Por Nicolas Poggi
(DyN) – El peronismo procesó la derrota electoral de la peor manera: incapaz de encontrar una síntesis para desandar el revés en las urnas, fue desintegrándose en distintas formaciones y abrió su propia “grieta” entre pejotistas y kirchneristas, en un debate que necesita saldar cuanto antes si proyecta una actuación decorosa para 2017.
El gobierno de Mauricio Macri se encontró con el mejor escenario: un peronismo con fuertes discrepancias internas entre ortodoxos y kirchneristas; mas un peronismo por afuera de la estructura detrás de Sergio Massa y del cordobés José Manuel de la Sota.
Las primeras señales en el PJ fueron de reactivación: una vez que el kirchnerismo dejó el poder, los gerentes del PJ aceleraron los trámites para concebir una lista de unidad que cobijara a todas las expresiones. La única excepción fue, como avisaban los pronósticos, el FpV, que no aceptó pasar de ser la voz cantante a acoplarse a un colectivo de identidad en desarrollo.
El jefe del sello, José Luis Gioja, llevó adelante la alquimia y articuló un Consejo Nacional que fue definido desde el vamos como de transición: apenas un compás de espera hasta la llegada de un nuevo jefe que ordene a la tropa. Las discusiones sobre ese liderazgo son las que demoran la reorganización.
El primer desprendimiento del FpV en la Cámara de Diputados, que fue bautizado Bloque Justicialista, llevó la firma de Diego Bossio y el respaldo de un puñado de gobernadores representados por el salteño Juan Manuel Urtubey, quien no oculta sus intenciones de ponerse al frente de la “renovación peronista”.
Luego sobrevino la salida de un grupo de misioneros al mando de Maurice Closs, para dar paso por último a la ruptura del Movimiento Evita, que le reclama una “autocrítica” al kirchnerismo mientras hace votos por la conformación de una “nueva mayoría” que incluya, como prueba de superación, al Frente Renovador de Sergio Massa.
Excluido de la toma de decisiones, el kirchnerismo se refugió en la veneración de Cristina Fernández y la militancia de base de sus agrupaciones satélite, a la espera de que la arenga por el “frente ciudadano” se traduzca en la plataforma para una nueva candidatura de la ex presidenta, lo que podría terminar de dividir las aguas en el espectro peronista.
Massa juega su propio partido: tentado por la mayoría del peronismo, debe definir si afianza su armado de centroizquierda con Margarita Stolbizer o si ensaya un regreso a las fuentes para ampliar los márgenes del PJ y quedar mejor posicionado en el camino de las presidenciales de 2019.
Por ahora, los acordes del misterio le convienen: mientras el PJ no produzca un candidato de peso, los reclamos por su repatriación lo mantendrán al tope de las preferencias en un menú de por sí escaso de figuras.
La CGT, por su parte, también apostó por la unidad y dejó de lado sus diferencias para hacer honor a la convocatoria del papa Francisco. Hoy mantiene el equilibrio en una relación tensa con el gobierno de Mauricio Macri. Apenas tres días antes del congreso que dio a luz al triunvirato, el mandatario anunció el reintegro de las deudas de las obras sociales de los gremios.
En la provincia de Buenos Aires, el mayor distrito electoral, la pérdida del gobierno y la ausencia de una conducción legitimada se tradujeron en la dispersión que se produjo entre los intendentes: están los que apuestan a la “renovación” (Esmeralda), los que quieren incluir al kirchnerismo (Fénix), los cristinistas puros y los del “interior profundo”.
En polos opuestos, el ex gobernador Daniel Scioli asoma como eventual candidato del kirchnerismo, mientras el ex ministro del Interior Florencio Randazzo busca ser el representante de la nueva etapa. En ambas tribus coinciden en la necesidad de unas PASO que siguen siendo una incógnita.
Con matices, los distintos grupos de intendentes pelean por lo mismo: recuperar el control del armado de las listas, con la expectativa de que el proceso de las elecciones legislativas decante en una figura. El candidato ya no es el proyecto.