Por Patricia De Vreese
Desde pequeños, nos han enseñado a desarmar y analizar para entender. Pero no nos han enseñado a volver a integrar lo desarmado, para ver las múltiples interacciones que hay en nuestro objeto de estudio.
Nos detenemos en el Parque Histórico Manzana Navarro; a simple vista hay unos cuántos árboles, algunos arbustos, y espacios con césped entre ellos. Sin embargo, ni los árboles, ni los arbustos ni las plantas herbáceas funcionan por sí solas; han evolucionado, optimizando los recursos de su ambiente físico y las interacciones con otros seres vivos. Todos hicieron lo mismo por cientos de millones de años; ya se trate de organismos visibles a simple vista, como de los que son microscópicos que, por no verse, suelen quedar excluidos de toda consideración.
Los árboles y el césped necesitan recibir suficiente luz, agua, y estar en conexión con el suelo. Hasta aquí todos estamos de acuerdo; pero a medida en que seguimos conociendo nuestro sistema, aprendemos que cada gran parte del mismo, es también otro sistema en sí mismo y, si seguimos subdividiendo, encontraremos cada vez subsistemas menores, incluidos unos en otros. Cada componente de cualquiera de los sistemas, mayores o subordinados, se puede conectar con otro; y cualquier parte que se altera, produce efectos negativos en otras partes del sistema. En los árboles, con su importante desarrollo de raíces que cubren grandes áreas, esas interacciones múltiples ocupan un territorio importante, que suele exceder en mucho la proyección vertical de la copa; esas interacciones no pueden ser ignoradas sólo por no verse a simple vista.
Muchas personas pueden ver una gran pila de “tierra negra”, con igual apreciación con la que ven una pila de granza o de arena; al fin y al cabo, todas están formadas por partículas. Pero el suelo no es solamente un montón de partículas inertes que sirven de soporte y lugar donde las plantas pueden absorber agua. Muy pocas personas ven al suelo como un mundo lleno de seres vivos; fuera de las lombrices y algunos otros animales visibles a simple vista, la gran riqueza del suelo reside en su vida microscópica.
Nos han enseñado que las bacterias y los hongos del suelo (y las lombrices que también cumplen su parte) reciclan toda la materia muerta, y la transforman en humus, que es ese material negro pegajoso; esto es cierto, y si el suelo de nuestra Manzana Navarro es tan completamente negro, se debe a una actividad muy intensa de esos microorganismos. Es tan intensa, gracias a que el predio se ha conservado por muchos años con muy bajo impacto humano, y porque nuestra Universidad ha cumplido siempre con su responsabilidad asumida en el momento de la compra, en cuanto a proteger el Parque Histórico y su casa histórica “La escondida”.
Este relato no ha terminado con la producción de humus; aún falta hablar de lo más importante: las interacciones entre los seres vivos, que varían desde relaciones donde los integrantes se benefician, hasta otras donde se perjudican entre sí. Entre las interacciones más importantes, encontramos nuevamente las que son invisibles a simple vista; nos toca hablar de las micorrizas. Se trata de asociaciones entre hongos y árboles, donde los hongos acoplan su cuerpo filamentoso con las raíces de los árboles, de modo que se expanden las posibilidades de adquirir agua y otros nutrientes para los árboles. Cada especie de árbol se asocia en forma específica con alguna especie particular de hongo, y si falta esa micorriza, el crecimiento y desarrollo de ese árbol se limitará notablemente.
Como en la naturaleza “todo se relaciona con todo”, el hongo de la micorriza vive en un suelo con determinadas condiciones a las que está adaptado. Cualquier modificación de las condiciones químicas del suelo, de su pH, de su compactación afectando su porosidad y por ende su contenido de aire, el agregado de contaminantes, etc., pueden afectar la presencia de las micorrizas específicas para cualquiera de las especies de árboles. Así, ciertos materiales de construcción como cal, yeso y cemento, modifican el pH del suelo. El plástico, a menudo asociado con cualquier actividad de intervención y tan ignorado en nuestro ámbito, se degrada muy lentamente en el suelo y libera diferentes sustancias producto de esa degradación, de las cuales hoy ya se han identificado unas doscientas, todas derivadas del petróleo como lo es el mismo plástico y, por lo tanto, altamente perjudiciales para todos los seres vivos.
Existen muchos estudios en diferentes países que comparan situaciones de naturalidad o de impacto humano dentro de las ciudades. Un ejemplo es el trabajo del grupo de Thierry Ameglio, de la Universidad de Clermont en Francia, hecho en colaboración con otras universidades europeas (ver figura), en el que se compara la gradualidad en el éxito de árboles de una misma especie, variando desde el mayor crecimiento en condiciones libres en espacios abiertos (UNLIMITED), pasando por árboles plantados en una fila en espacio libre, pero con veredas de cemento en dos lados (LINEAR); hasta obtenerse la peor respuesta de iguales árboles encajonados en cuadrados de cemento o losas (BOXED). En el gráfico se comparan los promedios del crecimiento de los tres grupos de árboles, cuyas diferencias están a la vista, y se deben principalmente a las variaciones entre las comunidades de micorrizas y a la disponibilidad de agua en las tres situaciones.
Basado en estas investigaciones de actualidad, y por muchas otras razones relacionadas con los servicios ambientales que brindan los árboles, es que en varios países del mundo se están revirtiendo las tendencias de los años setenta y ochenta de “pavimentarlo todo”, hacia el volver a recuperar los espacios a su estado natural.
Así se emprenden grandes obras de limpieza de superficies, tratando de eliminar lo mejor posible los materiales contaminantes, y lograr que el suelo recupere su exposición natural a la luz, reciba el agua de la lluvia en forma directa, y sirva nuevamente como soporte de césped y árboles. Está demostrado que la salud humana se modifica positivamente al vivir rodeados de espacios verdes naturales, y mejor aún si hay presencia de árboles.
La siguiente foto muestra una transformación efectuada en la ciudad francesa Berges du Rhone, a la orilla del río Rhone y cerca de Lyon, donde a partir de una playa de estacionamiento se recuperó un espacio verde, actualmente muy usado como sitio de reunión y relax.
En este momento, la Universidad Nacional de Mar del Plata con su campus principal enclavado en un espacio de Reserva Forestal, cuenta todavía con este lugar verde poco impactado: es el Parque Histórico Manzana Navarro que, como su nombre lo dice, ¡es un Parque Histórico enclavado dentro de una Reserva Forestal! La ampliación del edificio de la Biblioteca en Funes y Peña, es una buena noticia. Será una mejor noticia aún, si todos nosotros, los espectadores, podemos llegar a presenciar una obra que beneficie a los usuarios de la Biblioteca, y que al mismo tiempo respete el ambiente natural único del que forma parte.
Lentamente vamos tomando conciencia y también consciencia de la gran importancia que tienen los espacios naturales y vamos aprendiendo, a veces por tristes experiencias que, si los destruimos, “naturalmente” seguirá la destrucción de las sociedades y por ende de su economía. Muchos países del mundo ya lo comprobaron, y por esto están revirtiendo obras hacia su anterior estado natural, a pesar del esfuerzo económico que esto demanda a los mismos países… y lo están haciendo porque saben que lo más importante es el entorno natural como soporte de la vida toda.
Las mencionadas acciones se encuadran en dos de los objetivos de desarrollo sostenible de las Naciones Unidas para 2030. Estos objetivos son el número 11: “Ciudades y comunidades sostenibles”, y el número 15: “Vida de ecosistemas terrestres”.