Por Vito Amalfitano
Lo que pasó, pasó. Nada lo borrará. Escrito está. El descenso de River. O La Máquina inigualable. Las 6 Libertadores de Boca, 3 del mundo hasta ahora. Las 3 Libertadores de River, 1 del mundo hasta ahora. El Boca de Bianchi y Riquelme, inigualable. La final del 76 también, contra todo lo que se dice hoy. Aquel encuentro del 22 de diciembre de 1976 fue único e irrepetible. Porque fue la única final a partido único entre Boca y River en cancha neutral, con 90.000 espectadores, dividido el estadio de Racing exactamente en partes iguales en cantidad de hinchas.
Pero como nada se borra y la gloria y las manchas quedan, lo mismo ocurrirá con este hito único en las vidas de Boca y River pero también en la historia de clubes del fútbol mundial. Porque es la primera vez que un clásico de esta magnitud es nada menos la final de uno de los dos torneos continentales más importantes del universo.
Esto tampoco se borrará. Jamás. Será la séptima Copa para Boca. O la cuarta para River. Pero con un condimento único y especial. Se obtendrá con una final ante el rival de toda la vida. El mundo del fútbol está pendiente y la Argentina quedó “stand by”, y no solo por el leonino préstamo del FMI (siempre son leoninos). En ese sentido, entonces, tampoco se borrarán los graves problemas que hoy padecemos, la crisis en la que hoy nos metieron. Ni Boca ni River pagarán la boleta de la luz y el gas,-las nuestras al menos-, ni nos llenarán el tanque. Pero estas tres semanas meten esas dificultades bajo de la alfombra. Salvo para los que, dramaticamente, ni siquiera Boca y River les llenan el estómago.
Nada se borra. Todo queda. Pero esto también. Y como. Será un hito en la historia. Es un acontecimiento único en el presente, del que está pendiente el mundo.
La Bombonera empezará a estallar desde el mediodía del sábado. Explotará a las cinco de la tarde. Se comprobará, como siempre y como nunca, que es un escenario irremplazable. Y quedará claro, más que siempre y más que nunca, que, como dicen los ingleses, un Boca – River allí es el espectáculo más maravilloso del mundo. Los que siempre quisieron hacer negocio con Boca utilizarán este sábado de desborde para ir como excusa otra vez a la carga con el proyecto faraónico del nuevo estadio. Ya lo están haciendo. Este caos provocado, con cambios en las reglas del juego para la venta de entradas a socios, va en esa dirección.
Pero, en realidad, este acontecimiento es la prueba fehaciente que abona la teoría contraria, le da la razón más que nunca a los defensores de la Bombonera. Ni tres estadios de 100.000 espectadores alcanzarían para albergar a todos los hinchas con deseos y posibilidades de participar de esta fiesta. Diez mil más, diez mi menos, no cambia tanto la ecuación. Y pensar en ampliación es pensar en Boca. Pensar en otro estadio es pensar solo en un negocio. De la Bombonera no nos vamos, dice el lema de la mayoría de los hinchas. En la Bombonera queremos estar todos, quiere estar todo el mundo este sábado. Hasta jefes de Estado y futbolistas consagrados a nivel mundial. No podrá estar Marcelo Gallardo. No físicamente. Su liderazgo como entrenador igual es omnipresente en River. Y su mensaje tratarán de interpretarlo los jugadores en la cancha. Ya lo hicieron a la perfección en el partido inmediatamente anterior en la Bombonera, el 23 de septiembre pasado, cuando se repitió la “paliza táctica” de aquella otra final de este año en Mendoza, la del 14 de marzo. Pero pasó poco tiempo y cambiaron mucho las condiciones. River sigue siendo más equipo, en funcionamiento. Pero Boca, con su sprint final en la Copa, recuperó mística y hizo valer su gran “poder de fuego” en ataque. Talento individual que casi equipara ya el talento colectivo de River, que tuvo su pico en aquel segundo encuentro ante Racing pero que no pudo repetir un rendimiento de tamaña magnitud.
Las palabras no se esfumarán cuando se paren los relojes del fútbol del mundo, a las 17 hora argentina de este sábado. En realidad esta vez las palabras cambiarán por otras. Las que se dirán en los 14 días que mediarán hasta la segunda final. El tiempo del “Stand by” que no hace daño como el otro…