Por Ariel Martínez Bordaisco (*)
El ejercicio de la política es siempre un proceso: es una operación sobre las cosas para poder transformarlas. Sobre las formas que existen de lograr esas transformaciones se ha pensado mucho, se ha escrito mucho. De los griegos a Maquiavelo, del liberalismo a Carl Smith, la política puede ser entendida como una ciencia o como una actividad. En ambos casos, nunca está exenta de contradicciones y de “campos de batalla”.
En las instituciones democráticas, la confrontación es parte de la esencia de su funcionamiento. No hay que tenerle miedo, porque -bien mirada- es el primer paso hacia la discusión. Desde el punto de vista de la prudencia del dirigente político, es más peligrosa una asamblea donde siempre están todos de acuerdo que una a la que le cuesta el consenso. Por eso, en el día a día de la política el antagonismo es un poderoso motor; pero nunca debe ser un fin en sí mismo.
Suele decirse que la pandemia de Covid-19 está funcionando como un implacable espejo que nos devuelve lo que somos, que está develando, con cierta insolencia, la realidad del Estado, de la economía, de la anomia y de la disciplina social, de nuestra forma de ser. Sin embargo, también aparecieron gestos que, desde una dirigencia que está más que nunca de cara a la sociedad, relativizan aquello de que toda la política se reduce a la grieta.
La gestión de la pandemia en General Pueyrredon aceleró los procesos políticos y complejizó la agenda pública. En el Concejo Deliberante fue aún más evidente: venía de un pasado de estancamiento institucional, se había enredado en su lógica interna y se alejaba del vecino. Además, la elección de 2019 había llevado la polarización a niveles muy altos en todo el país. Y, mientras transitábamos ese contexto, llegó el Covid-19.
La reacción de la política fue inmediata: “esto no es joda”, sintetizó públicamente el intendente Guillermo Montenegro. Todas las fuerzas políticas lo comprendieron y actuaron en consecuencia produciendo, por primera vez en mucho tiempo, nuevas formas de lo institucional, algunas inéditas: una comisión permanente de jefes de bloques, que funcionó desde el primer día del aislamiento social; un comité de Emergencia social, convocado por el Ejecutivo, con la premisa de sumar a todas las voces; un comité de emergencia sanitaria; una comisión especial de reactivación económica que analiza la apertura de actividades con mirada local, una comisión que va a analizar el cálculo de la TSU.
Cada uno de esos espacios están integrados, en equilibrio, por todas las representaciones políticas de la ciudad: el criterio fue, desde el comienzo, apostar al diálogo. Se podría haber hecho de muchas maneras, es más, se está haciendo de otras maneras en otros gobiernos. Pero en General Pueyrredon se tomó la decisión de armar la mesa y, no menos importante, los actores -todos, de todas las extracciones políticas- decidieron sentarse en esa mesa y dialogar.
En esos nuevos espacios de debate nadie huye a las diferencias, sino que se administran todos los días. Nadie pide uniformidad. Nadie oculta sus ideas, sus estilos, sus referencias, sus pertenencias. Porque la política es eso: el juego del antagonismo. Pero todos están demostrando respetar ese juego y sus reglas, valorando el ámbito del debate y la necesidad, superior a todas las diferencias, de darle al Ejecutivo los mejores lineamientos surgidos de la discusión; y el Ejecutivo, también hace su parte, entendiendo que nadie gobierna solo.
Por eso, este tiempo será recordado por muchas cosas. Quedará en la historia como el tiempo en el que fuimos, más que nunca, lo que somos. Con lo bueno y con lo malo. La política transforma la realidad y también se transforma a sí misma. Y, a veces, da sorpresas.
(*) Presidente del Honorable Concejo Deliberante de General Pueyrredon