El actor defiende la vigencia de subirse a las tablas, porque "es el único lugar" donde los actores se comunican directamente con el público y define esa comunión como "algo mágico".
Por Concepción M. Moreno
Su inolvidable interpretación como falso cura en “El hijo de la novia” (2001) le dio fama internacional y le abrió la puerta para trabajar entre Argentina y España, sus dos “lugares en el mundo” y, pese a disfrutar haciendo televisión y cine, confiesa que, para él, el teatro es “adrenalínico y hermoso”.
Eduardo Blanco (Buenos Aires, 1958) defiende la vigencia de subirse a las tablas, porque “es el único lugar” donde los actores se comunican directamente con el público y define esa comunión como “algo mágico” que permite que el teatro “sobreviva a todo, incluso al metaverso ahora”, afirma entre risas.
Por ello, concede una entrevista a EFE sobre el escenario del Teatro Politeama, que el director Juan José Campanella erigió en plena pandemia en el terreno baldío que alguna vez ocupó otro coliseo, en el entorno de Corrientes -la ‘Broadway’ de Buenos Aires- y donde desde enero y hasta finales de 2023 Blanco y otro grande de la escena argentina, Luis Brandoni, representan “Parque Lezama“.
“Es adrenalínico y hermoso, porque no todos los días estás como para comunicarte de la misma manera, ni vos ni el conjunto de los actores que te acompañan en el escenario, ni el público es el mismo. Es mágico”, describe el intérprete de “Luna de Avellaneda” (2004) sobre subirse a las tablas y trabajar en lo que llama “la cuna del actor”.
En su opinión, el teatro “es el lugar que te permite experimentar, buscarte, conocer tus mecanismos internos, tus resortes, tus magias” y, por ello, ahora asume el “reto” de representar a un anciano de más de 80 años, conformista y casi ciego, al que él aportó “una mezcla” de ingredientes de su padre y de su abuelo, ambos ya fallecidos: del primero, el párkinson; del segundo, una voz casi extinta.
Blanco empezó a interpretar con 55 años a Cardozo, uno de los dos protagonistas de la adaptación que Campanella hizo de “I’m not Rappaport” (1984), del estadounidense Herb Gardner. Ahora, con 65, ya ha superado, junto a León (Brandoni), las 1.000 funciones en los 10 años -no seguidos- que llevan compartiendo un banco en el ficticio parque y mostrando “los vericuetos de las emociones humanas”.
“Cuando los temas son universales, impactan en cualquier sitio que los lleves y me parece que es el caso de esta obra”, explica sobre el éxito cosechado tanto en España como en Argentina, del que comenta que “la historia tiene un abanico de temas que es imposible no verse identificado”.
Pese a las complicaciones de un personaje como el suyo, con un gran trabajo físico y de concentración durante la obra, este descendiente de emigrantes gallegos defiende el “espacio” que para el actor supone el teatro, donde “puede hacer más cosas” en el “día a día, con todas las cosas que suceden en el vivo, en el aquí y ahora”.
Pero, al tiempo, subraya que “está bueno probar distintas cosas”, ya que su estandarte es “contar historias”, ya sea en teatro, cine o televisión.
“¿Por qué ante tanta variedad de cosas uno se tiene que quedar con una sola? Yo elijo las tres, depende las historias y los personajes que me inviten a jugar en esas historias me puede gustar más una que la otra”, exclama.
Amigo de Campanella desde que trabajaron juntos en “Victoria 392” (1984), con el ganador del Óscar por “El secreto de sus ojos” (2009) filmó “El mismo amor, la misma lluvia” (1999), “El hijo de la novia” y “Luna de Avellaneda”, además de la serie “Vientos de agua” (2006).
Esta última, que contaba la emigración española a Argentina de comienzos del siglo XX y el retorno provocado por la crisis económica de 2001 mediante la historia de un padre (Héctor Alterio) y un hijo (Blanco), fue, en su opinión, “maltratada” en su época, aunque reconoce que “era un producto difícil para la televisión de aire”.
“Te diría que a lo mejor nos adelantamos con ese proyecto. Era un proyecto para plataforma, que no existían”, señala el actor sobre esta coproducción que, en su momento, España estrenó en ‘prime time’ y después fue sacada de pantalla por baja audiencia. Hoy Netflix la incluye en su catálogo.
“Es un producto que nos reivindica de alguna manera que siga teniendo vigencia y contando una historia que nos pertenece a muchos, no solamente los que la hicimos”, comenta este actor que siente que hace 20 años “El hijo de la novia” le permitió “tender puentes” entre Argentina y España y así disfrutar “los dos mundos”.
“Voy y vengo con naturalidad, no siento que voy a trabajar a otro país. Me siento en casa”, concluye.
EFE.