River-Independiente llenaron una época en los torneos de verano.
Por Sebastián Arana
Tardaron doce años en cruzarse en Mar del Plata. Cuando lo hicieron por primera vez, jugaron de manera tan brillante que crearon una especie de adicción. El Superclásico Boca-River, por supuesto, siempre estuvo en el tope del interés de los fanáticos. Sin embargo, en la década del ’80 para el futbolero, más allá de las simpatías, también era ineludible la cita cada vez que se enfrentaban River e Independiente.
“Dos equipos que se caracterizan por los grandes duelos que han protagonizado cuantas veces se enfrentaron por la Copa de Oro, Independiente y River, se medirán hoy a las 22.15…”, se escribía en el anuncio de LA CAPITAL del partido jugado en el verano de 1983. Los amantes de los archivos pueden encontrar textos similares a lo largo de toda la década. Raramente defraudaron en aquellos veranos marplatenses los entonces representantes de las dos mejores escuelas de fútbol del país.
River e Independiente fueron a lo largo de su historia sinónimo de fútbol ofensivo, de toque, de pelota al pie, generoso con el espectáculo. A comienzos de los años ochenta ambos estaban en la cresta de la ola y contaban con equipos importantes, que usualmente peleaban la mayoría de los torneos de AFA: los “millonarios” con varios titulares de la selección campeona del mundo en 1978; los “rojos”, con jugadores de similar jerarquía, siempre peligrosos si la batuta la tenía Ricardo Bochini.
Quiso el destino que no se cruzaran en canchas marplatenses entre 1968 y 1980. El 29 de enero de ese año lo hicieron por primera vez. Y fue algo tan inolvidable que creó la aureola de partido imperdible para cada confrontación veraniega entre ambos.
“Fue un partido con todos los ingredientes que condimentan y le otorgan sabor al fútbol. Con ritmo, calidad, inteligencia, habilidad, ingenio y goles. Y hasta con la cuota de virilidad –que por momentos se convirtió en violencia- para certificar que se jugaba en serio, aunque no fuera un campeonato oficial”, se escribió en LA CAPITAL el día siguiente al famoso partido.
Ganaba River 1-0, 2-1 y 3-2. Terminó imponiéndose Independiente 4-3. Bochini, ese duende único en las canchas argentinas, llenó los ojos de todos, de pases a Antonio Alzamendi y a Alejandro Barberón y también la red del “Pato” Fillol, con uno de sus clásicos toques sutiles, “caño” previo a Daniel Lonardi, para anotar el 2-2.
“Beto” Alonso, con su pegada excelsa, lideró los mejores momentos de River, que desperdició un penal en el primer tiempo con el marcador 1-0 -entre Esteban Pogany y el palo frustraron a Daniel Passarella- y perdió por expulsión en el complemento a Juan Ramón Carrasco, un uruguayo tan talentoso como rebelde.
Pero el público se fue lleno también por las atajadas de Fillol, por el despliegue criterioso de Carlos Fren, la inteligencia de Omar Larrosa, las coberturas elegantes de Jorge Olguín, los piques siempre amenazantes del uruguayo Alzamendi, los desbordes que tejía la zurda mágica del “Negro” Ortiz y la personalidad desbordante de Passarella.
“Después del River-Polonia de la chilena de Francéscoli, aquel Independiente-River es el que más recuerdo. Extraordinario. Un partidazo a estadio lleno. Fue tan bueno que lo repetimos en febrero porque el público quería verlos una vez más. Y volvimos a llenar. Había muchas figuras en los dos equipos y jugaban todos los titulares. Eso lo lograba el ‘Gordo’ Martínez, que era amigo de todos los técnicos y los comprometía para que pongan lo mejor”, destaca el “Gato” Mignini, estrecho colaborador en aquellos años en la organización de las Copas de Oro.
“¿Si me asombró que me dejaran recibir siempre libre y no me encimaran? En estos partidos siempre se deja jugar. River, además, no es un equipo que marque a presión”, les decía Bochini, con su clásica sencillez, a los periodistas con los que charló después del partido.
Sin embargo, no se jugaba “livianito”. River e Independiente, por entonces, por ahí sufrían por ser generosos en extremo en la búsqueda del arco rival. La prueba, casi irrefutable, de que se jugaba muy en serio la aportan los expulsados en aquellos duelos vistosos y calientes.
Aquella primera noche vio la roja Carrasco y Alonso le fracturó el hueso superior de la nariz a Pogany por exceso de ímpetu a la hora de ir a buscar una pelota larga. Cuando se disputó la revancha en febrero –triunfo de River por 2 a 1- otra vez el uruguayo se fue antes a las duchas por un golpe en la cara a Olguín y lo siguió su compatriota Alzamendi. Y el DT Angel Labruna, que también fue expulsado, estuvo a punto de tomarse a golpes de puño en el vestuario con el árbitro Jorge Romero.
En el primero de los dos clásicos de 1981 fue expulsado Bochini por tirarle un patadón desde atrás al juvenil Roberto Gordon; en el segundo, por protestar fallos, el “Pato” Fillol vio la roja. En 1982, simultáneamente y por el mismo motivo, Independiente sufrió las expulsiones de Enzo Trossero y del arquero uruguayo Carlos Goyén. Tras cinco cotejos, el primer clásico entre ambos sin rojas fue el de 1983.
Todo un dato. Se jugaba, por supuesto; pero nadie quería perder. De los doce partidos de la década entre ambos, siete terminaron con expulsiones.
Bochini y Alonso posan para la foto antes del 4-3 de Independiente a River en enero de 1980. Esa noche nació la aureola de clásico imperdible del verano.
Los duelos Bochini vs. Alonso en Mar del Plata quedaron en la memoria. Sin embargo, no fueron tantos. Apenas cuatro. Los dos de 1980 y el par de 1981. El “10” de River, en conflicto con el DT Alfredo Di Stéfano, se fue a Vélez en 1982 y 1983. Cuando regresó a “La Banda”, en 1984, no intervino en el partido de aquel verano. Si lo hizo en 1985, pero aquella noche el ausente fue el “Bocha”. En 1986 Independiente no vino a Mar del Plata y a finales de ese año “Beto” decidió su retiro. El genio “rojo” enfrentó varios veranos más a River hasta su retiro definitivo. Por última vez lo hizo el 8 de febrero de 1989. Paradójicamente, el clásico siguiente, el del 15 de enero de 1990, terminó igualado sin goles. “Aburrieron River e Independiente”, tituló LA CAPITAL ese encuentro. Había terminado una época.
A lo largo de los ‘80, los River-Independiente nunca dejaron de ser partidos bien jugados, atractivos y, con más o menos goles, generalmente vibrantes. Hubo uno muy recordado en 1987, definido a favor de los “millonarios” por 3 a 2 con una brillante chilena del malogrado Juan Gilberto Funes, después de un 2-0 parcial para los de Avellaneda. O un 5-1 riverplatense, un año más tarde, llamativamente explotando la fórmula del contraataque.
Y siempre tuvieron mucho público en las tribunas. Como lo demuestran los registros fotográficos que quedaron de esos partidos. Después de aquellos duelos de 1980, para el primer clásico de 1981 se vendieron 33.707 entradas. Tanto como un Boca-River. Hacia final de los ’80 la convocatoria decreció, pero veinte mil personas en la cancha era una expectativa razonable cada vez que se cruzaban. Es que era el partido que había que ver. El que no defraudaba. Uno de los que más lustre le dio al verano futbolístico marplatense.