio una tiza para que escribiera en el pizarrón cien veces “Humano se escribe con h”, de tanta vergüenza que sentí, olvidé preguntárselo. Cuando años más tarde le conté la anécdota a mi abuela, ella me dijo: “Es que esa maestra seguramente creía en el proverbio de la letra a palos”.
Hoy, tantas décadas después, al pensar en aquella experiencia tengo muy claro una cosa: que el ser del Hombre (la mayúscula alude al género Homo) es falible y que la “h” tiene entidad para defender sola su lugar en la gramática, pero como es muda, no logra que la escuchen. Lo cierto es que se podría decir que la maestra, “avant la lettre”, “canceló” por acción directa mis dudas creativas, o al menos no quiso escuchar mi ingenioso aunque inaplicable argumento lógico.
Eso no se dice, de eso no se habla
“La cultura de la cancelación, consiste en eliminar del espacio público a la persona que infringe determinado mandato social o corrección política. ¿Logra cambios profundos o tiene un efecto superficial?”, se preguntaba la periodista Victoria de Masi, en “La cultura de la cancelación, la nueva variante del escrache” (Clarín, 31/7/2020). Como refiere la nota citada, la cancelación es un fenómeno global en gran medida expresado en las redes sociales. Suele basar su legitimidad en causas que se apoyan en general en principios inobjetables moral y éticamente (justicia, verdad, equidad, solidaridad, etc.), pero que a poco andar revela una pretensión de control y exclusión maniqueo inaceptable que claramente termina amenazando la libertad de expresión y acción del presunto trasgresor (fáctico o potencial) de lo “políticamente correcto”, lo que se debe hacer o decir. Tal cosa no se dice, de tal otra no se debe hablar, etc.
“La cancelación es un fenómeno global –señala más adelante la autora antes citada– que se inicia en redes sociales y no funciona de manera aislada: es un comportamiento asociado al cyberbullying, los trolls y haters. Es reivindicativa de causas justas y postergadas, pero puede modificar o disolver organizaciones o destruirle (literalmente) la vida a una persona. ¿Cancelar es un acto de censura? ¿Logra cambios profundos o tiene un efecto superficial? ¿Dónde pueden hablar los que no piensan como la mayoría? ¿Es una forma de hostigamiento? ¿Quién es la “víctima” cuando se cancela?” (la negrita es mía). Vamos a intentar responder o al menos dar una perspectiva asertiva sobre estas interesantes preguntas.
De lo “políticamente correcto” al “fascismo light”
Efectivamente, la “cancelación” es un fenómeno global propio de grupos y colectivos subculturales de las sociedades abiertas democráticas y laicas, porque en las cerradas, totalitarias, teocráticas y/o fundamentalistas, la cancelación está dada “por defecto” e instaurada en el sistema institucional, al no haber libertad de expresión ni de discrepancia, ya que opera el paradigma del “pensamiento único” en el marco de la sociodistopía del Gran Hermano, que todo lo controla en nombre de la moral de la Causa o el Dogma. También es cierto que no funciona aisladamente, es decir que se replica viralmente a través de las redes sociales, potenciando los prejuicios a partir de sesgar valores y desconsiderar los contextos, en la pretensión de sostener axiomas universales y atemporales. Así se pretende “juzgar” expresiones o comportamientos de personas que vivieron hace siglos, con la perspectiva de una mirada contemporánea, al extremo de querer cambiar partes de una obra de arte, cambiar el sexo de un personaje o directamente cancelar el argumento. Sin duda cancelar es un acto de “censura previa”, que las Constituciones Democráticas desestiman, porque si alguien siente afectado su buen nombre y honor o es difamado, tiene el camino de la demanda judicial hacia el presunto actor victimario. La cancelación es una forma de “escrache” (práctica del fascismo italiano de los años veinte) simbólico que partiendo de causas genéricamente justas “en abstracto”, pretende dirigir y conculcar el comportamiento no delictual de la persona víctima de la cancelación. Pensar diferente no constituye delito y si se verifica una apología del mismo, reiteramos que están expeditos los caminos de la Ley. Cancelar es desestimar al otro, negándole el derecho a la existencia misma, porque quien no puede pensar sin pedir permiso no existe como ser libre, sino como autómata descerebrado. Es pues claramente una forma deleznable de hostigamiento al otro diferente. Cancelar es paradojalmente discriminar al otro en nombre del repudio de la discriminación. Es comerse al presunto caníbal en nombre de la civilización políticamente correcta. Su efecto, a la larga es contradictorio, ya que sólo logra alimentar un clima social de miedo, rencor y búsqueda de retaliación más tarde o más temprano por parte de las víctimas, a las que grotescamente se las arroja por acción u omisión a la hoguera de la muerte civil, casi sin defensa alguna, y en ocasiones pidiéndole un gesto de retracción , abjurando de su “herejías” cual modernos Galileos ante una suerte de fantasmal y anónimo Tribunal de la Inquisición Progresista del Pensamiento Correcto. Cancelar es caminar en nombre de lo “políticamente correcto” hacia el “fascismo light”. Es el sueño de la cultura de moral unívoca, la misma única moral hipócrita que quería el Ministro de la Propaganda nazi Joseph Goebbels, cuando decía que al escuchar la palabra “cultura” (kultur) llevaba su mano a la pistolera. El Bien y el Mal no se definen por penal, sino por el camino complejo de la conflictiva historia gris y contradictoria de los hombres, mezcla patética de ángeles y demonios (Lucifer también era un ángel caído) lejos de los desvaríos propios de las sempiternas morales maniqueas, siempre con el dedo en alto.
Los colectivos normativos, prescriptivos y axiológicos
En “El hombre de un solo libro”, (Ed. Martín, MdP 2021) al indagar el pensamiento ideológico de los colectivos intensos y el universo de creencias extravagantes seudoideológicas de muchos grupos minoritarios, con estructura discursiva sectaria apoyada en un relato autocongruente “pro o anti algo”, (género, sexo, economía, clima, publicidad, educación, sanitarismo, religión, etc.) he señalado que “el pensamiento dogmático en política suele ceder a la tentación de sumarse a colectivos imaginarios, como los populismos de izquierdas y derechas, que predican consignas mesiánicas, redentoras y demagógicas sobre las personas y las cosas, en nombre de premisas de apariencia altruista, de justicia y orden, que lucen bien a los nobles ideales o a las buenas intenciones de quienes andan por la vida buscando una causa que les ayude a encontrarse a sí mismos, a partir de una identidad ideológica y más allá de la justa legitimidad de algunos nobles ideales, que ninguna buena persona rechazaría”.(op.cit, p.135) Desde estos mismos colectivos, muchas veces surgen las propuestas de cancelación de todo aquello que consideran una amenaza a sus convicciones y cosmovisión de la sociedad. No se trata de una amenaza a sus libertades de pensamiento y acción -lo que sería motivo de legítima defensa de sus derechos ciudadanos-, sino de que la “amenaza” resulta de la mera existencia de “otras cosmovisiones”, incluyan o no opiniones desfavorables a sus creencias o modas. Los colectivos axiológicos normativos, a los que nos referimos, son al mismo tiempo prescriptivos, es decir quieren legislar desde la presión social acerca de cómo se debe pensar y qué se debe hacer. En nombre de causas justas y libertarias, que respeten la individualidad, la heterogeneidad y la privacidad de usos y costumbres, predican paradójicamente la masividad alienante del pensamiento “clonado” que repite el dogma y la homogeneidad autoritaria. La cultura de la cancelación construye al mismo tiempo que cancela un mundo autoreferencial imaginario, a su arbitrio normativo y caprichoso, tal como se convencía Humpty Dumpty, el personaje de “Alicia a través del espejo”: “Cuando yo uso una palabra, significa exactamente lo que yo quiero, ni más ni menos”. A confesión de parte, relevo de pruebas.
Libertad de pensar y libertad de expresar
René Descartes dejó para la posteridad un aserto muy preciso que definía un núcleo inmovible de su filosofía: “pienso, luego existo”. De todo podría dudarse, pero no de estar pensando y esa actividad es la constatación de estar existiendo. Existir es literalmente tomar distancia del propio ego para pensarse a sí mismo y al mundo en la libertad de la conciencia. El genuino pensamiento es un acto de libertad, en tanto que la mera repetición acrítica de un dogma impuesto convierte al hombre en un “fan” que aliena su existencia. No piensa, es pensado por el dogma. No habla, es hablado por un tercero. La cancelación -más allá de la intención aleccionadora en nombre del Bien que esgrima- es un intento fáctico de negar la existencia del otro y su libertad de decir lo que piensa. En todo caso -por defecto- propone hipócritamente que no se diga lo que se piensa, es decir que alienta la autocensura: de eso no se habla. Negar una parte de la realidad no hará un mundo mejor. Esconder bajo la alfombra de lo políticamente correcto las miserias, lo peor de cada uno, o los conflictos de valores, no hace de una sociedad una humanidad impoluta. Se trata de dialogar, de discutir visiones e ideas, no de negar las diferencias y cancelar al diferente, como se cancela un viaje o la suscripción a un periódico. Cancelar es desestimar la dignidad humana del semejante, por más diferente en ideología o valores morales que tenga con quien pretende asumirse con soberbia como ejemplo de lo bueno, lo bello y lo justo. Y curiosamente para el dogma mismo la soberbia es un “pecado” y cuanto más si tiene como meta someter al semejante obligándolo a pedir permiso para pensar sin salirse de las pautas del “pensamiento clonado”.