Estampas costumbristas, impregnadas de realismo mágico, con tramas originales que esbozan lo fantástico, y lejos de los regionalismos, son algunos de los temas que se pueden encontrar en la obra de la autora nacida en Goya, Corrientes.
Por Sebastián Jorgi
El primer libro de Ramona Díaz, pero ya amasado en su espíritu de lucha, denodada e indoblegable desde la niñez y adolescencia hasta su edad madura. Amasado en sentimiento y en recuerdos que ha plasmado fielmente en “Duendes en mi camino”, libro crecido en libretas y cuadernos, mientras hacía su carrera docente o en algún bar, o su mesa de comedor diario. Con prólogo-estudio de Marta de París y una contratapa de Rubén Sebastián Melero, ambos generosos y plenos de cariño, el arte de tapa de Estela Refojos que reproduce el Paseo del Poeta en bello cuadro, sí: todo queda en Goya. Como para autenticar la identidad telúrica, el fuerte lazo compoblano y coterráneo que tiene el libro de Ramona Díaz.
El volumen está estructurado en tres partes: La trilogía de la Tía Cirila; Colonia Carolina Porá; y Duendes, Trenes y Corsarios. En las dos primeras afloran estampas costumbristas, impregnadas de realismo mágico, sin que esta categorización resulte excluyente. Quiero traer a colación, para que la idea no quede tergiversada o trunca, el epígrafe que Ramona Díaz catapulta en el inicio: “En las narraciones sobrenaturales el mundo queda patas arriba. Por lo contrario, en las narraciones extrañas, el narrador, en vez de presentar la magia como si fuera real, presenta la realidad como si fuera mágica” (El realismo mágico, Enrique Anderson Imbert). Casi nada, casi nadie, catedrático, ensayista ilustre y cuentista de variados registros y temas, que don Anderson sea modelo de Ramona Díaz es bastante. Casualmente, ella ha estado leyendo en las vacaciones su novela “Amoríos” y coincide con Nélida Norris, profesora en Letras argentina que residió en Nueva York, que ha partido a otro plano hace pocos años, que es una de las grandes obras de Anderson.
En la tercera parte, la travesura fantástica es más notoria: se encuentra de pronto el personaje narrador con Cortázar en la estación Constitución y viaja con él a Banfield, o se encuentra con Manucho Mujica Láinez en Los Cocos (Córdoba) y entabla con ambos conversaciones, esbozando sutiles tramos intertextuales y escenas de humor. Dos cuentos de índole fantástica. Hasta se anima a escribir una historia de filibusteros, poniendo en escena al Corsario Negro, en una nueva aventura, en un homenaje a Emilio Salgari, autor que la atrapó en su adolescencia.
Pero en Duendes, Trenes y Corsarios, habrá otra sorpresa: un homenaje a al piloto argentino de Fórmula 1, Carlos Alberto Reutemann -admirado por la autora- y otra recordación al poeta Rubén Vela, -citando un poema- y a su esposa Nina. Se trata de El circuito del duende, una trama donde el piloto sale a pescar por el Paraná y le aparece el Peque, un duende. Toda una fantasía. Aquí cobra relieve el paisaje de Santa Fe, las dos sentidas recordaciones a las que suma versos de José Pedroni, como para redondear una historia plena de realismo mágico, con algunas pinceladas de humor. Las dedicatorias certifican el sincero homenaje. Cierran este capítulo final, Los muros de cartón y Noche de gala, dos mini-cuentos, en el primero mencionado el cartón y sus cartoneros cobran un protagonismo irreparable, en una metáfora de nuestro tiempo que ensamblan la pesadilla y la vida cotidiana. En el segundo, un famoso tenor de la época es excusa para una bella estampa de un Buenos Aires sumido en la pobreza.
Pero volviendo a las estampas costumbristas, el personaje de la Tía Cirila, desplegado en una trilogía de cuentos en donde la narradora, pese a la oblicuidad de la tercera persona, no puede disimular su protagonismo: Nena, alter ego de la escritora. Así, acompaña a la Tía a hacer unas comprar, y en el cruce del campo, se cambian vestidos y se pintan para asistir a un baile donde tocará don Tránsito Cocomarola. Es el cuento madre, seguido de otro donde la Tía Cirila prepara una comida para Navidad, entablando un diálogo escindido entre la receta culinaria y la picardía. Y el que cierra esta serie es más dramático: las mujeres lavan la ropa en el arroyo y de pronto un grito sacude el lugar: una víbora ha picado a la Tía Cirila. Y el trance generará suspenso, después de la internación de la víctima. Se trata respectivamente, de La tía Cirila, La tía Cirila cocina en Navidad y Un grito en el arroyo. Tres piezas inaugurales en la trayectoria como narradora de Ramona Díaz, devenidos de sus imágenes de infancia y escritos en su libreta de apuntes.
Colonia Carolina Porá contiene : El carro cué, La casa de Aidita y Una luz en el horizonte. El abuelo a rienda suelta en el carro y con los caballos enloquecidos se llevará por delante la tranquera con la desprevenida abuela, a la que se lleva puesta de tal forma que volará por los aires. Instancias poéticas se notará en la casa de Aidita -donde se alojan Marta de París y la autora Ramona Díaz-. La dueña de casa las lleva en un paseo a Lavalle—pueblo natal de Marta—en su auto, visitan a la intendenta electa y al regresar, al costado del río, se detienen en la casa donde Marta nació. Un momento de clímax se advierte en este cuadro, al contemplar aquella casa de ladrillos bastante deteriorada. Éste es uno de los cuentos más poéticos, ya que la narradora y su prologuista estarán acompañadas por Mary y Aidita, las anfitrionas hermanas de Goya, a las que Ramona les rinde un homenaje. No menos intensidad poética tendrá Una luz en el horizonte, en el que la niña recrea una travesura de infancia, empecinada en desenterrar un tesoro, supuestamente ubicado junto a un árbol donde la noche anterior brilló una luz. Parte de un imaginario popular que le contaba siempre su padre. Aquí la Nena, la protagonista, irá en busca del tesoro, tropezando con vecinos que le alertan de una leyenda terrible y además, acuciada por su padre, que, enojado, trata de atajarla. Pese a todo…
La autora evade todo regionalismo conservador, donde los cuentistas estaban abocados al rescate de lo folklórico, “distanciados de la materia narrada” al decir de la profesora Marta Bustos (véase su prólogo a EL cuento argentino, CEAL, 1979), mientras otros tenían “un sensible acercamiento comprensivo de la realidad del hombre, su mundo y sus conflictos, logrando textos con valores intrínsecos”. Es el caso de Ramona Díaz, que provista de historias de vida, vuelve a su tierra, a su querida Goya tomándose recreos de infancia y escribe, apunta en sus libretas y cuadernos, y saca de la galera cuentos como si fueran palomas.
El mundo narrado es genuino en todos sus cuentos, escindidos entre un costumbrismo que linda con el realismo mágico y una inventiva de tramas originales que esbozan lo fantástico.
Y andando en el bosque de los sueños y la imaginería, habrá seguramente tropezado y conversado con varios Duendes en su camino.
Sobre la autora
Ramona Díaz nació en Goya (provincia de Corrientes). Es bachiller en Ciencias Biológicas, profesora en Enseñanza Primaria recibida en la Escuela Normal de Profesores N° 2 “Mariano Acosta” y en el Profesorado “Próspero Alemandri” de Avellaneda. Culminó el Profesorado de Enseñanza de Adultos y del Adolescente (Escuela “Madres Plaza de Mayo de Avellaneda”) y es bibliotecaria escolar.
Sus cuentos han aparecido en medios gráficos de Argentina y del Exterior y publicados en varias antologías. Recomendada por el escritor Juan José Delaney, una de sus historias, “La niña perdida”, fue traducida y publicada por Carolyn Brown para su revista literaria de la Universidad de Iowa en 1996. Su relato “Cardos rellenos” ha sido seleccionado por Marta de París para el libro “Recetas con Payé”.
Ha editado “Duendes en mi camino”, “Niños audaces” (cuentos) y “Soledad en los parques” (poemas). Ha obtenido menciones de honor en diversos concursos. Lee sus narraciones en grupos literarios de la Sociedad Argentina de Escritores y en los Simposios del Instituto Literario y Cultural Hispánico. Ha ejercido la docencia durante 30 años.