Cultura

El otro lado del mirar: Alfred Kubin, su tiempo y el nuestro

Bautizado por la crítica como el Goya austríaco, con una obra tildada de profética muchas veces, Alfred Kubin incursionó en las artes plásticas y en poesía y narrativa para dar cuenta, entre otras cosas, de la pesadilla en la que se transformó el sueño de la burguesía y el derrumbe de una época del espíritu. Sus cercanías y contradicciones con Hegel, su relación con la filosofía de Schopenhauer en este artículo que LA CAPITAL presenta a cargo de José Andrés Bonetti.

Por José Andrés Bonetti

Por qué Kubin

El fantástico ilustrador y escritor expresionista Alfred Kubin nació en Bohemia en 1877 y murió en 1959. Será testigo, pues, de las mutaciones de la historia actual, análogas al período que se extiende entre 1770 y 1831, años que enmarcan la vida de Hegel. Y si esos años marcan el tránsito del antiguo régimen hacia el nacimiento de la sociedad civil moderna, el tiempo de Kubin señala, por el contrario, la emergencia de una crisis cuyo grado máximo de expansión estamos viviendo hoy, en vivo y en directo. Y es por esto que Hegel y Kubin están más vivos que nunca, como focos de la autoconsciencia de una época que debe asumir su doble desgarramiento. Hay, sin embargo, un contraste entre ambos: Hegel procurará involucrarse de modo directo en los acontecimientos de su época, al menos discretamente, a través de logias como Minerva; Kubin se retirará de la trama de la historia, como Epicuro, a su propio jardín: el castillo de Zwickledt, en 1906, y allí permanecerá hasta su muerte. Pronto elaborará una obra artística genial, sobre la que deberíamos volver en futuros estudios.

Previo a este aislamiento, estudiará fotografía en Klagenfurt, en 1892. Y, tras varias crisis nerviosas, entre ellas un intento de suicidio frente a la tumba de su madre en 1896, se radica en Múnich para estudiar arte. Como buen espíritu libre encontrará solo su camino, y así es como aprenderá más en sus visitas a la Pinacoteca de Múnich que en sus clases en la Academia. De esta manera descubrirá la obra de Max Klager, que lo llevará a la elección del dibujo como medio de expresión y a su temática: la noche, los sueños, el enigma sin fin. Pronto será bautizado por la crítica, tras sus primeras exposiciones, como “el Goya austríaco”. En efecto, su obra Der Krieg (1903) es un anuncio profético de la próxima guerra, análoga a los Desastres de Goya, pero con una gran diferencia: Goya ejecutaba su obra en tiempo real, mientras que Kubin anticipaba los hechos a una década de distancia. La sociedad civil moderna, anunciada y pensada por Hegel en la Fenomenología del Espíritu (1806), encontraría su destino en 1914.

Creo que todavía no se ha tomado consciencia de lo que significó la Primera Guerra Mundial, los horrores de la Segunda la eclipsaron. Pero significó, entre muchas otras cosas, el fin de un mundo efímero: el que se había levantado sobre los cánones de la Ilustración burguesa. Es decir, el camino de un racionalismo que no sólo tendría que marcar el inicio de un orden político que garantizara al hombre los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad, sino también el canon del arte que acompañaría este proceso: el neoclasicismo. Era el subterfugio del empleo del tiempo pasado, la antigüedad, para justificar un presente revolucionario. El sueño burgués, petrificado en la pintura de David, comenzará a disolverse en la atmósfera impresionista, conjuntamente con el derrumbe del II Imperio.

Y pronto el sueño burgués mutará en pesadilla, y de esta mutación dará cuenta la obra de Kubin. El enigma que cifra su obra es el del derrumbe de una época del espíritu. Y, como buen creador, Kubin explorará todas las formas de expresión, y así incursionó en la poesía (junto a Georg Trakl: Revelación y ocaso, 1915) y en la narrativa. En lo que sigue, me concentraré en la primera y única novela que escribió.

La otra parte

“Señor, ya sólo nos muestras tu poder a través del espanto” (A. Kubin, El otro lado)

La concepción kubiana del mundo está concentrada en esta novela de 1909. Kubin perteneció a una larga prosapia de artistas que, desde Leonardo hasta Kandinsky, incluyendo a Gauguin y a Dalí, reflexionan y escriben sobre su propio arte: el conjunto de sus escritos reunidos en el volumen titulado Desde mi mesa de dibujante (1939) es una muestra de ello. Kubin medita sobre el origen de la inspiración, sobre la concepción de los entes y el empleo de la pluma para el dibujo. Es decir, sobre los orígenes y los medios para llevar a cabo aquello que Gadamer señaló como clave en la vida de un artista: la creación de todo un mundo. Pero en el caso de Kubin se tratará de un mundo visto desde el otro lado de las cosas. En ese mundo otro, tomarán formas los elementos simbólicos trabajados por el artista: la naturaleza como un todo, el bosque, la mujer y la muerte.

Kubin, aun en su aislamiento en “el arca de Zwickledt”, mantendrá, como Lovecraft, constante correspondencia con sus amigos. Destacaré tres, otros tantos genios del período: Ernst Jünger, Paul Klee y Hans Carossa, quien llamará a Kubin, “el párroco del submundo”, por ver en su obra un mundo extraño pero verdadero al mismo tiempo, en tanto que Klee interpretará que la obra de Kubin se yergue sobre el otro lado del mirar. Como si dijéramos que Kubin taladra la apariencia de las cosas, es decir la mera realidad provista a través del desorden de nuestra sensibilidad, descubriendo la verdad oculta. Recordemos la definición de Klee: “El arte no representa lo sensible, lo hace visible”. Se trata de la vieja concepción helénica que unió la noción de arte con la de verdad: detrás de las cosas, el Ser.

El otro lado (1909) es la historia, narrada en primera persona por un artista, del viaje hacia un mundo creado por la inspiración de un hombre, Claus Patera. El artista es invitado a este Reino con una sola condición: la del aislamiento. El Reino Soñado parece, sólo equívocamente, evocar en el lector el recuerdo de otros relatos referidos a un centro misterioso, Agarttha, que encontramos en las obras de Saint-Ives d´Alveydre, Misión de la India (1910), y en la de Ferdinand Ossendowski, Bestias, dioses y hombres (1922). Pero con una gran diferencia: mientras que en estas obras (publicadas años después de El otro lado) discurren acerca de un reino oculto, el de Kubin es perfectamente visible pero voluntariamente apartado del mundo exterior. Por lo tanto, en principio nada de misterioso espera a la llegada del artista y de su mujer, incluso creen percibir un rasgo de familiaridad en los vulgares caseríos que aparecen ante sus ojos.

Allí permanecerá por tres años, y nunca logrará develar los mecanismos ocultos de un Reino siempre cubierto por nubes. Su población acusa rasgos de sensibilidad extrema: neurastenia, ludopatía, hipocondría. Rechazan el futuro y viven el tiempo presente. Kubin se presenta como un profeta de la vida argentina al describir la peculiar economía del Reino, en la cual el dinero es solo una ilusión, y su valor varía de hora en hora y siempre en una curva descendente, de modo tal que parece desaparecer mágicamente de los bolsillos. En esta economía basada en la ficción, se presentan acreedores que nunca han prestado nada y que exigen su pago (al leer estos pasajes no se puede dejar de evocar la realidad argentina de los últimos cuarenta años: piénsese en la famosa deuda externa). Todo es, en fin, un caos, pero controlado por la presencia invisible de una mano fuerte. El espíritu de Kafka está presente en esta obra; ambos se conocieron personalmente, y se reunieron en 1911 ?Max Brod facilitó el encuentro, y, más tarde, en 1932, Kubin ilustrará su narración titulada Un médico rural?. El kafkiano aparato burocrático se manifiesta en el diseño del gobierno del Reino: un Archivo que representa la comedia de la autoridad (nuevamente, todo parecido con la Argentina…); pero el poder real está en otra parte: en el inaccesible Palacio, en donde mora Patera.

Detrás de la opacidad de las personas y las cosas que pueblan el Reino de los Sueños (que cuenta con su propio ritual: el gran trance del Reloj), aparece la fe inquebrantable en el Destino como potencia oscura y, por lo tanto, una ausencia de interés en el progreso. Es decir, debajo de una aparente similitud de los días, nadie está seguro de lo que pasará al día siguiente (nuevamente Kubin como profeta de nuestra Patria: ley de las crisis recurrentes en la historia argentina). Hay un Destino inexorable que se cumple a través de las personas, frente al cual toda resistencia es inútil. Y, cuando al final el mal se presente como necesidad, devendrá el arrebato. El poder del Destino como forma del miedo a lo desconocido (la emoción más antigua y poderosa, según H.P. Lovecraft) se manifiesta en el dibujo de Kubin, titulado El destino del hombre, de 1903, y frente a su imperio sólo queda la afirmación de la voluntad (Schopenhauer).

A través de estos descubrimientos psicológicos, el narrador (nunca sabremos su nombre) perderá su entusiasmo por el Reino de Patera. Su mujer cae enferma, y él comienza a cobrar consciencia de la pesadilla que está viviendo. Recurre a Patera y lo visita en su Palacio, únicamente para encontrar una estatua y múltiples metamorfosis. Muere la frágil mujer, y se aceleran las condiciones del deterioro y del derrumbe material y también moral: aparece la contracara de la difunta, la mujer fatal que seduce al narrador. Ambas remiten a una totalidad simbólica: la mujer dual pero siempre sometida al hombre (otra vez, Schopenhauer). En ese momento el narrador (que es un alter ego de Kubin, claro) nuevamente es visionario de la Argentina. En efecto, comienza a cambiar su arte y a desarrollar un estilo fragmentario, más escrito que dibujado, que expresa como un instrumento de predicción las imperceptibles oscilaciones de su estado de ánimo. Y el artista bautizará como psicografías a estas creaciones (quiero recordar aquí al lector la producción de nuestro artista Benjamín Solari Parravicini y sus oráculos, en los que combina dibujos y textos). Este pasaje de la obra remite a una mutación efectiva en su técnica: el paso de la aguada y la pulverización a la línea de la pluma. El efecto en el dibujo es tan oprimente como la prosa de aquellos pasajes de El otro lado. Kubin fue una dibujante que narraba con las imágenes, y al mismo tiempo un literato que dibujaba con las palabras.

Y en medio de este proceso llega el motor final que acelerará el tiempo: el americano, pleno de oro, como agente de división. Herkules Bell es su nombre, y su rostro configura una combinación de buitre y toro. El buitre simboliza las finanzas, y el toro el dios filicida Moloch Baal, cuya estatua se levanta desafiante al comienzo de Wall Street. El americano se servirá de un instrumento de destrucción, la Asociación Lucifer, y redactará su proclama (pronunciamiento, lo llamaríamos en la historia argentina), en la que insta a la población a despertar del sueño y convertirse en hijos de Lucifer. Y ornamenta su llamado con estas palabras simbólicas (la imagen es de Esteban Echeverría): libertad, igualdad, fraternidad, sociedad, ciencia y derecho. El mal de San Vito, la epilepsia y la histeria se apoderan del Reino Soñado, y escala el caos reptante. El sueño deviene en una pesadilla que no es ficción: nada tiene que ver con el sueño, y nos conducirá hacia un mundo real.

El mundo soñado ha sobrevivido en aislamiento durante doce años (número simbólico). El mundo exterior ignora al Reino. El americano quiere derribar las aduanas y abrir las fronteras, y reclama a Inglaterra la intervención, denunciando la existencia de un Reino que viola los tratados internacionales y osa gobernarse con leyes propias. Rusia, país limítrofe con el Reino, será el instrumento elegido para la intervención, y así se desata el infierno. Los animales invaden el Reino, el mundo vegetal desaparece, y se concreta el desmoronamiento. El americano es el motor de este desierto que crece (Nietzsche), que todo lo degrada y que de todo se burla. El trance del Reloj desaparece. Las casas dejan de ser habitables (fin de la propiedad privada, meta final tanto del comunismo como del capitalismo). Ante esta catástrofe final, Patera duerme en su Palacio, y el narrador formula la pregunta clave: “Patera, ¿por qué permites que todo esto suceda?” . Recordemos que los griegos pensaban que sus dioses estaban sometidos al Destino, primero como principio impersonal, más tarde personificado en las Moiras. Y si Gorgias, posteriormente, sustituirá la palabra Destino por Naturaleza, Luciano (en Diálogos de los muertos, 30: 2-3) identificará al mal como obra directa del Destino.

Pero Patera ya ha sido reemplazado por el americano (doble naturaleza de Patera: clave gnóstica). Los habitantes pierden el don del habla (es decir, pierden la consciencia) y se relajan las costumbres. En fin: la hora del americano ha llegado. El mundo de Patera se disolverá en el caos, inevitablemente. Las consecuencias finales no se harán esperar: perdida de la noción del tiempo, división del Reino, consecuente guerra civil, y fin de un mundo. Alfred Kubin nos ha legado una poderosa novela, metáfora de su tiempo, que es también (todavía) el nuestro.

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