El 4 de julio, Día del Médico Rural, se conmemora en honor al Dr. Esteban Laureano Maradona, e inmortaliza aquel arquetipo de hombre íntegro con notables capacidades y tamaño moral.
Por Dr. Osvaldo F. Teglia, médico especialista en clínica médica e infectología, profesor de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral.
El doctor Esteban L. Maradona nació circunstancialmente en la ciudad santafesina de Esperanza, un 4 de julio de 1895. Compartió su infancia junto a sus padres Waldino Baldomero Maradona y María Encarnación Villalba, y sus trece hermanos en la estancia familiar de Barrancas, provincia de Santa Fe, a la vera del Río Coronda.
Durante su infancia santafesina, contempló inigualables amaneceres y atisbó sigilosamente majestuosos crepúsculos desde los despejados caminos rurales que intentaban demarcar el interminable estepario de su estancia. Aquellas vivencias seguramente lo ligaron para siempre a la naturaleza y lo abigarraron a sus ancestros, a quienes recordaba permanentemente.
Cursó el secundario en la ciudad de Santa Fe y, luego, emigró a la Capital Federal donde estudió en la Universidad de Buenos Aires y alcanzó el título de médico, en 1926. No solo se lo recuerda como un muy buen alumno, sino también porque lucía en la facultad un chambergo criollo, distintivo y contrastante con las citadinas galeras de la época.
Una vez recibido, se trasladó a la ciudad chaqueña de Resistencia en la que instaló su consultorio, dedicándose a atender pacientes con lepra, e incursionando además en el periodismo y la seguridad laboral. En el contexto de un ciclo de conferencias sobre esta última materia, que le demandaba críticas al gobierno militar de Uriburu, sufrió persecuciones que precipitaron su partida de aquel lugar.
Lejos estuvo entonces de acogerse a una vida personal y profesional acomodadas como le presagiaba su condición social, y viajó al Paraguay, en donde prestó servicio durante la guerra entre ese país y Bolivia. Pasó tres años en tierra guaraní atendiendo las heridas de “pobres soldaditos”; como el mismo solía decir.
Finalizada la guerra, y a pesar de los ofrecimientos del gobierno paraguayo para que se quedara, Maradona volvió a su patria y encontró su trascendente destino en un caserío en pleno monte formoseño: Estanislao del Campo. Una vez detenido allí el tren que lo traía del Paraguay, un pedido de ayuda para la atención urgente de una parturienta le decretó su futuro. Luego de asistirla, los vecinos le pidieron que se quedara, sellando a partir de entonces su permanencia como médico rural del lugar, a lo largo de cincuenta años.
Habitaba una humilde vivienda, que le servía también de consultorio. Poseía allí un modesto catre, una mesa, un escritorio, un brasero, una antigua lámpara de mechero y un ropero con sus austeras ropas. Disfrutaba de la armonía de todo lo que lo rodeaba.
Convivió con los menesterosos aborígenes formoseños: tobas, pilagás, wichis y otras etnias; quienes inicialmente habían rechazado su presencia. Se entregó sin reservas a ellos, no solo a través del servicio de su profesión, sino también con toda clase de ayudas, incluso pecuniarias. Colaboraba con ellos con ropa, alimentos, herramientas, semillas, tabaco y además luchaba contra su desnutrición y enfermedades prevalentes como lepra, enfermedad de Chagas, tuberculosis, cólera y sífilis.
Mejoró la calidad de vida aquellos desvalidos, explorando fuentes de agua potable y enseñándoles a cultivar la tierra y a construir sus casas con ladrillos (confeccionados por ellos mismos).
Maradona se ocupó de manera integral de las complejas situaciones que influenciaban la salud las personas que asistía. Se involucró con los aborígenes aprendiendo su lengua, escuchando sus historias y cosechando una extraordinaria confianza, necesarias en cualquier relación médico-paciente.
Además, fue un ávido observador y estudioso de la fauna y flora de la región incursionando en etnobotánica y etnozoología. Dejó testimonio de sus luchas y obras en varios libros, se destaca: A través de la selva.
En 1986, enfermó y buscó cobijo en su provincia natal junto a su sobrino José Ignacio y su generosa familia. El Dr. Maradona pidió por un lugar “humilde, donde se asiste la gente pobre”, y así fue como llegó al Hospital Provincial de Rosario para una corta internación. Su muerte acaeció en Rosario el 14 de enero de 1995 a los 99 años, diez años después de su arribo a la ciudad, disfrutando durante todo este tiempo de la compañía de su familia y también de frecuentes viajes a su campo familiar.
El 4 de julio, Día del Médico Rural, se conmemora en honor al Dr. Esteban Laureano Maradona, e inmortaliza aquel arquetipo de hombre íntegro con notables capacidades y tamaño moral; y lo convierte en un ejemplo de vida para jóvenes generaciones, particularmente de futuros médicos.