El furor creció durante la cuarentena y por el avance de la concientización sobre una alimentación más sana. Si bien no hay estadísticas oficiales, desde el programa Prohuerta se abasteció durante el año pasado a casi 12 mil emprendimientos comunitarios. Estiman que esa cifra puede llegar a triplicarse.
Por Natalia Prieto
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Actividad terapéutica, alimentación sustentable o simplemente ganas de pasar tiempo al aire libre son algunas de las variables que se conjugan para la generación de una huerta familiar. A esa conjunción, el año pasado se le sumó el encierro obligatorio -consecuencia de la pandemia de Covid-19- y mucha gente que respetó la cuarentena optó por hacer más trabajos en su casa. Y una de esas ocupaciones fueron las huertas.
Si bien no hay estadísticas oficiales, desde el programa Prohuerta se abasteció durante el año pasado a casi 12 mil emprendimientos comunitarios, escolares y familiares con semillas, pero según los especialistas consultados la cantidad de huertas en la ciudad (considerando parcelas de tierra y también los cajones como superficies sembradas que empezaron a proliferar en balcones y terrazas) pueden “tranquilamente duplicar o triplicar ese número”, describieron desde el tradicional vivero de Juan B. Justo y Camusso.
“Tengo lechuga y tomatitos, además de albahaca, en unos cajones de plástico que tenía sin usar. Todo lo consumimos en casa. Y reconvertí la bañadera y tenía zapallos y flores, pero este invierno la abandoné un poco y quedaron solo las flores”, contó Nora que se organizó la huerta familiar en la terraza de su departamento.
Si bien había comenzado con la actividad “hace varios años”, confesó que en el 2020 intensificó la actividad para “aprovechar el sol, poder estar al aire libre y así contrarrestar ese encierro al que nos condenaron”, enumeró.
Explosión
Apenas un espacio de tierra (los especialistas aseguran que alcanza con un metro por un metro), semillas apropiadas y paciencia forman el combo inicial para la creación de la huerta familiar.
“Primero hay que mover la tierra, que quede sueltita, y después tiramos la semillas y hay que regar sin que se genere charco”, describió los primeros pasos para comenzar a sembrar Hernán, de la semillería ubicada en Peña y Córdoba.
La medida de las semillas que se vierte en un metro cuadrado es similar a una cucharita de café y, según la variedad, tiene un costo de $100. Para empezar recomendó que “planten rúcula, perejil, cebolla de verdeo alguna lechuga, crecen rápido y se adaptan a todos los climas. Y también las aromáticas”. Después será el momento de dedicarse a las verduras de estación. Con la primavera llega la siembra de tomate, zapallitos de tronco, albahaca y morrón, entre otros.
Carolina aseguró que “siempre me gustó el trabajo de la tierra y desde hace años tengo aromáticas”, pero que profundizó esa afición durante el 2020. “Con todos los chicos en casa (es madre de cuatro, de entre 20 y 2 años) tuve que buscar una alternativa terapéutica o moríamos todos”, se rió.
Así fue que, a su habitual tarea con los tomates y algunos frutales en el amplio parque que rodea su casa en la zona sur de la ciudad, el año pasado le fue sumando cosas. “Teníamos lechuga de dos tipos, zanahoria, zapallo, tomate, morrones y rúcula y nos rindió bien, pero este año no le pusimos tanta pila y apenas quedaron la rúcula y alguna lechuga”, contó.
En conjunto
Desde hace más de diez años, en la vía entre Garay y Castelli funciona la “Vía Orgánica”, donde además de organizar y generar eventos culturales y talleres, funciona una huerta comunitaria que se abastece con las semillas provistas por el programa Prohuerta del INTA.
Allí, después de consensuar entre los participantes y siguiendo el calendario de la luna, todos los sábados a la mañana y jueves a la tarde ponen manos en la tierra y desmalezan, cortan el pasto, cuidan los cultivos.
“Tenemos de todo, siempre teniendo en cuenta la estacionalidad, pero apelamos al autoconsumo y a la biodiversidad. Hacemos rotación de cultivo para que no se canse la tierra y además asociamos los mismos para que se potencien ya que no usamos fertilizantes”, explicó Cristian que hace varios años participa en ese punto de encuentro comunal de varias actividades y trabajando en la huerta el año pasado encontró el amor de su ahora novia, Carolina.
“Estaba mal, sin salir de casa y un día me vine a trabajar en la huerta, al sol, y ahí lo conocí”, contó entre risas ella, quien no dudó en calificar a la actividad como “terapéutica”. “Y además nos autoabastecemos. Lo último que nos llevamos y comimos fueron brócoli, rabanitos y lechuga criolla. Es otra cosa, tiene otro sabor, otra textura”, añadió Cristian.
Versión gourmet
Con muchos años en el arte de la jardinería y el trabajo de la tierra, Graciela Gamboa tiene ahora una “huerta gourmet” ya que todas las plantas son “raras, no se consiguen en ningún lado” y con el tiempo logró “una huerta orgánica y sustentable, ya tengo mis propias semillas”.
Y, desde su experiencia, confirmó a LA CAPITAL que “las huertas orgánicas familiares crecieron mucho el año pasado, por varias razones, pero especialmente porque se pasó mucho tiempo en casa y además la gente está cansada de comer verdura tratada con fungicida”.
“La gente -añadió- está muy interesada en producir sus alimentos, saber lo que come, se le da preponderancia a lo orgánico que no tiene por qué ser más caro”.
Con la sustentabilidad como bandera, se guía por “el calendario biodinámico” a la hora de las plantaciones y su huerta ostenta “todas cosas raras que acá no hay, como berro cubano o lechugas asiáticas”. Ahora está preparando la tierra “para la temporada alta”, en la que espera agrandar la producción.
Tal como rezan los especialistas, no es necesario contar con un amplio espacio de tierra para crear la huerta y de eso dan fe los balcones y terrazas que albergan cultivos propios. Y Daniel Mejail creó unos cajones de madera, de distintos tamaños, en los que ya plantan diversidad de vegetales y los venden. La idea -que surgió en plena pandemia- apunta a “inspirar a personas a reconectarse con su alimento a través de la agricultura”.
Guía básica
* Preparar la tierra, ya sea en una parcela, cajón o maceta.
* Esparcir las semillas. Para la primera experiencia se recomiendan las hierbas aromáticas o lechuga o rúcula, por su rápido crecimiento y adaptación al clima.
* Regar sin que se genere charco.