El entrenador marplatense condujo al subcampeonato a La Unión de Formosa. Fue una de las mejores campañas de una extensa carrera. "Siempre había visto la final por televisión", le dijo a LA CAPITAL.
por Marcelo Solari y Sebastián Arana
Había dirigido por última vez en la Liga Nacional en 2012. Cuarenta días para no poder evitar el descenso de San Martín de Corrientes. Y después una etapa muy prolongada en Venezuela y un largo descanso junto a los suyos para recargar pilas. Hasta que sus ganas de volver a dirigir lo desbordaron y se vinculó con La Unión de Formosa.
Guillermo Narvarte, otra vez lejos de Mar del Plata, comandó un campañón, el mejor de su carrera como entrenador, y llevó a su equipo a jugar una final por primera vez en su historia.
“Fue muy fuerte”, le confesó a LA CAPITAL. “Cuando pisé la cancha de Ferro para jugar el tercer partido me acordé que en 1985 había viajado con tres amigos -el Pollo, Rubén Ferreti y el Mono Galeazzi- a ver la final de la primera Liga entre Ferro y Atenas”, afirma con emoción. Recordando, en una larga charla, las ilusiones de aquellos primeros años de la Liga y cómo esas luces iluminaron su camino y el del básquetbol de toda una ciudad que se levantó a una altura insospechada.
– ¿Qué hiciste desde que dejaste de dirigir la Liga?
– Estuve en Venezuela dos años y medio y, durante ese lapso, había venido nada más que tres veces al país. Entonces, cuando regresé, marzo de 2014, nos fuimos de vacaciones de invierno con mi mujer y mis hijos, luego tuve cosas que hacer en casa y, por último, llegó el verano, alquilamos carpa y nos lo pasamos en la playa. Todo fantástico. El tema fue que cuando llegó marzo y todos empezaron con sus actividades, yo me quedé en bolas. Empecé a ver todos los partidos de básquetbol posibles, iba mucho a la cancha. Ya había cargado las pilas. Apareció algo de Venezuela que no salió, luego de Puerto Rico, un equipo que había cortado a Flor Meléndez y estaba a punto de jugar play-offs, y tampoco se pudo dar por un problema para conseguir la visa de trabajo…
– ¿Te pasa por la cabeza durante esos períodos de inactividad que podés quedar afuera del circuito?
– Yo no estaba mal afuera del país. Mi equipo jugó finales en Venezuela. Pasa que tenemos la cabeza tan puesta en nuestra Liga que desconocemos la magnitud que tienen otras. Venezuela, hoy por hoy, domina las competencias continentales. Está entre las mejores tres o cuatro ligas del continente junto a la nuestra, la de Brasil y la de Puerto Rico. Por ahí México bajó un poquito, pero vienen jugadores de ese torneo al nuestro y juegan bien. El 70% de los extranjeros de nuestra Liga provienen de otras ligas americanas, no de Europa. También se trajeron americanos de Uruguay, ahora se está mirando un poco más la Liga de Chile. Yo estoy convencido de que los primeros cuatro equipos de las ligas de Venezuela, Puerto Rico, Brasil y México, y los dos primeros de Uruguay, acá juegan tranquilamente.
– ¿Cómo fue para vos jugar tu primera final?
– Fuerte. Quizás ahora estoy cayendo. Cuando llegás a la final el teléfono explota. Y se fue generando una repercusión inédita en Formosa. Más gente en la cancha, banderazos, caravanas, grandes recibimientos…Eliminamos a Olímpico un domingo y el miércoles ya estábamos jugando la final. No tuvimos mucho tiempo para asimilarlo. Durante la serie me vinieron muchos recuerdos a la cabeza. Siempre había visto la final por televisión. Cuando pisé la cancha de Ferro para jugar el tercer partido me acordé que en 1985 había viajado con tres amigos -el Pollo, Rubén Ferreti y el Mono Galeazzi- a ver la final de la primera Liga entre Ferro y Atenas. Me acuerdo que en la ruta nos cruzamos con Luis Peppe en la estación de servicio del ACA de Dolores. El “Gurí” Perazzo, que ya vivía en Mar del Plata, nos consiguió las entradas a través de Javier Maretto, que jugaba en Ferro. Estar en esa misma cancha, que además está casi igual que entonces, fue fuerte. Yo tenía entonces veinte años y Ferro era lo máximo. Pero tenés que olvidarte rápido de esos pensamientos. La final no te da lugar para sentimentalismos. El mismo juego y los problemas que teníamos que resolver nos devolvían enseguida a la actualidad.
– ¿Fue un 4-0 mentiroso?
– Fue real porque los cuatro partidos los perdimos sin cosas raras. Pero no fue un baile. Sacando el tercer partido, que fue claro para ellos, el resto fue parejo. Tuvimos buenas posibilidades de ganar en los dos primeros. Si a Buenos Aires la serie llegaba 1-1 o 2-0 para nosotros, nadie decía algo. El tercero fue claro y el cuarto fue parecido a los dos primeros. Nunca tuvimos ese rebote, ese recupero o ese tiro para machacar la oportunidad. Teníamos todos los clavos puestos en el cajón y no le pudimos pegar los martillazos. San Lorenzo hizo bien las cosas simples y nosotros no. Es difícil explicar una derrota porque todo suena a excusa. Pero el equipo jugó con mucho corazón. La rotación fue determinante. Había cosas que para poder nivelarlas nos obligaban a hacer un doble esfuerzo permanentemente. Y eso, en algún momento, se paga.
– Hablabas de cómo se enganchó el público. Formosa siempre había sido una plaza fría, ¿no?
– Sí, los primeros partidos los jugamos con cincuenta o cien personas en la cancha. Pasa que el objetivo de sostener una plaza en Formosa es el de fomentar la actividad. Los partidos iban televisados para todo el interior de la provincia y en los últimos meses aumentó mucho la cantidad de chicos que comenzaron a practicar básquetbol. Tener un espejo, un equipo que participa en la Liga, amplía. Fue lo que ocurrió en Mar del Plata hace veinte o treinta años atrás. Hoy acá, para mí, se duplicó, triplicó o cuadriplicó la cantidad de chicos que practican este deporte en relación a los años en los que comenzó la Liga. Antes no encontrabas en los cafés gente hablando de básquetbol. Acá hay una historia de equipos que apostaron y consiguieron cosas. A comienzos de los noventa que un jugador marplatense integrara una preselección argentina era una utopía, era un logro llegar a una selección provincial. Y en los últimos diez años siempre hay chicos citados o convocados en todas las preselecciones nacionales. Hay marplatenses genuinos jugando Sudamericanos, Premundiales, Mundiales y Olímpicos.
– Cuando te fuiste a ver aquella final de Ferro y Atenas ni se soñaba con todo esto, ¿no?
– Para nada. Los motivos de orgullo eran Guillermo García Oyaga que jugó en Obras y Luis Castro en Gimnasia y Esgrima La Plata. Más el Provincial de 1982. Y no había más. Mirá cómo funcionó el espejo en Mar del Plata.
– Normalmente estas “movidas” están vinculadas a proyectos estatales…
– Exacto. Cuando dirigía a Independiente de Neuquén, terminaba la temporada y salíamos a dar clínicas en distintos centros de Educación Física provinciales. Y nos conocían todos porque Canal 7 de Neuquén televisaba nuestros partidos en el TNA a todo el interior de la provincia. Esa era la política.
– ¿Qué pinta en La Unión para la próxima temporada?
– Hablamos mucho con Mario Romay. La idea es sostener lo más posible a este equipo. Está todo dado para que siga. Sucede que siempre antes discuto estas cosas en familia.
– ¿La ciudad influye en tu decisión a la hora de elegir equipos?
– No hay ciudad más linda que aquella en la que tu equipo gana. En la Liga, y más con la frecuencia con la que se juega, no estás para hacer turismo. Vos podés estar en una ciudad espectacular, pero si tu equipo pierde le encontrás todos los defectos. Y, al revés, cuando ganás, todo es lindo. El tema de la ciudad no me preocupa. Me fijo un poco en las vías de comunicación y nada más.
– El nomadismo viene de la mano con la profesión de entrenador. A todos les afecta distinto. ¿Cómo es para vos?
– Estuve cinco años en Neuquén, seis en Rafaela, dos en Arrecifes, dos temporadas en Peñarol, repetí equipos en Venezuela. Nunca estuve en un lugar por poco tiempo. A veces no es fácil moverse. Pero las cosas cambiaron para mí. Mis hijos están un poco más grandes, tienen sus actividades, ya asumieron que yo elegí esta profesión…Hay mil anécdotas en mi casa.
– ¿Por ejemplo?
– Mis hijos iban al CADS. En 2008 estuve nada más que cuarenta y cinco días del año en Argentina: empecé en Venezuela, volví para entrenar a la Selección que fue al Sudamericano en Puerto Montt. Llegué al país y me fui a Chaco, dónde estaba concentrado el equipo. Después a una gira previa por Chile. Terminó el torneo y vine dos días a Mar del Plata gracias a un permiso de Sergio. Después viajé a Rosario para reunirme con la Selección Olímpica, estuvimos ahí cinco días y ya viajamos a España para jugar los amistosos previos antes de ir a Beijing. Después de volver de China, a los quince días me fui a Venezuela y volví a ver a mi familia en diciembre cuando ellos me fueron a visitar.
Mi hijo Juan Cruz miraba los partidos en las casas de los compañeros del colegio y decía: “Ahí está mi papá”. Y todos le preguntaban quién era yo. No me conocían. El año que hubo censo le preguntaban cómo se componía la familia y él respondía que éramos cuatro. Cuando le preguntaban con quién vivía, decía que con la mamá y la hermana. Y preguntaban por mí y él decía que yo no estaba, que volvía en un mes o quince días. Hoy mi hijo lo recuerda y se mata de risa. Dice que los encuestadores no indagaban más porque pensaban que no tenía asumido el divorcio de los padres. Ellos se lo toman a risa. Pero, el que no nos conoce, y algunos que sí nos conocen también, piensan que estamos medio locos. Mi casa funciona así. Pasamos Navidades en Miami, en Pucón, en Neuquén, en Isla Margarita, en Punta del Este…Y nunca mis hijos tuvieron problemas para integrarse en lado alguno. También está lo otro. Cuando vuelvo a Mar del Plata me esperan con una lista de cosas para hacer en casa.