El fútbol capicúa
por Vito Amalfitano
Un país en ebullición. Y entre dos marchas multitudinarias, el fútbol en capicúa. La gente en la calle, en estado deliberativo, y en el medio la pelota.
Quizá por eso, por las urgencias nuevas, por los derechos y la tranquilidad perdidos en los últimos meses, se explica que esta “final” de la Selección no haya generado tanta expectativa previa. Con el camino al Mundial de Rusia seriamente comprometido, en zona de repechaje antes del puntapié inicial.
Sin embargo el Monumental se llenó. Y esta tarde de final de verano en Buenos Aires se vio matizada por las camisetas de Argentina y “la Roja” de Chile, entre tantas banderías y consignas políticas de estas últimas dos semanas.
Los chilenos “coparon” el centro de Capital con sus casacas rojas desde la mañana . Parecían más . Claro, aquí no se usa ir a trabajar con la camiseta de la Selección, algo que si pasa en el resto de Sudamérica en la previa de partidos claves de eliminatorias.
Ya en la cancha las proporciones fueron naturalmente diferentes. Dicen que llegaron cerca de 10.000 chilenos para el partido y solo unos 5000 tuvieron su lugar y su entrada para el partido. También asistimos en AFA, a la mañana, como muchos colegas transandinos que habían viajado se quedaban afuera del gran choque. Una “reciprocidad” que no debería justificarse pero que se dio en los hechos .
Asistimos a la misma escena, pero a la inversa, en marzo de 2016, en la sede de la Federación Chilena en Santiago. Dejaron afuera a muchos periodistas argentinos que habían viajado, con recorte súbito de credenciales. Algo parecido ocurrió con las entradas entregadas. Allá y aquí.
Ya en las inmediaciones del Monumental una marea de camisetas de Argentina. Y la curiosidad que vimos de un par de espectadores que llegaron con casacas de equipos, en este caso de River, que se la tuvieron que sacar en el primer control (porque la policía no permitía las camisetas de clubes) y por la temperatura reinante ni siquiera tenían un buzo para ponerse con lo cuál debieron pasar y quedarse con el torso desnudo.
El público de siempre de la Selección en la vuelta al Monumental. Muchas familias, espectadores del interior, escasa “práctica de barra”. Fervor en el inicio, con los fuegos artificiales, el himno, y el canto de “el que no salta es un traidor”, dirigido hacia la tribuna chilena. Y no tanta frialdad durante el partido, como en otras noches del Monumental, pese a lo poco que transmitió el equipo.
Se encendieron todos en el gol del penal de Messi. Y después el desahogo, el alivio del final. La alegría de un triunfo sufrido pero muy importante de Argentina. Se ganó pidiendo la hora. Pero había muchas ganas de festejar algo…