Por Eloy Gómez Raverta (*)
Antes de que debutara en la primera de Argentinos Juniors, se alzara con el título de campeón mundial juvenil en Japón, hiciera delirar a la “12”, a los “tifosi” napolitanos y deslumbrara definitivamente al mundo entero en México ’86, “el Diego” ya era absolutamente conocido en la Argentina, aunque era cultor de un asombroso perfil bajo que fue perdiendo con los años.
“El diego”, que no es Maradona, por cierto, se mueve aún hoy en las sombras, en los ocultos laberintos del poder, transita la burocracia del Estado con la misma magia con que el “10” eludió y dejó mal parados a los ingleses en el gol más famoso de la historia.
Efectivamente, “el diego”, la coima y la cometa, según el lunfardo criollo, o el soborno y el cohecho en la jerga estrictamente jurídica, gambetea desde tiempos inmemoriales a las compras y contrataciones de los gobiernos argentinos.
Si será monumental la coima en este país que hasta tiene una estatua que – se sospecha y lo aseguran algunos historiadores, como Daniel Balmaceda- la simboliza, en un edificio emblemático para la liturgia justicialista, en donde Eva Duarte de Perón protagonizó su histórico renunciamiento.
En los vértices de la fachada principal de esa torre, emplazada en medio de la 9 de Julio, hay dos obras escultóricas de gran tamaño y estilo art déco. Una de ellas tiene en sus manos un pequeño cofre, mientras que la otra extiende su mano hacia atrás y mantiene una mirada distraída, una suerte de denuncia sobre el presunto pedido de sobornos para acelerar los tiempos de construcción del rascacielos, hace más de 70 años.
Más acá en el tiempo, desde el retorno de la democracia, hace ya 33 años, los episodios de corrupción han escandalizado a los argentinos. El gobierno de Raúl Alfonsín, descalificado por su gestión económica, sin embargo exhibe con orgullo la mejor imagen en términos de transparencia.
Durante la década menemista, en cambio, se visibilizaron episodios de corrupción como nunca antes. Desde el amplio abanico de privatizaciones, con Telefónica a la cabeza y María Julia Alsogaray como abanderada, hasta el affaire IBM – Banco Nación, el contrabando de armas a Ecuador y Croacia y el saqueo del PAMI que protagonizó Víctor Alderete.
Con Fernando De la Rúa en la Rosada, tuvieron amplia notoriedad el escándalo de la “Banelco”, que “aceitó” los resortes del Senado, para forzar la aprobación de la flexibilización laboral, y el “Megacanje” de deuda del año 2001 que aún hoy se ventila en los tribunales.
Duhalde, precisamente, tuvo un fugaz paso por la presidencia, pero el entramado de corrupción más notable está vinculado a la obra pública, durante sus ocho años como gobernador bonaerense, a través de la empresa Gualtieri Construcciones y préstamos “blandos” del Banco Provincia que jamás se cancelaron.
Después llegó el kirchnerismo y una larga lista de episodios que abandonaron las sombras para alcanzar una obscena exposición. El primero fue el caso Skanska – Enargas, siguieron los ligados a Amado Boudou; los de Ricardo Jaime en el Transporte; los de Lázaro Baez y Cristóbal López; las valijas de Antonini Wilson, que ventiló el prestigioso periodista del diario La Nación, Hugo Alconada Mon; “Sueños Compartidos”, con Sergio Shocklender al comando de la “caja” como apoderado de la Fundación de las Madres de Plaza de Mayo de Hebe de Bonafini; el reparto de publicidad oficial a medios adictos al poder, entre los más resonantes.
Y ahora descubren a un desconocido – para el gran público- José Francisco López, el número dos y mano derecha de Julio De Vido, en el ministerio de Planificación Federal; el que manejó la obra pública durante los tres mandatos del kirchnerismo, cuando intentaba ocultar bolsos y joyas con casi 9 millones de dólares en un monasterio de General Rodríguez.
La prueba más irritante de la corrupción, de “el diego”, de la coima, la cometa, el cohecho o los sobornos: dinero en efectivo y joyas.
El exsecretario de Obras Públicas de la Nación, que manejó un presupuesto de 136 mil millones de pesos, cayó in fraganti en una situación insólita, tragicómica, en un convento habitado por dos monjas nonagenarias que lo reconocieron como un benefactor de la orden.
Ahora la Justicia investiga a José Francisco López por presunto enriquecimiento ilícito, producto de su paso por un jerarquizado espacio de poder en la función pública.
El cohecho es un delito que implica la entrega de un soborno para corromper a alguien y obtener un favor de su parte. Lo habitual es que esta dádiva, que puede concretarse con dinero, regalos, etc., sea entregada a un funcionario público para que concrete u omita una acción, para hacer, retardar o dejar de hacer algo relativo a sus funciones. Y será reprimido con reclusión o prisión de uno a seis años e inhabilitación especial perpetua. ¿No es poco para quien roba a mansalva?
“El Diego”, el auténtico Maradona, sorprendió en el “San Paolo” de Nápoles, mientras que ayer José Francisco, el dueño de la lapicera de la obra pública kirchnerista, el que se quedó con “el diego” (o mucho más que eso), después de gambetear los controles del Estado durante más de una década cayó sorprendido en “Nuestra Señora de Fátima”. Amén.
*Director de F5