por Hugo E. Grimaldi
Quienes crean que cuando llegan a la Casa Rosada las fuerzas políticas van a hacer de una todo lo que han prometido, quizás no toman en cuenta que en la Argentina, más allá de su dimensión, el monstruo estatal tiende a someter de mil formas a quienes quieran tocarlo: los enreda, los paraliza y finalmente, los inocula y coopta para que se repita el ciclo.
Se trata de algo supragubernamental que vienen sufriendo todas ellas de modo invariable y la clave está en cortar el ciclo sin dejar que la sucesión de hechos llegue a su fase final, que es cuando quienes gobiernan tiran la toalla y acceden a la confortabilidad que proporciona el manejo ilimitado de fondos públicos, con máquina de imprimir billetes o potestad para endeudarse incluidas.
Después, cada uno sabrá si utiliza esa franquicia para enriquecerse personalmente o para generar una hegemonía que pretenda barrer con la democracia, mientras posterga en nombre de una reforma que nunca llega el progreso de los habitantes, pero lo cierto es que ambas variantes han sido utilizadas en el pasado más o menos reciente y fueron esenciales para que la sociedad quiebre una y otra vez.
Los gobiernos podrán ser radicales, peronistas o ahora del debutante PRO, pero ocurre que el Estado tiene una sola máscara, el de la voracidad en nombre de la equidad, la inclusión o el desarrollo, como se lo quiera llamar, que muestra un patrón recurrente, ya que le pone un pie encima al sector privado y lo exprime o lo posterga.
Hay hitos históricos que corroboran cada uno de estos retrocesos y una lamentable comprobación sobre la fascinación que ejerce la telaraña, ya no solo sobre los gobernantes, sino sobre los gobernados: pese a que el golpeador insiste, la gente sigue creyendo en su poder sanador. “Es la seducción del demonio que crece y contagia”, diría el papa Francisco.
Todo este proceso tan reiterativo que viene al menos desde hace tres cuartos de siglo en la Argentina, que siguió como reacción en la historia a otro de extrema concentración cultural, de riqueza y de desprecio hacia los menos favorecidos, es lo que ha comenzado a suceder en la primera parte del ciclo y es lo que parece tener desconcertado y lleno de dudas al presidente Mauricio Macri y a los suyos.
Se trata, sin dudas, de un sendero francamente angosto, sobre todo porque los tiempos se han acelerado, debido al desastre que representa la famosa herencia recibida y porque el nuevo gobierno está siendo sometido casi desde el minuto cero a furibundos tironeos por derecha y por izquierda con el evidente propósito de ponerle piedras insalvables en el camino.
Ante tales ataques, ya que por acción o por negación ambos extremos no dejan de ser personeros de ese Estado depredador, Macri y su gente han optado por el gradualismo y la moderación, entendiendo, encuestas y focus groups mediante que comprueban la pasión estatal de los argentinos, que es la vereda que las mayorías dicen querer transitar.
Esto no quita que existan equivocaciones permanentes y de todo tipo entre el Presidente y su gente, algunas de ellas dignas de principiantes en cuestiones de la política. Macri trató de enmascarar las primeras bajo la siempre beneficiosa imagen del paso atrás por el reconocimiento del error, algo que considerado a la luz del kirchnerismo, que solía morir con las botas puestas antes de enmendar algo, no deja de ser un soplo de aire fresco, aunque a medida que el truco se reitera va perdiendo su fortaleza.
Como atenuante, hay que exponer que se trata de un Gobierno que hasta ahora demostró vocación por cambiar los paradigmas y que todos los días produce hechos, algunos más controvertidos que otros. Un Protocolo de Seguridad francamente peligroso, la recorrida de Macri por la ESMA, la invitación a Estela de Carlotto para organizar los actos del 24 de marzo y la llegada del presidente Barack Obama el mismo día, han generado amplios debates, pero muestran claramente acción.
El caso de Milagro Sala, al que el gobierno nacional es ajeno en su esencia, lo mantiene alerta, ya que la visita al Papa del sábado próximo pondrá ese tema en el tapete. Se han comprobado desvíos millonarios de dineros públicos hacia cooperativas regenteadas por ella y eso la pone al borde del procesamiento. Otro tema en el que el Gobierno no interviene en la superficie es en las cuestiones judiciales que tienen jaqueado a muchos funcionarios K. Y con la llegada de Jaime Stiuso a la Argentina, seguramente para declarar en el caso Nisman, se abre otro interrogante sobre el pasado y tampoco hubo otra cosa que silencio.
Ganancias
Sin embargo, sus padeceres más graves de la semana, le llegaron por sus propios tropiezos. El caso de la suba del mínimo no imponible sobre el impuesto a las Ganancias, en medio de otros temas que hacen a la actualidad económico-social, es un inmejorable ejemplo para graficar cómo una buena medida buena puede volverse en contra si no se explica todo con sinceridad desde el arranque.
Al gobierno de Cristina Fernández ya se lo conocía porque era un repetidor compulsivo en sus modos de proceder. Lo primero que los observadores tenían en cuenta era que cada anuncio, aplaudido a rabiar por los auditorios, venía siempre con un cuchillo escondido tras el poncho. Y segundo, que había gran probabilidad que aquello que se decía nunca se ejecutara. En cambio, a Macri aún no se lo calibra del todo ya que, a veces, se muestra como un ingeniero calculador que va derecho al punto, pero en otras patina como un político novato.
La diagramación del modo en dar a conocer esas medidas que le importaban a mucha gente, tal como ya ocurrió con el caso de las tarifas de electricidad, estuvo muy mal planeada y peor ejecutada y no porque la suba en algunos bolsillos haya parecido insuficiente o porque no se aleje a muchos trabajadores de la guadaña impositiva -aunque otros que no pagaban hasta ahora comenzarán a tributar- sino porque se hizo de un modo tan desprolijo que logró que se dispararan referencias inmediatas hacia otras cuestiones no menos importantes, pero colaterales al fin.
Así, las paritarias, la relación con los gremios, las negociaciones con los docentes, el funcionamiento del Congreso y hasta el modo y las etapas que eligió el Gobierno para darle beneficios a cada uno de los sectores de la economía se metieron en el análisis de las medidas y desenfocaron el tema principal.
En primer lugar, se dejó que se instale que tan importante anuncio era de apuro debido a la presión gremial, ya que era algo que estaba previsto para el discurso de apertura del Congreso. Los gremios no sólo mostraron su poder, sino que fogonearon el tema haciendo saber que se trataba de una promesa que Macri le hizo a los sindicalistas, la de ayudar con la suba del mínimo a bajar las pretensiones sindicales.
Y segundo, no se tomó en cuenta que no todos los gremios se benefician de la misma forma, algo que Antonio Caló se ocupó de marcar en relación a los sueldos que pelean los sindicatos de su CGT, como tampoco es algo de gran valía para el grueso de los estatales ni para los docentes. Este es todo un tema en sí mismo, ya que se les pretende imponer un techo de 25 por ciento, mientras que el piso para los maestros de grado subirá 40 por ciento en julio y es verdad también que las provincias no puede pagarlo y que esto abrió un nuevo frente con los gobernadores, que son quienes van a ayudar con legisladores al oficialismo en el Congreso.
El propio Macri se encargó de explicitar la decisión del tope y sus dichos paralizaron el viernes todas las negociaciones, por lo que es más que difícil que en su primer año como Presidente las clases comiencen a tiempo. Poniendo todos estos elementos en la balanza se concluye que, con una mejor estrategia comunicacional, bien podrían haberse reducido los daños políticos para el Gobierno.
De la reunión con los popes sindicales salieron un par de cuestiones adicionales para la crítica, ya que la falta de las dos CTA alrededor de la mesa dio a entender que Cambiemos ya no privilegia el diálogo con todos, tal uno de sus caballitos de batalla electorales. Mal también, entonces, por haber aceptado desandar uno de los discursos de campaña que más enamoraron, aunque quizás fue por la pícara presión de los otros tres caciques, ya que ante sus pares menos burócratas no podían hablar libremente de los fondos de las obras sociales.
Si después de todo esto Macri se dio cuenta de la pinza sindical y habló por eso de “un primer paso” y mandó para atrás lo de las escalas “para el año que viene”, con eso la terminó de embarrar ya que era una de las claves de todo el proceso de reacomodamiento en el bolsillo de los asalariados. José Luis Machinea impuso su “tablita” en el año 2000 y nunca nadie la tocó porque la insaciable AFIP seguía tragando para gastar y gastar.
Economía
El Jefe de Gabinete, Marcos Peña había abierto un primer paraguas cuando señaló un día antes que la situación fiscal era “delicada” y que no se podían hacer “movimientos bruscos”. “Al campo, a la industria, al petróleo y a la minería sí y a los trabajadores tan poco… ¿Lo nuestro es costo fiscal y la baja de retenciones no la tiene?”, facturó un sindicalista retrotrayendo la sucesión de hechos económicos a diciembre.
Ese mes, el Gobierno tuvo su mayor logro que fue haber sacado el cepo al dólar sin mayores complicaciones, precio que flotó sin intervención explícita del Banco Central hasta esta última semana. Pero, todas esas indecisiones le dieron algo de alas a los agentes económicos para que el valor se empinara por arriba de los 15 pesos y el BCRA hizo saber que, por ahora, no está dispuesto a convalidar ese precio.
Si bien el Gobierno siempre explicitó que el ajuste fiscal iba a empezar realmente cuando comenzaran a llegar fondos del exterior y se arreglara el tema con los holdouts -y a ese respecto este viernes se recibió el guiño del juez Thomas Griesa con satisfacción, pero sin euforia, ya que el Congreso debe hacer su parte y anular dos irracionales leyes kirchneristas- el de mantener el esquema actual de Ganancias no deja ser un síntoma de cómo seduce esconderse detrás de las polleras del Estado.
En este sentido, hay quienes creen que si el 1° de marzo Macri no hace una descarnada descripción de la herencia recibida y no le presenta al Congreso un programa fiscal “consistente” podrían seguir las turbulencias durante todo el año. Aunque a la luz de lo visto en estos días, las consistencias deberían empezar por aparecer también desde el lado del discurso, con alguna cabeza que piense un poco mejor las secuencias de acción sin exponer tanto al propio Presidente.
DyN.