Por Vito Amalfitano
@vitomundial
En el fútbol hay lágrimas y lágrimas.
La historia de Boca exige llantos como el de Riquelme tras la derrota ante Bayern Múnich o el de Nández después de la caída en el Bernabéu. Después de dar realmente todo. Que no es sólo la garra o la “actitud”. Es ni más ni menos que darle al equipo lo que necesita.
La historia de Boca no acepta el llanto de la queja por los arbitrajes o el patético sainete de las últimas semanas para pedir los puntos en el escritorio. Hasta el extremo de presentar un recurso urgente ante el TAS que, de haber prosperado, habría sido un nuevo engaño al hincha, en este caso al que viajó más de 10.000 kilómetros para ver un partido de fútbol.
Pero bueno, Daniel Angelici se dio por fin el gusto de que el aficionado de Boca usara el pasaporte. En ese lema basó su campaña: “Que el socio tenga preparado el pasaporte, de lo demás nos ocupamos nosotros”. Fue la frase de los folletos que se entregaban en la Bombonera, con el rostro de Macri y el propio Angelici y aquella patética imagen de las promotoras con kimonos. Exactamente la misma frase publicó en su cuenta de Twitter el actual presidente de Boca el 29 de noviembre de 2011, a días de las elecciones. En ese momento River estaba en la B, Boca era el Rey de Copas Mundial, al frente del ranking de títulos internacionales con 18 coronaciones, y el equipo era campeón invicto.
En sus siete años de gestión, Boca se estancó en esos 18, no ganó un título internacional más, lo alcanzó Independiente, hasta lo superó Al-Ahly de Egipto con 24, y Real Madrid voló y se le fue con 27. Y, lo que es peor, en este tiempo Boca perdió todos los cruces mano a mano con River, no sólo los internacionales, también el de la Supercopa Argentina en Mendoza, y este último en Madrid, el más lacerante, el de la final más importante de la historia. Los hinchas tenían el pasaporte preparado, Angelici puso la billetera, pero la perversidad de su mandato fue proporcional a su fracaso y coherente con la maniobra que lo entronizó como “presidenciable”. Se hizo “célebre”, a la orden de Macri, durante el mandato de Jorge Amor Ameal, por haberse negado a un contrato de cuatro años nada menos que para Riquelme, el máximo ídolo y mejor futbolista de la historia de Boca. Forzó una absurda votación, el 10 de agosto de 2010, que perdió por el desempate del propio Ameal pero logró el perverso cometido de su propia visibilización, a costas de jugar con el sentimiento del hincha y de la camiseta. “Angelici se hizo famoso por votar en contra mío”, recordó Riquelme en una nota del año pasado. Pero de esa tónica fue toda su presidencia.
Ya en aquellos tiempos de tesorero del club usaba el argumento del físico de Riquelme. Triste fue luego el tratamiento suyo y de sus laderos para con el ídolo en el primer semestre de 2014, cuando Román volvía tras recuperarse de una traumática lesión, desprendimiento de aductor. Riquelme regresó y brilló. Como en cada una de sus vueltas. Y se recuerda el grotesco de los gestos adustos de varios dirigentes aquella noche en Victoria en la que Román definió el partido ante Tigre con un golazo desde afuera sobre la hora. No sólo no lo gritaron sino que se los vio visiblemente molestos. Se les caía la cara de vergüenza por seguir diciendo que había que “evaluar” el estado físico del 10 para ofrecerle la renovación (también el rostro de algunos periodistas). Después las condiciones para su continuidad fueron lo mismo que echarlo.
Hoy el mundo del fútbol lamenta el tercer corte de tendón de Aquiles de Fernando Gago tras sendos partidos ante River. Tuvo esas y otras lesiones. A ningún dirigente de Boca se le ocurrió poner nunca en duda su continuidad. Y siempre quedó todo a su albedrío.
Boca venía de un tiempo de gloria único. Riquelme era el último eslabón para conducir la transición. Angelici y cía decidieron saltar al abismo. Román adentro, incluso sin jugar siempre, hubiera sido ideal para el émulo de los pibes, para el sentido de pertenencia, para significar los valores del jugador de Boca, para transmitir sus experiencias y conocimientos.
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Gastaron millones. Nunca supieron reemplazar esa jerarquía. Se la agarraron con la Bombonera para impulsar un negocio propio. Quienes decían que había que sacar la política de Boca convirtieron al club en un comité amarillo del Pro. Y se sumaron los caprichos. Como el de poner a Guillermo como entrenador, desvelo compartido con el actual presidente de la Nación, y sostenerlo aun en el acumulado de decenas de errores no forzados en las finales más importantes -algo que llegó a la máxima potencia en la definición de Madrid-, independientemente de los títulos locales.
Por mucho pero mucho menos a Carlos Bianchi, el técnico que ganó 3 títulos de América y dos del mundo en Boca, se lo eyectó con aquel otro acto de perversidad de no haberle permitido siquiera una despedida. Angelici se la había prometido una mañana y lo echó a la tarde por teléfono. Su palabra, de todos modos, se sabe que vale menos que un patacón. Equivocado, u obligado por su “jefe”, firmó un papel, un “pacto de caballeros” aquella tarde del sábado 24 de noviembre, en el que le aseguró a Rodolfo D’Onofrio que la segunda Superfinal ante River se jugaría en el Monumental cuando los futbolistas estuvieran en igualdad de condiciones. Todos sabemos cómo terminó la historia. Con las lágrimas del TAS.
Angelici fue reelecto en 2015. Antes y después fue el peor presidente de la historia de Boca. Demasiado tarde para lágrimas. Fueron siete años en los que se rifó historia, se cayeron todas las estadísticas, se perdió el orgullo internacional y de ganarle las finales a River. Fueron siete años de dormir con el enemigo. Tierra arrasada. En diciembre de 2019 debe llegar el tiempo de la refundación, salvo que se insista en la autoflagelación.