por Hugo E. Grimaldi
Si bien quienes llevan las riendas de los países se sientan voluntariamente en el pescante para arbitrar intereses desde los cómo y para decidir a cada instante hacia dónde seguir, cuando ya ha entrado en el segundo semestre de su mandato, el efecto manta corta está acosando por estos días a Mauricio Macri cada vez más.
Las señales que tiene que atender el Presidente desde lo alto del carro no son sencillas en la Argentina de hoy: sigue habiendo inflación, con ciertas expectativas hacia la baja y un nivel de actividad planchado, con posibilidades ciertas de algún repunte, hacia fines de año. Pero, además, hay un tipo de cambio con un nivel poco competitivo, tarifas que necesitan un mayor sinceramiento todavía, inversiones entre paréntesis, empleo en terapia intermedia y muchos más pobres que atender, aunque también excesivos gastos del Estado, una aún alicaída balanza comercial, emisión menor, pero alta al fin y un costo que se reduce aunque es todavía bastante alto para absorberla y que plancha el dólar, pero que, a la vez, complica la recuperación.
Y ante este panorama empiezan los problemas, ya que cuando el conductor verifica el costado social e intenta ayudar a los que menos tienen, el silbato de los fiscalistas le hace notar que eso representa más déficit, que no le va a gustar a los inversores y que “el segundo semestre ya está perdido” y cuando avanza por la baja de gastos, de inmediato los bombos de la calle lo acusan de ser un “rico insensible, que gobierna con planillas de Excel”.
Esa continua toma de decisiones, atendiendo al interés general, es la parte que probablemente le genera mayor estrés a los gobernantes y este presidente no es la excepción, aunque, para mal suyo, él ha preferido hacerse cargo de entrada, sin blanquearlo a tiempo, de un considerable pasado que no le compete, pero que le ha dejado sembrado de bombas el camino a recorrer.
Parece ser que esos condicionamientos de tantas voces que necesita atender a la vez son los que aún no ha logrado calibrar adecuadamente el gobierno de Cambiemos, tema que lo torna vulnerable ante la opinión pública ya que casi siempre se lo observa correr a los hechos por detrás. Se valora su adaptación permanente a los reclamos y hasta muchas de sus rectificaciones, que a medida que se reiteran ya no tienen tanto glamour sino que remiten a cierta impericia pero, a la vez, se le critican muchas de sus dilaciones y los permanentes cambios de rumbo.
Macri tiene como contras adicionales dos cuestiones no menos profundas: la primera es la mentalidad cortoplacista del argentino típico del “me salvo yo y los demás que arreen” que, si bien fue el perfil de quién lo votó para cambiar, siempre parece querer más de lo mismo, preferentemente anabólicos que le hagan la vida del día de hoy lo más confortable posible; la segunda, que el Presidente no tiene o no ha definido aún, un andamiaje ideológico que lo respalde.
Este último punto no es menor, porque lo deja al Gobierno siempre a merced de los fuegos artificiales antes que de la discusión en serio. El kirchnerismo por ejemplo, está jugando al discepoliano “Cambalache”, la estrategia de manosear a todos “en el mismo lodo” y, por eso, busca naturalizar los hechos por los cuáles se los investiga diciendo que “todos los políticos son corruptos”. Por ende, sostienen, Macri es “un corrupto” y eso los anima a poner a viva voz a las empresas descubiertas por los Panamá Papers en un pie de igualdad con las decenas y decenas de trapisondas que giran alrededor de Amado Boudou, Julio De Vido y de los emblemáticos empresarios K cercanos a Cristina Fernández.
Esta movida, que horada a diario la credibilidad del Gobierno y va prendiendo lentamente en una sociedad a la que la agobia el bolsillo, se complementa con acusaciones de “insensible” o con declaraciones altisonantes como las de Guillermo Moreno (“Macri es peor que Videla”) o con comparaciones, como ya han comenzado, con el dubitativo Fernando De la Rúa. Es lo que primero que nadie Elisa Carrió y luego otros, dentro del Gobierno, ya han denunciado como campaña de “grupos desestabilizadores”.
El otro tema, el de la falta de un debate de fondo sobre el armazón ideológico que sustenta a Macri es más profundo y representa una carencia muy notable. Hasta ahora, Cambiemos en el poder parece ser un grupo de amigos que se ha puesto una misma camiseta y que salió a la cancha al grito de “a ganar”. Mucho ánimo, pero también mucha improvisación. Pero, como aún el Presidente y sus asesores no se han decidido a salir a expresar con claridad dónde se paran y sólo explican cuestiones muy básicas sobre la vuelta del país “a la normalidad”, nadie sabe cómo van a hacer ese clic y por eso, hasta ahora, no se los puede encasillar.
¿Es este jefe del Estado otro populista más prolijo, es de centro derecha, es liberal en lo político, abraza la ética radical, tiene rasgos peronistas? ¿Decir que es todo eso no es decir también que no es nada? Ese menjunje es algo muy bueno para el tiempo de elecciones, cuando se necesitan votos de todos lados, pero a la hora de la discusión política, el mejor servicio que Macri le puede hacer a la democracia y a las instituciones es transparentar lo antes que pueda una ideología para discutir en un plano de seriedad.
Tal cómo se manejó hasta ahora, si el Presidente expresara por ejemplo, qué cosa es el desarrollismo que supuestamente propugna, cuáles son sus fundamentos y sus ventajas, es más que probable que consiga apoyos y descalificaciones, pero el tiroteo sería desde el mundo de las ideas, lo que elevaría el nivel del debate y le correría el eje a los supuestos “desestabilizadores” o, al menos, los expondría más. Siguiendo con el símil inicial, si alguien en el Gobierno definiera cómo está constituido el armazón del carromato que maneja el Presidente sería más que bueno para el oficialismo, ya que ayudaría a un debate más serio y degradaría a los argumentos opositores a la categoría de “chicanas”.
Si bien Cambiemos está constituido como una coalición donde todos ponen su granito de arena y es difícil salir a definirse porque de hacerlo mal habría claros cortocircuitos internos, no encarar esa posibilidad torna al Presidente demasiado vulnerable ante las artimañas y los aprietes opositores, sin contar aquellos que se atenúan con la caja.
En este sentido, es verdad que los condicionamientos legislativos derivados de las bancas que repartió la ciudadanía en las últimas elecciones atoran cualquier plan, pero hay cierto consenso que la chequera calma a los más críticos. En el caso del megaproyecto de ley que ahora mismo se tramita en el Congreso y que incluye el blanqueo, la moratoria y el pago no total de juicios a los jubilados, esa modalidad le ha generado al Gobierno un drenaje incesante de fondos, aunque a cuenta de eventuales ingresos fiscales, si se cumplen las expectativas.
El dictamen que consiguió sacar el oficialismo en el plenario de comisiones, que habilitó para esta semana su tratamiento en el recinto de los diputados ha sido un modelo de este mayor pragmatismo que le ha dado a Macri estos seis meses de experiencia conduciendo el país. De a poco se va torciendo la idea de que el Gobierno “no sabe” hacer política, porque hay algunos que ya le van tomando la mano al asunto, lástima que a costa de haber sacrificado todo un semestre.
A la inversa del kirchnerismo del todo o nada, la Casa Rosada planteó un proyecto muy ambicioso, una ley ómnibus que quizás esconda algunas sorpresas, pero que tenía algunos dulces destinados a su corrección para darle a los opositores que iban a acompañar de todas formas, la oportunidad de lucirse. Así, el Frente Renovador de Sergio Massa y el Bloque Justicialista de Diego Bossio pudieron llevarse algunas palmas de carácter político con sus sugerencias, ya que gatillaron muchos de los cambios sobre aquello que mandó el Ejecutivo.
Otro tanto, probablemente suceda en el Senado, debido a la preponderante conducción de Miguel Pichetto de un bloque peronista de pelajes varios, político que, desde la oposición, se ha convertido en un excelente aliado del Gobierno a la hora de anudar acuerdos. Además, de quienes están muy cerca de sus gobernadores y que harán lo que estos les piden, dentro del FpV senatorial conviven muchos cristinistas ortodoxos, quienes no podrán dejar de escuchar en su interior lo que su jefa calificó en Facebook la semana pasada como un “bodrio legislativo” y probablemente voten en contra.
En ese texto, la ex presidenta no sólo cargó contra el proyecto, al que haciendo malabares con sus lecturas de Homero tildó de “verdadero caballo de Troya” destinado a la “destrucción” del Sistema Previsional, sino que metió fichas también con la teoría del “mismo lodo”. Por lo tanto, no se privó de señalar la “inconstitucionalidad” de aquel artículo 85 ya sacado del proyecto, que propiciaba “la mordaza impuesta a terceros o periodistas que piensen en desatar los nudos de los Panamá Papers”.
Y esa redacción, junto a otra que, tres días después del primer escándalo sumó la gobernadora bonaerense a María Eugenia Vidal con algo similar en cuanto a los medios, hizo que la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA) no sólo criticara ambos deslices, sino que los emparentó con el pasado reciente al “alertar” sobre “la subsistencia en estamentos del Estado de una matriz de pensamiento que privilegia el secretismo y que criminaliza la tarea de investigación periodística”.
Han pasado seis meses de un gobierno con aciertos y errores, muchos de ellos derivados de su inexperiencia, pero hay cosas, como estas reiteraciones, que no se puede dejar de marcar. Nadie cree que la idea del Presidente sea cercenar la libertad de expresión y si bien él se molesta mucho cuando se comparan actitudes de su gobierno con el kirchnerismo, tal como sugieren los términos “subsistencia” y “matriz de pensamiento” que usó de ADEPA, todo el episodio dejó la sensación que el tema de la comunicación gubernamental necesita una rectificación urgente. Es evidente, que muchos palos en la rueda del carro se los están poniendo a Macri desde adentro mismo de su propio gobierno.
DyN.