Cultura

El lago púrpura

Por Juan Ignacio de la Fuente (*)

El teléfono sonó en la habitación oscura. Joe Winster se acercó hacia la sala con un vaso de whisky y encendió el velador. La sala quedó iluminada por una luz tenue. El teléfono siguió sonando. Winster dejó el vaso sobre el mismo mueble en que estaba el artefacto, tomó el tubo y dijo:

-Buenas noches- y calló unos instantes, su boca dibujó una amplia sonrisa y ahora corrigiéndose afirmó: -Buenas noches, Señor- para luego quedarse en silencio unos minutos.

En ese momento ingresó a la sala Marie, la mujer de Winster que sin interrumpir la conversación le hizo un gesto señalándole la cocina. Winster dijo que sí con su cabeza y Marie salió de la habitación.

-Sí, Señor. Los entrenamientos en Carolina de Norte han terminado ayer. Esta misma noche partimos- dijo Winster y volvió a escuchar lo que decían del otro lado de la línea. -Claro, Señor. Me cuidaré. Me pondré en contacto cuando lleguemos. Buenas noches, Señor.

Winster colgó el teléfono y tomó el vaso de whisky de un solo sorbo. Fue hacia la cocina, en la mesa estaban Marie y su hija Sally. Las piernas de Sally le colgaban en la silla demasiado grande para una niña y ella las movía alternadamente. Él se acercó hacia su hija, le frotó una mano sobre su largo pelo rubio y besó su cabeza.

-¡Ah, Papá! – exclamó como una queja Sally.

-¿Cómo ha estado mi pequeña? – dijo Winster.

– Biennn- contestó Sally mientras reía.

Sobre la mesa había pavo recién horneado. Papas, batatas, maíz y arvejas hervidas. Todo estaba humeante. Una gran jarra de limonada y salsa de arándano, completaban la cena. Marie comenzó a servir el pavo. Winster llenó los vasos de su mujer y su hija con limonada. Se paró y se sirvió otro whisky. Comenzaron a comer en silencio. Winster huntó con salsa de arándano el pavo y dos batatas.

-¿Debes hacerlo, Joe?- dijo Marie.

-Lo hemos discutido ciento de veces, cariño. Y tú sabes que sí- contestó Winster mientras bebía de su whisky.

-No pondrían ir otros. ¿Nick no podría ir por ti?- preguntó la mujer mientras le servía un maíz a su hija.

-Hace meses que Nick está allí. Se fue cuando empezamos los entrenamientos- aseguró Winster.

-¿Realmente debes hacerlo, Joe?- cuestionó Marie.

-¡Maldita sea tu sabes que sí! ¡Es mi maldito deber!- gritó Winster y luego se calló.

Se mantuvo en un largo silencio mientras sus ojos negros observaron hacia delante. Terminó su whisky. Marie también calló. Sally comió toda su porción de pavo y ahora trataba de desgranar el maíz.

-Hoy tuve sueños de colores- dijo Sally quebrando la mudez de la noche.

-¿Cómo dices, querida?- preguntó Winster.

-Sí, Papá. Tuve sueños de colores- aseguró Sally.

-¿Y cómo fueron cariño?- interrogó Winster.

-Estaba en el lago y había muchos árboles. No se veía como siempre. El lago era púrpura, los árboles naranjas y el césped azul. Todo era distinto y muy bonito. Pero en el lago había un perro. Un gran perro que no dejaba de ladrar- dijo Sally.

-¿Un gran perro?- cuestionó Marie.

-Sí, Mamá. No era como Bob. Tenía orejas grandes y no paraba de ladrar. Era negro. Su pecho era así – dijo Sally distanciando sus manos unos cuarenta centímetros.

-Ah un lobo- dijo Marie.

-Si- contestó Sally sonriendo y mostrando todos sus dientes.

-Mi pequeña Sally- dijo Winster, se acercó a su hija y le besó la frente- Qué bonita que eres. Extrañaré tu imaginación, primor- aseguró, ya sentado Winster y los ojos claros de Sally cayeron y parpadearon lentamente.

-¿Volverás, papá?- preguntó Sally.

– Sí, cariño. Volveré- dijo Winster y Sally le dio un gran beso en la mejilla y se fue.

Mientras Marie juntó los platos: el de Winster salvo por una batata y dos bocados de pavo estaba intacto. Winster abrió la ventana de la cocina y sintió el cálido y primaveral aire de Missouri en su cara. De su chaqueta tomo una tabaquera y el encendedor de bencina. Prendió un cigarro y quedó observando la luna y las estrellas un largo tiempo.

-¿Te cuidarás Joe? Promételo que lo harás- dijo Marie mientras dejaba una taza de café en la mesa.

-Sí, cariño. Me cuidaré- dijo Winster bebió el café y antes de que terminara tocaron el timbre de la casa.

Winster y Marie se levantaron de la mesa. Se besaron largamente, ella lloró y dijo:

-Adiós, cariño

-Adiós- contestó Winster, mientras se terminaba de prender su brazalete e iba hacia la puerta.

(*) Más textos de este autor pueden encontrarse en el blog

suburbiosdeluna.blogspot.com.ar.

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