Por Alberto Farías Gramegna
“El que sabe, sabe, y el que no es jefe”- Refrán popular
El jefe perfecto es aquel que sabe que no es perfecto. Que no es omnipotente, ni la suma del saber y del poder. El jefe perfecto es un maestro y un entrenador de competencias laborales. Cree en la persona y capacita al personaje.
Escucha, trabaja en equipo y nunca dice “Yo” …piensa en clave de “Nosotros”. Sabe que hay una persona en cada empleado. No da órdenes a los gritos. Ciertamente no ordena: da consignas e instrucciones y pregunta la opinión del actor concreto de la tarea propuesta. No amenaza, ni presiona.
No transfiere sus estados de ánimo al trato cotidiano del ámbito de trabajo. Delega poder -en cada función pertinente- sin evadir nunca sus responsabilidades de rol. El es un efector de la política estratégica de la empresa, no un gurú sentado en la poltrona del César.
En verdad el jefe perfecto no “es”, sino que “hace” y en ese hacer despliega su esencia: la acción, la pro-actividad orientada hacia las tareas y la colaboración con su gente. Conoce el nombre de cada empleado de su área de gestión. Camina junto a ellos. Los saluda y expresa su afectividad. No dice como se hacen las cosas, sino que comunica lo que hay que hacer y consulta sobre cómo lo haría quien conoce el trabajo. Sabe que el “know how” es el plusvalor pertinente que aúna profesión, experiencia y personalidad.
El jefe perfecto es justo, equitativo y equibrado. Firme pero no rígido. Se interesa sobre la vida familiar de sus empleados: ante la eventual adversidad pregunta sobre lo que los preocupa.
Si observa un empleado estresado o preocupado por un tema personal, le facilita un momento de descanso o lo alivia por un lapso del contacto directo con la tarea que lo presiona, hasta que se recupere. Explora sus sentimientos y actitudes. No dice “no” sin evaluar la factibilidad de un “si” o la prudencia de un “puede ser”. Convoca a sumar y jamás divide.
Es atento, curioso y siempre aprende. Sonríe porque sabe que el trabajo no debe ser un lugar de castigo y malhumor. Cultiva el humor porque sabe que solo los necios, tontos y mediocres confunden seriedad con solemnidad. Comunica todo el tiempo lo que es pertinente. No intriga ni da información contradictoria. No confunde al empleado con frases ambiguas.
Es amable, cordial y gentil. Enseña, acompaña. Hace del lugar de trabajo un lugar para estar y no para escapar.
El jefe y el equipo
El jefe perfecto no se atribuye ideas ajenas y las propias las presenta como generadas por el equipo. Es modesto y si algún empleado aporta una idea valiosa para la empresa, lo difunde y le agradece públicamente. Jamás piensa: “¿Por qué no se me ocurrió a mí?”, ya que sabe que las mejores ideas son las que se construyen interactivamente.
Cuando hay un éxito dirá que es fruto del trabajo del grupo que conforma la Empresa, y ante el fracaso dirá que debe revisar sus tácticas, asumiendo las acciones fallidas para corregirlas.
No se encierra solo en su oficina, diciendo “que esta en reunión”. Por el contrario, sale a recorrer su territorio. Cuando está con un cliente o en una entrevista de “coaching” interno, será discreto y sin dejar la puerta abierta evitando que todos participen del diálogo singular.
No manda decir, da la cara. No avasalla la intimidad o los derechos personales porque considera y respeta los derechos personalísimos y la identidad de sus empleados.
Es proactivo, creativo y reconoce sus errores sin tener la pérdida de autoridad, que no se sostiene en formalismos sino en su capacidad de liderar el cambio y el crecimiento. Si delega, no vigila detrás de la mirilla, sino que es tutor de aprendizaje y artesano de la calidad total.
El jefe pefecto es humano y por lo tanto necesita que lo escuchen, así como él escucha a su equipo. Muchas veces recurre a un asesoramiento profesional externo que apunta al análisis crítico de sus fortalezas y debilidades, explorando las certezas y las dudas de su ser personal (a este trabajo de soporte y asesoramiento, se conoce como “coaching ontológico”)
Contribuir inteligentemente a la concreción de un “buen lugar para trabajar” es la clave de toda jefatura. Tal vez la gran tarea del líder exitoso.
El resultado es ético, saludable, operativo y económico. Una persona dignificada y cómoda, involucrada creativamente en su tarea, está motivada favorablemente para aumentar la calidad del producto-servicio y aumentar la productividad general. Se funcionaliza así la totalidad de la gestión y se racionaliza la organización del trabajo.
Se ha dicho acertadamente que un empleado “ingresa a la Empresa y se va de su jefe”. El jefe perfecto no nace, se hace a partir de la necesaria bonomía con la convicción, el esfuerzo, la capacitación y el sentido común.
Amigo lector si usted considera que su jefe no es perfecto, no desespere. Déjele este artículo sobre el escritorio y dele la oportunidad de cambiar que se merece.