Ayer a la madrugada la policía de Mar del Sud siguió indicaciones de un vagabundo y dio con el cuerpo mutilado de un menor de casi 3 años. El cadáver no tenía sus órganos y alguien lo había arrojado allí dos días atrás. Una semana antes se había producido la muerte.
Por Fernando del Rio
El desconcierto se mezcló con la incredulidad; el horror con el escepticismo. El inimaginable pasado de muerte y dolor contrastó con el futuro que no llegó. Pese a que las horas corrieron y las versiones ganaron y perdieron robustez, nadie pudo salir del estupor provocado por ese hallazgo. Allí, junto a un arroyo entre Mar del Sud y Miramar, el cuerpo de un menor de 2 años y medio destrozado por una mano experta y sádica, precisa pero perversa, despertó el espanto.
No se recuerda en la zona -ni siquiera en Mar del Plata, ciudad de crímenes estremecedores- un caso criminal que generara tanto impacto, asco, indignación y deseos de un pronto esclarecimiento. Incluso anhelos de justicia vengativa más que justa.
El cadáver de un niño o niña de poco más de 2 años sin órganos, con los pies y manos amputados, sin piezas dentarias, con los genitales arrancados, con la cabeza suturada después de haber sido abierta para quitar de allí el cerebro apareció a la vera de la ruta 11 en lo que prefigura un episodio tan aberrante como misterioso.
El hallazgo lo realizó un vagabundo a mitad de camino entre Miramar y Mar del Sud, junto al arroyo La Totora, y desde ese momento, en verdad cuatro horas más tarde, comenzó una investigación que reveló aquello más tenebroso y lo que aún permanece sin esclarecer que puede ser peor aún: el tormento de la víctima.
La fiscal Ana Caro, exhausta después de una jornada en la que debió extremar recursos de su pequeña oficina, confirmó que las lesiones, amputaciones y ablaciones de órganos tenían el sello de una mano profesional. “Ha sido eviscerado, le han arrancado las piezas dentarias y extraído todos sus órganos. Nunca vi algo igual”, comentó a los periodistas.
El hallazgo
La secuencia del hallazgo incorpora otra subtrama sombría a la historia y fue protagonizada por un conocido hombre en situación de calle de Miramar.
Eran las 23 de del lunes cuando este individuo recorría en bicicleta los 14 kilómetros que unen Miramar con Mar del Sud y al llegar casi a mitad del trayecto, en proximidades del arroyo La Totora, vio unos perros abalanzados sobre un pequeño bulto.
Al acercarse espantó a los animales pero no tardó en caer en la cuenta de que aquello que estaban mordiendo era un diminuto cuerpo humano. Allí, solo, no fue mucho más lo que pudo hacer y decidió ir en busca de la policía. Aquel cuerpo, que yacía a unos pocos metros de la ruta -no hay banquina en el lugar-, quedó una vez más expuesto a los animales.
El hombre siguió su andar hasta el destacamento policial de Mar del Sud donde contó lo que había visto. Recién al cabo de unas horas los policías llegaron a la zona para confirmarlo.
LA CAPITAL pudo saber que cuando los efectivos policiales trabajaron en la escena del hallazgo advirtieron que el pequeño cuerpo no tenía vestimentas. Se hallaba decúbito dorsal y presentaba mutilaciones y un estado de descomposición que impidió el cálculo de la data de la muerte, aunque sí una especulación: no era reciente el fallecimiento. Y otra especulación: no lo habían matado allí.
La macabra realidad
que reveló la autopsia
Al cuerpo del niño o niña encontrado en la ruta 11 le faltaban todos los órganos producto de la intervención de una persona experta que empleó instrumentos quirúrgicos adecuados.
Así surgió de la operación de autopsia efectuada ayer al mediodía y que además arrojó un dato estremecedor: la pequeña víctima tenía suturado el cuero cabelludo, la calota (tapa craneal) reubicada y en su interior tampoco se hallaba el cerebro.
Los peritos forenses de la Policía Científica examinaron un cuerpo que, evidentemente, había sido intervenido de manera quirúrgica, lo que agrega una dosis de desconcierto a la investigación criminal.
Debido al estado del cadáver no sólo fue imposible determinar la causa de la muerte sino también el sexo, ante el faltante de los genitales. Sí en cambio se logró datar la muerte en 10 días y su permanencia en el lugar que fue hallado cerca de 48 horas. Esta diferencia de más de una semana permite inferir que el cuerpo fue preservado en algún sitio antes de su traslado definitivo.
Uno de los puntos más llamativos de la examinación forense fue la sutura en la cabeza, la que fue realizada con hilos especiales usualmente empleados en operaciones médicas. Se trata de un detalle que abonaría la hipótesis de la participación de una persona con experiencia quirúrgica, acaso un profesional médico o un eviscerador.
Sin embargo, los cortes en las muñecas y los tobillos, la falta de todas las piezas dentales -excepto las muelas ocultas en las encías y por salir- proponen un análisis diferente. Lo extraño es la serie de cortes y amputaciones que parecen orientadas a complicar la identificación filiatoria de la víctima.
Asimismo, se supo que otras partes afectadas del cuerpo sí podrían adjudicarse a la acción de la fauna del lugar.
La investigación
Caro y la sub DDI Miramar a cargo del comisario inspector Mariano Laure armaron la estrategia para encarar una investigación con tremenda complejidad inicial.
Un cuerpo sin posibilidad de ser identificado, ni siquiera definido su sexo -al menos hasta los estudios genético/forenses- en una zona sin testigos supuso la primera gran barrera para avanzar algún paso.
Los investigadores descubrieron que no se registraron en los últimos días denuncias por paradero en la zona aunque tampoco se descarta en esta etapa tan primaria de la investigación que el niño o niña haya vivido fuera de Miramar o Mar del Sud.
Las hipótesis se sucedieron con fuerza y se cimentaron en autónomos elementos: desde un ritual satánico que recuerda el caso de “Ramoncito” en Corrientes, hasta el mito popular del tráfico de órganos, desechados por especialistas en trasplantes. También ingresó en escena la posibilidad de un crimen mafioso, similar a los que en Centroamérica se encargan por alguna cuestión del narcotráfico. Todo prematuro, todo conjetural.
En algún lugar hay un hogar sin un niño de casi 3 años y unos padres que, naturalmente, lo saben. El dilema es hasta dónde ese conocimiento los coloca en el centro de la esfera investigativa.
Por lo pronto, la aberración que indigna y no cesa. El misterio de un caso que, de no desmentirlo la ciencia en peritajes pendientes, encierra lo más oscuro de la condición humana.